Dos muestras de la insolencia del dinero. ©



Uno.- DE LA VIDA REAL: LA CONSULTA DE RAÚL



Hace algún tiempo un viejo y querido amigo me contó la historia que les extracto seguidamente:



Al final de la década de los setenta el joven Raúl Ramírez llevaba en Madrid los negocios de una firma multinacional, gozaba de prestigio en su sector profesional y buenas referencias en la banca… Estaba casado y tenía una bonita familia.



Por eslabones insospechados conoció una organización internacional de ingeniería financiera. La tal ingeniería tenía por objeto blanquear grandes sumas de dinero procedentes de negocios fiscalmente delictivos; principalmente procedentes del juego y de la alta prostitución, así como flujos de divisas de ciertas corporaciones necesitadas de paraísos fiscales. Desde luego, la organización manejaba cifras astronómicas.



Esta enorme liquidez demandaba fórmulas nuevas y en constante desarrollo con las que habilitar su curso legal. Las personas que había conocido Raúl eran familiares directos del impulsor y más alto jefe de la organización, ya entonces extendida por todo el mundo.



Después de unos meses en que, sin él saberlo, recabaron referencias suyas, a Raúl le fue anunciada por télex la llegada a Madrid de dos personajes procedentes, de Miami, uno, y de Toronto el otro. El aspecto de aquellos hombres era excelente, y se manifestaban educados y cultos. Uno de ellos venía a saldar ciertas cuentas deudoras de un gran proyecto inmobiliario en el sur de España.

Propusieron a Raúl trabajar para la organización con el simple manejo de entradas y salidas de grandes sumas de dólares, o pesetas, a través del sistema bancario español y por cuentas enmascaradas. Las condiciones serían convenidas en un hotel de Londres donde le citarían en fechas cercanas. El joven señor Ramírez ya estaba avisado de las ganancias aproximadas que le reportaría esta actividad, que pueden suponerse fabulosas.



Según la propuesta se iba consolidando también se intensificaban el nerviosismo y la ansiedad de Raúl. Pensaba en su familia. Pensaba en que se precipitaban las fases de la relación. Pensaba en la índole de su colaboración. Y, por tanto, que la inminencia de la toma de decisiones urgía acudir a un consejero moral. Y se fue a consultar al que le recomendaron como de mayor prestigio. Se trataba de Don Augusto ─llamémosle así─, relevante moralista de un instituto religioso laico muy activo en sectores empresariales de España; particularmente en banca y firmas auditoras. Convino por teléfono la cita y allá que se fue.

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Don Augusto entró en la salita de visitas de su residencia en la que esperaba Raúl. Vestía sotana. Era alto, canoso y de frente despejada; noble aspecto; serio, pero cordial. Cojeaba ayudado por un pequeño bastón. Se saludaron y estrecharon las manos.



Al ver que se sentaba con gestos de dolor, señalando la pierna Raúl le preguntó:

─ ¿La cadera, quizás…?

─ Sí, desde luego. Me han operado recientemente. Ya en Roma me dio mucha lata pero, gracias a Dios, ahora cada día estoy mejor. Lo que me asusta es que por tantas veces que por esto he sido anestesiado, y con tantos analgésicos, mi cabeza ya no me funciona igual. Me refiero a la memoria.



Hizo mención a la persona por la cual Raúl llegó a él, de la que afirmó ser muy querida en "la casa".

─ Para mí, -subrayó Raúl- un viejo amigo al que por desgracia trato muy poco.

Contó brevemente cómo le conoció y que se habían distanciado por discrepar con respecto al pontificado de Pablo VI, aunque sin perder la amistad.



─ Pues usted se equivocaba –adelantó Don Augusto.- Pablo VI enfrentó cambios difíciles en una Iglesia que llevaba anticuada muchas décadas. Tuve el honor de oírle en confesión y sé de primera mano lo que digo.



Raúl dijo que le alegraba la posibilidad de estar equivocado e, inmediatamente, pasó al asunto que le había llevado a verle.



─ Tengo escrúpulos de conciencia para aceptar un trabajo.



Con detalle aunque sin nombres expuso el problema al moralista. Problema que, a él se lo podía decir, se fundaba en la oposición frontal de su joven esposa por la premonitoria certeza de destrucción familiar.



─ Ella dice que no le importaría vivir en precariedad con tal de que no nos juntemos a semejante gente. Que tenemos ya cinco hijos y que el dinero no es lo principal sino vivir tranquilos y en libertad. En fin, esas cosas...



Don Augusto asintió aprobando y apuntó:



─ Y tú no opinas igual, claro.



Don Augusto le propuso pasar del usted al tuteo para facilitar la confidencia.



Sin darle importancia al tratamiento, Raúl reconoció que rechazaba en parte lo que su esposa temía pero que las responsabilidades adheridas al origen de los fondos ofrecían riesgos evidentes. Le tranquilizaba que en el terreno operativo los expertos de la organización daban pruebas de actuación eficaz y segura. Y que también estaba claro que las ganancias ofrecidas superaban con creces los riesgos. Además, le habían ofrecido que en poco tiempo le pasarían a operaciones interbancarias y de otros sectores a través de oficinas que ya actuaban con sede en Londres. Nada menos que en la City, en St. James Street.



─ Francamente -rubricó-, veo que he contactado con una organización muy poderosa y extendida por todo el mundo, desde Hong-Kong a Tel-Aviv, de América a Europa, incluida la URSS.



Repitió que, además, su contacto le llegaba justamente del principal personaje, que era de origen ruso judío.



Al oír esto Don Augusto tosió, cambió dos veces el bastón de un lado a otro de su butaca, se arrellanó en ella y tras un corto silencio, mirando al techo expuso que el trabajo podía aceptarse pensando en unos pocos años, tal vez dos o tres. Que en las mujeres era muy normal la desconfianza hacia empleos que se salieran de lo tradicional. Que trabajar en un sector “digámoslo así” de oscuros orígenes como lo son el juego y la prostitución, tenía que resultar desagradable para ella. Pero que, «igual que los malos se enriquecen con el dinero de los cristianos, también es de razón que los cristianos nos beneficiemos con el dinero de los malos. Sin dinero poco se puede hacer aquí abajo.»



─ Entonces, usted cree que… -─Raúl no se hacía a tutearle.



─ ¡Que aproveches la oportunidad, hombre! Por supuesto, con los ojos bien abiertos. – Pensó un minuto y añadió: ─Y evitando la ostentación de dinero.



Raúl pensó entonces que el moralista ya le había dado la respuesta. No tenía que alargar la reunión. Dio las gracias. Se levantaron y se dirigieron a la salida. Don Augusto le despidió con un apretón de manos.



─ No dejes de mantenerme informado de cualquier cosa que te inquiete y, bueno… ─ Sonrió. ─Aquí, en 'la casa', sabremos ayudarte ante cualquier duda. Ya hablaremos más extenso la próxima vez que nos veamos.



Raúl le deseó mejora de salud y cuando ya se dirigía a la escalera Don Augusto todavía insistió:



─ Llámame siempre que lo necesites. Con toda libertad.

─ Desde luego. Adiós.

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Una vez en el coche Raúl analizaba con desazón la entrevista. Iba clasificando los pros y los contras y entre estos últimos, que más le preocupaban, el descarte tácito de Don Augusto hacia las consecuencias en su carrera y los temores de la esposa. Raúl seguía a su mujer en la desconfianza de si cumplido el plazo contratado le permitirían realmente desligarse de la organización.



Aún le pareció más sorprendente aquella frase lapidaria de que si los malos se aprovechan del dinero de los cristianos bien está que los cristianos se aprovechen del dinero de los malos. En especial por incluir la primera persona del plural: «… nos beneficiemos.» ¿Por qué el ‘nos’? En particular, dicho tan inmediato a la estimación de volúmenes.



Y, finalmente, la insistencia en no perder el contacto dando por seguras próximas citas. ¿Podría esperar él, Raúl, que "la casa" de Don Augusto le ayudaría ante una investigación fiscal, una imputación judicial o, incluso, un encarcelamiento? Absolutamente no; si acaso a la huida… Que lo más seguro era que sólo él sería responsable de su vida y que después de trabajar para tal clase de gente, por muy poderosa que fuera, quedaría marcado para siempre ante sí mismo y ante los suyos, su mujer y sus hijos. Raúl cerró el asunto diciéndose: "Además, estoy bastante bien en mi trabajo y no necesito apuntarme a ningún bombardeo." De los pros solo le quedaba claro que no existía ninguno, excepto el intuido por Don Augusto para "la casa".

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Dos.- DEL CINE /strong>



Contaremos la historia central de "Luz en el alma", película dirigida en 1944 por Robert Siodmak, de la que ahora toca destacar interesantes contrastes y paralelismos con la historia de Raúl.

"Luz en el alma" o Christmas Holyday, título original, es una de tantas películas difusoras de la moral cristiana producidas en los EE.UU. entre los años 1938 y 1965. (Desde antes de la 2ªGM hasta después de clausurado el Concilio Vaticano 2º).

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El teniente Charles Masson volvía a casa desde Europa. Era el día de Nochebuena. Una tormenta dificultaba el vuelo y los pilotos decidieron aterrizar en Nueva Orleans. El pasaje fue alojado en varios hoteles para pasar la noche, de momento…



En el bar del hotel es difícil encontrar libre una mesa. Un periodista aborda al teniente Masson y le propone que se divierta en un Club nocturno cuya gerencia le paga comisiones por los clientes captados. Allí se interesa por Jacky, atractiva muchacha que acepta acudir a su mesa. La charla es agradable y entre los dos jóvenes se inicia una confiada relación. De pronto, Charles mira el reloj y dice que quiere ir a la catedral católica donde esa noche podrá asistir a su famosa Misa del Gallo. Entonces la chica le ruega que la lleve, que ella también lo desea.



La catedral está abarrotada. Los fieles colman sus bancadas y las sillas supletorias laterales y los mínimos espacios, de pie, junto a las gruesas columnas. Conviene saber que la Misa no es un escenario de la película sino documental de una celebración real. Siodmak se esmera en recoger su esplendor: el altar y todo el presbiterio refulgen desde su hermosísimo retablo hasta las dalmáticas de los sacerdotes que seguidamente entonan en latín los salmos del Introito –Introibo ad altare Dei… ─ que son contestados por las voces del coro: Ad Deum qui laetificat juventutem mean. Según se extiende el incienso, según la Misa avanza y llega al final en que parece que un coro de ángeles lo inunda todo con el Adeste fideles, en la chica se han agolpado inesperadas emociones que le hacen llorar entre hipos y sollozos. Charles se mantiene a su lado, respetuoso, hasta que todo termina.



Debo comprimir la historia a lo que importa. Nos enteramos de que el verdadero nombre de Jacky es Lydia y que dos años antes se había enamorado de un joven, Robert Berger, atractivo y con don de gentes, hijo de respetable viuda y nieto de aristócratas fundadores de Nueva Orleans. Lydia y Robert se casaron y se fueron a vivir con la madre de Robert. Poco a poco Lydia descubre que su marido no tuvo una educación muy vigilada y que detrás de su simpatía y buena presencia se esconde un hampón estafador.



Un día llega a casa tarde y muy alterado… Habla a Lydia con tono desabrido y la deja en su cuarto para bajar con su madre que le esperaba angustiada. A la mañana siguiente Robert se marcha como todos los dias y Lydia baja a desayunar. Su suegra está tratando de limpiar unos pantalones con grandes manchas de sangre que, al ver a su nuera, los esconde. Desayunan en silencio. Lydia sube a hacer su cuarto y desde la ventana ve que su suegra ha prendido la barbacoa del jardín en la que incinera los pantalones de Robert.



Pocos dias después, Robert es detenido y semanas más tarde juzgado. El jurado es unánime en su condena de asesinato en primer grado. Robert mató para robar una suma importante de dinero.

La película nos muestra acto seguido a la madre guardando cuantiosos fajos de billetes, el cuerpo del delito, en los bajos de unas cortinas. Lo cual observa Lydia tras una puerta entreabierta.



Una mañana se presentan dos agentes judiciales con mandato de registro. Lydia está sola. Revuelven todo en las habitaciones. Cuando pasan a la de las cortinas llega la madre que es informada por su nuera. Ambas parecen contemplar el registro igualmente en vilo cuando uno de los agentes dice al otro:



─Mira también en las cortinas.



El agente lo hace y ve que no tienen nada, que allí no están los fajos de billetes que los espectadores habíamos visto guardar.



Los agentes se van y Lydia informa a su suegra que ella quemó todo el dinero. Un dinero del que los espectadores asumimos que le horrorizaba beneficiarse. Un dinero que provenía de un ladrón y homicida, a su vez fruto de un mundo siniestro sirviente del mal. Es interesante resaltar que la suegra admite pasiva la noticia.

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Y TRES, del TEATRO.-

También podría haberles traído el argumento de “La Muralla” (1954), drama de Joaquín Calvo Sotelo donde se nos muestra a un hombre que a las puertas de la muerte pide confesión. En ella informa que toda la fortuna que hizo después de la Guerra se inició por una prevaricación notarial y de registros, por él forzada, para adjudicarse la fraudulenta propiedad de una gran finca. Los legítimos herederos viven y son conocidos. El sacerdote le dice que se reserva la absolución a que antes devuelva a su legítimo dueño lo que le fue robado. El penitente lo plantea a sus familiares, esposa e hijos, que son unánimes en encontrar toda clase de subterfugios para no devolverlo...



La obra fue un gran éxito, creo yo que por ser el protagonista un militar del lado ganador.

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Con los relatos que anteceden mi lector puede examinar sus contrastes.

El de Raúl Ramírez y el dictamen de "la casa"; o el de Jacky/Lydia y el beneficio de un crimen.

Y también, desde luego, el nudo de la obra teatral.

Y recapacitar en la moral de un mundo ─y una Iglesia─ hijos de un cristianismo no tan lejano como puede parecernos, enfrentada a la de otro mundo, diametralmente opuesto, descrito a diario en nuestro tiempo.



Y cómo, por ser el dinero herramienta muy útil en la vida, nos inclinamos fácilmente a desvincularlo de su procedencia. Pero el dinero es más que herramienta pues que va siempre calificado por su uso. Naturalmente, visto que con dinero se puede obtener todo, nos es facilísimo "estar dispuestos a todo" con tal de conseguir dinero, y no siempre mucho. No está desvinculado de esos nombres que se ensucian prevaricando al disponer para sí de los depósitos de ahorradores bancarios, de informaciones privilegiadas, del engorde de facturas con comisiones a cobrar bajo cuerda, de robos de dimensiones escandalosas como los ERE de Andalucía, el Vita y los señores Negrin y Prieto, .



Algo que no es sólo de hoy. Por ejemplo, siguiendo con España, los años bonapartistas, o aquellos otros de la Regente Maria Cristina, del Conde de Romanones, o los peores del cantonalismo, o los expolios de arte religioso disculpados por la Desamortización... En conjunto "esas oportunidades" que enriquecieron a ciertos apandadores y dinastías de la plutocracia. Y es que la inocencia de la herramienta dinero, esencialmente neutra, no existe cuando su utilidad procede del delito.

Esto fue la razón de que la esposa de Robert decidiese que lo mejor era quemar los fajos de billetes. Y, también, de que Raúl se diera cuenta de que la organización religiosa, "la casa" de don Augusto, sólo era ejemplar en su libreto y muy poco o nada en su aplicación.





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