EL APOCALIPSIS, UN GRITO DE RESISTENCIA Y DE ESPERANZA

El silencio nos da luz para discernir los signos de Dios y los del monstruo y la bestia en la historia.

Es una llamada a la resistencia y a la esperanza.

A finales del siglo I las comunidades de Jesús vivieron una situación de crisis, envueltas en situaciones trágicas de persecución. El imperio romano exigía a todos sus súbditos un sometimiento al poder militar y a su estilo de vida. El emperador era considerado un dios al que había que rendirle culto. La sociedad estaba dividida en hombres libres y esclavos. La fraternidad brillaba por su ausencia.

 Las comunidades cristianas se encontraron ante una disyuntiva: aceptar vivir sometidas al pensamiento único del imperio o rechazar la idolatría imperial y vivir marginadas e incluso perseguidas. Algunas personas claudicaron, pero la mayoría resistieron y no pocas fueron asesinadas. Juan, líder de las comunidades del Asia Menor, hombre profundamente espiritual y rebelde frente al imperio, en la soledad del destierro en la isla de Patmos, sufría una crisis profunda. En el silencio profundo no olvidaba a su pueblo. Sabía que algunos compañeros y hermanos de comunidad, por miedo, habían desertado. Los que se mantenían firmes eran perseguidos y otros asesinados. Y él ahí, solo, desterrado, abatido y sin esperanza. Parecía que el imperio había triunfado.

 Juan medita e interioriza la oposición frontal  entre el proyecto de vida de las comunidades de Jesús y el proyecto de muerte del imperio.  La crisis le llevó a penetrar en la interioridad del silencio y desde ella barrunta y descubre la revelación de Dios sobre la historia. Comienza a ver la realidad con ojos nuevos y reconstruye la rota esperanza. Todo lo que siente lo escribe en el libro que conocemos como el Apocalipsis. Hace una llamada a la resistencia frente al imperio y aporta un mensaje de fortaleza y de esperanza, porque la última palabra sobre la historia no la tienen los poderes imperiales sino el Dios de la vida. Jesús, el que fue muerto y  resucitado está a nuestro lado y sólo él tiene en sus manos el destino de la historia humana. Él es el único Señor. El emperador romano no es el Señor. Ningún sistema socioeconómico es el Señor. El Apocalipsis ofrece la clave para interpretar los acontecimientos de la historia desde el lado de las víctimas a la luz de la fe y con los ojos del corazón.

 El Apocalipsis llamamonstruo al imperio romano porque destruye la vida de los empobrecidos, fomenta la esclavitud, promueve invasiones de territorios, impone valores contrarios al espíritu de fraternidad proclamado por el evangelio de Jesús. El monstruo se afana por dominar el mundo y someter la conciencia de los pueblos. Su ética es la ambición económica, el engaño y la violencia. Su dios el poder y el dinero. El monstruo entrega el poder a la bestia (Ap 13, 2-4). La bestia representa a todas aquellas personas, instituciones y gobiernos que defienden y personifican los intereses del monstruo.

 Ahora no tenemos el imperio romano, pero tenemos otro imperio más poderoso y maligno a nivel planetario. El sistema socioeconómico capitalista neoliberal, marcadamente excluyente y destructor del medio ambiente, se ha globalizado y ha convertido el mundo en un gran mercado.

 El monstruo ha idolatrizado el dinero. No hay otro dios que el mercado. Las corporaciones transnacionales han tomado todo el planeta como su campo de acción, haciendo del libre mercado un dogma sagrado, un dios. Considera las cosas según su precio, no según su valor. En el capitalismo el dinero es la medida de todas las cosas. En España los políticos neoliberales hablan de rebajar impuestos, con ello buscan privatizar los servicios públicos y enriquecer a los más ricos. Por eso, hoy más que nunca,  interpelan con fuerza aquellas palabras de Jesús de Nazaret: “¡No se puede servir a Dios y al dinero!”.

 El monstruo controla los grandes medios de comunicación. Los tiene sometidos a los intereses de las poderosas corporaciones económicas y financieras y de los gobiernos que los sustentan. Controla el pensamiento de los pueblos para que discurran de acuerdo a su ideología.  Impone su ideología como la única válida. En lo religioso favorece el surgimiento del fundamentalismo, sea católico, protestante, islámico, judío… Fomenta el miedo al terrorismo que él mismo ha favorecido. El monstruo necesita del terrorismo para justificar sus operativos. Antes, el enemigo era el comunismo, ahora es el terrorismo. 

Verdaderamente, vivimos en un mundo complejo en donde el poder invisible de los intereses económicos y geopolíticos mueve los hilos de la historia. ¿Cómo leemos y desde la espiritualidad? De alguna manera, hoy nos vemos retratados en la experiencia existencial de Juan en la isla de Patmos, acosados por el monstruo neoliberal y sus políticos. El miedo y la desesperanza nos golpean. La tentación es el desánimo.

 Nos puede ayudar el asomarnos al siglo II a.C. El pueblo hebreo vivía sometido a la tiranía del rey helénico Antíoco IV. El libro de Daniel, igual que el Apocalipsis, llama al pueblo a armarse de valor y firmeza y ofrecer resistencia al poder opresor. Infunde ánimo y esperanza a la comunidad que vive en una situación de crisis porque el bien no puede ser vencido por el mal. Daniel describe al imperio con la visión de una estatua:

“Era una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario. Su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro…Pero una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como la paja cuando se limpia el trigo en verano, que el viento la arrebata sin dejar rastro. Y  la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña grande” (Dn 2, 31-35).

El profeta se está refiriendo a los distintos imperios que han dominado al pueblo: el babilónico, el asirio, el egipcio y finalmente, el imperio griego macedónico. El Apocalipsis, después, se centrará, como hemos señalado, en el imperio romano. La piedra que chocó con la estatua y la destrozó representa la fuerza espiritual de los pueblos, su conciencia, su organización y su coraje para cambiarla. 

Es por eso que tenemos la certeza de que este imperio que hoy domina al mundo no es eterno. Caerá, como cayó la estatua de Daniel. Proclama el Apocalipsis: “Cayó, cayó Babilonia la grande” (Ap.18,2), refiriéndose a la Roma imperial. Es el grito de esperanza de los profetas antiguos como  el de los profetas de nuestro tiempo. Es un grito que nace de las interioridades del silencio.

Muchos hombres y mujeres están descubriendo las flaquezas del monstruo, y a pesar de saberse débiles, desenmascaran su perversidad y señalan estrategias para debilitarlo. Pedro Casaldáliga dice: “Nos sentimos como soldados fracasados de una causa invencible”, la causa de la justicia, la causa del amor, la causa de Jesús. En verdad, como señala el Apocalipsis, la fuerza está en lo pequeño, en lo débil. Como decíamos, la última palabra no la tiene el poder del monstruo ni de las bestias sino el Dios que acompaña el caminar de los pobres y de cuantos luchan por otro mundo distinto. “No temáis -dice Jesús-, yo he vencido al mundo”.  Por muy poderoso que pueda aparecer el monstruo, el amor acabará triunfando.

Tener esperanza en un mundo diferente es una amenaza para el monstruo neoliberal, que piensa que con él ha llegado el “fin de la historia”, la plenitud de todo modelo socio-económico y político. Por eso trata de descalificar a los que sueñan en un mundo distinto, los llama demagogos, extremistas, populistas, radicales, comunistas, bolivarianos... Los difama e incluso los persigue y asesina. Al monstruo se le puede aplicar aquellas palabras de Nietzsche: “Los poderosos sólo podrán dormir tranquilos cuando el pueblo ya no espere nada, cuando esté sin esperanza”.

El monstruo tiene la fuerza, las armas, el dinero y el poder, pero le falta la verdad que la tienen aquellos hombres y mujeres, comunidades y movimientos sociales, que anhelan un mundo de justicia, fraternidad  y de vida digna para todos sin exclusión. Esta es la causa de Jesús, la causa de Dios. Una canción de Jimi Hendrix decía que “cuando el poder del amor venza al amor del poder, el mundo conocerá la paz”.

En el silencio percibo que todo en la historia es pasajero. Nada es eterno. Imperios de todo signo, sistemas socioeconómicos, partidos políticos, gobiernos…, todo, todo pasa. Todo es caduco. Por eso no me inmuto ante  los acontecimientos contradictorios de la historia. Sólo me duele el sufrimiento de tanta gente, víctima de estos sistemas.

 El hecho de vivir sosegado me posibilita tener una nueva visión de la historia, mantener viva la esperanza y la motivación para seguir soñando y luchando, en la medida de mis posibilidades, por un mundo más humano y un planeta más limpio. Cuanto más oscura es la noche más brillan las estrellas.

 El cambio anhelado no llegará por la fuerza de las armas, ni por el poder del dinero, sino por la fuerza de la razón contra la razón de la fuerza. Sólo los hombres y mujeres con profundidad ética y espiritual, serán capaces de aportar al cambio estructural tanto a nivel nacional como mundial. (El Grito del silencio, capítulo 5. Bermúdez. F. Editorial PPC).

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