LAS BIENAVENTURANZAS, UTOPÍA DEL REINO DE DIOS
Adviento, tiempo de cambio y de esperanza en una nueva humanidad libre de violencia, odios, venganzas, guerras... Las bienaventuranzas anuncian el nacimiento de un hombre y mujer nuevos y de una sociedad diferente, de justica, paz y fraternidad, como utopía que vamos haciendo ya realidad en la medida que nos comprometemos en la humanización de este mundo.
| Fernando Bermúdez López
Adviento, tiempo de cambio y de espera en medio de un mundo marcado por el odio, las guerras, el genocidio y la muerte. Las bienaventuranzas reflejan el alma de Jesús. Él mismo es el modelo de las bienaventuranzas. Él es el hombre bienaventurado por excelencia. Las bienaventuranzas nos muestran la pasión de Jesús por la justicia y por un orden nuevo en la vida de la humanidad. Nos revelan que los preferidos de Jesús, los pobres, los que sufren, son bienaventurados porque Dios está de su parte y los va a liberar. Nos revelan la dimensión trascendente y espiritual de la vida, realizada en la historia.
En las bienaventuranzas Jesús anuncia un nuevo mundo en donde ya no habrá hambre, ni tristeza, ni llanto... ni habrá más hombres que exploten y excluyan a otros. Ya no habrá racismo, ni xenofobia, ni odio a los adversarios. Es el mundo soñado por Dios, anunciado por el profeta Isaías (Is 65,17-25 y 11,6-9).
Las bienaventuranzas anuncian el nacimiento de un hombre y mujer nuevos y de una nueva sociedad, como utopía que vamos haciendo ya realidad en la medida que nos comprometemos en la humanización del mundo.
Al llamar felices a los pobres, Jesús está expresando cómo el reino de Dios se va a realizar a favor de los débiles, los pobres, los que no cuentan. Dios se revela haciendo justicia, liberando al oprimido, levantando al caído, fortaleciendo al débil. Dios no revela su reino a los grandes y poderosos de este mundo, a los adinerados y autosuficientes. Estos, con su ambición y soberbia, han cerrado su corazón a Dios y a los hombres. Se han hecho insensibles a las angustias y sufrimientos de los pobres. El poder y la riqueza los han cegado imposibilitándolos para desentrañar la raíz estructural del mal. Por el contrario, el abrirse a la justicia de Dios y el compartir con los necesitados es signo de conversión y camino cierto para ser bienaventurado. Recordemos la conversión del rico Zaqueo (Lc19,1-10). La conversión auténtica incide también en el cambio estructural del orden social, económico y político, que es la causa principal de que tantas personas y tantos pueblos vivan en la exclusión y la pobreza.
Dios revela su Reino al pueblo sencillo, que sabe compartir sus bienes y su vida con los demás y a todos los que están dispuestos a recibir su revelación. “En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y poderosos y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque así ha sido tu voluntad” (Lc 10,21).
Las bienaventuranzas en el evangelio de Lucas muestran que los pobres, los oprimidos, los excluidos, los que sufren, son bienaventurados porque Dios está con ellos y los va a liberar. Las bienaventuranzas en el evangelio de Mateo, en cambio, nos señalan un programa de vida: la opción de vivir pobres como virtud evangélica y desprendidos de toda riqueza en una actitud de servicio y solidaridad con los desheredados de la tierra. Pero sustancialmente coinciden. En Lucas los pobres son bienaventurados por su misma condición social, porque a diferencia de la lógica del mundo, ahora son tenidos en cuenta por Dios como parte de su Reino, pero también por ser compasivos, por amar a sus enemigos (que es lo contrario a la lógica del mundo basada en el odio a los enemigos, la venganza y la falta de compasión). Mateo señala “los pobres en espíritu”, que son aquellos que viven según el espíritu de Dios: ser compasivos, tener el corazón limpio, ser apacibles…
Si Dios está de parte de los pobres no es porque estos sean santos, sino porque en un mundo dividido entre ricos y pobres, Dios está con los más necesitados y víctimas del sistema. Así se ha revelado Dios a lo largo de la Biblia. Él desea que en la humanidad reine la igualdad y la verdadera hermandad. A los pobres se les llama bienaventurados no por su pobreza sino porque, gracias a la justicia de Dios, va a cambiar su condición con la llegada del Reino.
Las bienaventuranzas desenmascaran, desafían y descalifican al capitalismo neoliberal por ser un sistema que busca la acumulación de riqueza en reducidos grupos de poder económico, siendo la causa principal del hambre de millones de seres humanos. A la luz de las bienaventuranzas este sistema es idolátrico.
Las bienaventuranzas sólo son comprensibles desde la lógica del Espíritu. Para la lógica humana, y sobre todo para el sistema capitalista neoliberal, son un absurdo. Por eso, comprender y vivir las bienaventuranzas es un don del Espíritu.
Jesús termina las bienaventuranzas proclamando felices a los perseguidos. Tanto Mateo como Lucas concluyen con esta bienaventuranza:
“Felices vosotros cuando por causa mía os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias contra vosotros. Alegraos y mostraos contentos, porque será grande la recompensa que recibiréis en el cielo” (Mt 5,11-12).
“Felices vosotros cuando os odian, os expulsan y os consideran unos delincuentes a causa del Hijo del hombre. En ese momento alegraos y llenaos de gozo...” (Lc 6, 22-23).
Esta bienaventuranza responde a una identificación con Jesús perseguido, calumniado, torturado y crucificado. “Somos coherederos con Cristo, siempre que suframos con él” (Rm 8,17). Esta bienaventuranza contiene la promesa de la resurrección.
La bienaventuranza de los perseguidos es fruto de la fidelidad a la causa del Reino. Jesús fue calumniado, difamado, perseguido y asesinado por ser fiel a su misión. Quien es perseguido y sufre por Cristo, por su Reino, es decir, por la construcción de un mundo donde quepan todos, es bienaventurado: “¡Alegraos y llenaos de gozo!”. Quienes viven en la dinámica del reino de Dios son hombres y mujeres felices. Esta felicidad no es sólo un consuelo para la otra vida. Jesús la promete en el presente, en este mundo, porque el Reino empieza ya en la historia. Pero esa felicidad tendrá su plenitud más allá de la historia, en la total y definitiva realización del reino de Dios.
Las persecuciones vienen, generalmente, por parte de los poderosos de este mundo: gobiernos, empresarios, terratenientes, policía, ejército..., Obispos como Óscar Romero, Juan Gerardi, Helder Camara, Leonidas Proaño, Alberto Iniesta, Samuel Ruiz, Pedro Casaldáliga, Álvaro Ramazzini... y multitud de sacerdotes, religiosas, laicos y laicas fueron difamados, amenazados, perseguidos y muchos de ellos asesinados por su fidelidad al Evangelio de Jesús.
Óscar Romero, quien también sufrió incomprensión por parte del Papa y de muchos de sus hermanos obispos, es un testimonio vivo de las bienaventuranzas. He aquí algunos fragmentos de sus homilías:
“¡Qué hermosa experiencia es tratar de seguir un poquito a Cristo y, a cambio de eso, recibir en el mundo la andanada de insultos, de discrepancias, de calumnias, la pérdida de amistades, el tenerlo a uno por sospechoso!” (Homilía 8, julio de 1979).
“No hay derecho para estar tristes. Un cristiano no puede ser pesimista... Un cristiano siempre debe alentar en su corazón la plenitud de la alegría. Hagan la experiencia, hermanos. Yo he tratado de hacerla muchas veces y en las horas más amargas de las situaciones, cuando más arrecia la calumnia y la persecución. Unirme íntimamente a Cristo, el amigo, y sentir una dulzura que no la dan todas las alegrías de la tierra. La alegría de sentirse íntimo de Dios, aun cuando el hombre no lo comprenda a uno. Es la alegría más profunda que pueda haber en el corazón” ( 20, mayo de 1979).
Los hombres y mujeres del Reino ven el mundo de una manera diferente al de quienes no lo son. Porque tienen un corazón limpio, libre de maldad, de soberbia, de ambición de poder y de deseos de venganza. Es por eso que Jesús coloca a los niños como modelos del Reino, ellos son limpios de corazón. Ven las cosas, las personas, la vida y la historia de una manera muy distinta. Lo ven desde el prisma de Dios. Saben descubrir la dimensión de profundidad y el sentido contemplativo que encierra la vida.
Para descubrir la “otra” dimensión de la vida es necesario despojarse del sentido pragmático y utilitarista en que comúnmente nos movemos, como resultado de los criterios impuestos por el sistema capitalista neoliberal que hoy domina globalmente en el mundo.
El hombre o la mujer que se rige por la lógica de este mundo “no capta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender” (1Cor 2,14).
Quienes viven en la dinámica del Reino detectan la acción del Espíritu en el corazón de la historia, que penetra y alienta todo movimiento y organización del pueblo que lucha por superar situaciones de injusticia y discriminación. Estos hombres y mujeres han descubierto la dimensión trascendente de la historia. Saben por qué viven y para qué luchan. Saben hacia dónde se camina.