¿DONDE ESTÁ DIOS EN LAS MASACRES Y GUERRAS?

“Mi corazón estará llorando toda mi vida”

Introducción

Recientemente leí la narración de los testigos de la masacre de San Francisco, municipio de Nentón, departamento de Huehuetenango (Guatemala). Estos testimonios fueron recogidos por el Padre Ricardo Falla en el libro “¡Yo lo vi!  ¡Lo vi todo!”, publicado por el Comité Óscar Romero de Tarragona.

Duele el corazón al palpar el sufrimiento provocado por el ejército guatemalteco contra humildes campesinos mayas de la etnia chuj, atrocidades que ni siquiera harían las bestias más feroces.

Presento una síntesis de esta masacre con el objetivo de sacar del olvido la muerte injusta y cruel de tantos hombres, mujeres y niños asesinados y dignificar su memoria. Lo que sucedió en San Francisco es una más de las casi 200 masacres cometidas en Guatemala, destacando entre ellas la masacre Plan de Sánchez en Baja Verapaz, ocurrida al día siguiente de la de San Francisco. Guatemala y toda Centroamérica fue escenario de un genocidio perpetrado por el ejército nacional, apoyado por los poderes económicos y por el gobierno de Estados Unidos. Guatemala, junto con El Salvador, es el país que ha sufrido la más despiadada tiranía y represión. Todas estas muertes claman al cielo. Es la sangre de Abel que corre por las venas de la historia, exigiendo justicia.

Pretendo también con estas memorias analizar las causas de las masacres y contribuir a la construcción de un mundo nuevo de fraternidad, para que nunca más se repitan estos hechos de dolor y muerte. La recuperación de la memoria histórica no tiene otro objetivo sino recordar a las víctimas y dignificarlas para que su sangre contribuya a la reconciliación y a la paz que nace de la justicia, como señalaba el obispo mártir Juan Gerardi.

El año de 1982 visité en Chiapas (México) los campamentos de refugiados guatemaltecos asentados a lo largo de la frontera con Guatemala. Allí escuché multitud de testimonios de sobrevivientes de masacres. Me impactaron de tal manera que no pude callar. Reconocí en ellos los rostros sufrientes de Cristo.  Recogí algunos datos de estas masacres en el librito “Cristo muere y resucita en Guatemala” (CUPSA, 1985, México), traducido al inglés por la editorial Orbis Books de New York  con el título  “Death and resurrección in Guatemala”,   y al alemán por la editorial Exodus de Friburg con el título “Kirchen in den Katakomben”. Este libro dio a conocer al mundo lo que estaba sucediendo en Guatemala.

Presento brevemente algunas otras masacres de humildes campesino e indígenas en Guatemala y El Salvador. El interrogante que surge desde lo más profundo de los testigos, fue éste: ¿Dónde estaba Dios cuando masacraban a tanta gente inocente?

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El plan contrainsurgente

El 13 de noviembre de 1963 un numeroso grupo de militares jóvenes guatemaltecos, formados durante el periodo democrático de Arévalo y Árbenz, se sublevaron para acabar con la corrupción del gobierno del entonces presidente Miguel Ydígoras Fuentes y recuperar la soberanía nacional frente a la intervención norteamericana en el país.

Esta rebelión fue aplastada por los marines de Estados Unidos. Los sublevados sobrevivientes se refugiaron en las montañas donde en contacto con los campesinos e indígenas de las aldeas tomaron conciencia del estado de injusticia, marginación y pobreza extrema  existente. Se le unieron campesinos y estudiantes. Así surgió la guerrilla en Guatemala con el objetivo de liberar al país de la tiranía e instaurar un gobierno soberano que busque la justicia, la equidad y  la soberanía nacional. A partir de entonces, el gobierno norteamericano, junto con la inteligencia israelí, intervinieron para aplastar el movimiento insurgente.

Destacados militares de Guatemala y de otros muchos países de América Latina se formaron en la Escuela de las Américas, ubicada primero en Panamá y desde 1984 en Fort Benning, Georgia, (Estados Unidos). Ahí aprendieron técnicas de guerra contrainsurgente para reprimir a los pueblos cuando éstos luchan por sus derechos. Entre estas técnicas sobresalen la conformación de escuadrones de la muerte, la redada de campesinos jóvenes para integrar el ejército y su ideologización en los cuarteles; técnicas de secuestro, tortura física y psíquica y asesinatos selectivos de líderes sociales, políticos y religiosos, la aplicación de políticas de tierra arrasada y ejecución de masacres. Asimismo, aprendieron a crear un ambiente de miedo y terror para desarticular los procesos organizativos, considerados como amenaza para el Estado.

Desde 1981 el ejército de Guatemala implementó la política de “tierra arrasada”, que aplicaron los norteamericanos en Vietnam de quitarle el agua al pez. La población campesina es a la guerrilla como el agua al pez. Este fue el objetivo de la política de “tierra arrasada”.

Comenzaron por el departamento de Baja y Alta Verapaz, Quiché hasta llegar a Chimaltenango, Huehuetenango y San Marcos. Los militares fueron arrasando las comunidades sospechosas de apoyar a la insurgencia, cometiendo horrorosas masacres. La población sobreviviente fue capturada y encerrada en las llamadas “aldeas modelo”. Los que pudieron, huyeron y se refugiaron en la espesura de las montañas de la sierra o de la selva, conformando las Comunidades de Población en Resistencia (CPR). Y otros, alrededor de 55.000 campesinos e indígenas, sobre todo sobrevivientes de masacres, atravesaron montañas y ríos hasta alcanzar el territorio mexicano, reasentándose en campamentos a lo largo de la frontera.

La política de tierra arrasada alcanzó su clímax durante el gobierno del general Efraín Ríos Montt. Miles de indígenas mayas ixiles fueron masacrados, sobre todo en el triángulo entre Nebaj, Cotzal y Chajul (Quiché), incluidos el párroco de esta última localidad, José María Gran y el catequista Domingo Batz.  El norte de Quiché, en la selva de Ixcán, sufrió horrorosas masacres descritas por el antropólogo jesuita Ricardo Falla en el libro “Masacres de la Selva”.

La población indígena veía en la guerrilla una esperanza de liberación de siglos de explotación desde la conquista española.  Uno de estos pueblos indígenas mayas fue la etnia chuj de la finca de San  Francisco, municipio de Nentón (Huehuetenango), fronterizo con Chiapas.  Ellos no eran guerrilleros. Eran trabajadores de la finca. Tal vez algunos colaboraban aportando alimentos a los combatientes del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).

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Masacre de San Francisco

Fue el sábado 17 de julio de 1982. Uno de los testigos, Mateo Ramos Paiz, cuenta que a las 5 de la mañana de este día sábado llegaron alrededor de 600 efectivos del ejército al caserío de San Francisco. Bajó un helicóptero en el campo de futbol con un coronel y dos oficiales. Traían a un hombre amarrado con cuerdas y con señales de haber sido golpeado o torturado. Tal vez, dice el testigo, era un guerrillero. La población se asustó y no sabía qué hacer.

Los soldados se distribuyeron por todo el caserío, convocando a gritos a toda la población para que salga y se reúna junto a la iglesia y el juzgado local. Registraron todas las casas para que no quede nadie. En el registro que hicieron  se llevaron lo que encontraban de valor, dinero, transistores, algún reloj… Todas las puertas quedaron abiertas. A los hombres los encerraron en el salón del juzgado y cerraron las puertas. A las mujeres y los niños los introdujeron en la iglesia. “Yo -dice el testigo Mateo-  lo vi todo”. Uno de los catequistas propuso a todos los hombres hacer una oración para que Dios nos de fuerza “porque no sabemos lo que va a pasar”, decía.

A las 11 de la mañana los militares ordenaron a un campesino que les lleve dos toros. Él fue, los desató y se los llevó. Los soldados mataron a los dos toros, hicieron fuego y se los comieron. Apenas terminaron de comer, hacia la 1 de la tarde, sacaron de la iglesia a las mujeres más jóvenes y se las llevaron a sus casas para violarlas. Con cada mujer iban ocho o diez soldados. Después de abusar sexualmente de ellas las mataron. Las que ofrecieron más resistencia fueron decapitadas. Inmediatamente después, prendieron fuego a las casas. Ahí se carbonizaron los cadáveres de las mujeres.

Regresando a la iglesia, ametrallaron a las mujeres que estaban ahí encerradas. Entre el estruendo de la metralla se escuchaba los gritos desgarradores de las mujeres.  Los niños lloraban y gritaban llamando a sus mamás y a sus papás. Un niño de aproximadamente 3 años salió llorando. Caminaba descalzo y ensangrentado. Un soldado lo coje por los pies y lo estrella contra el tronco de un árbol, desparramándose sus sesos por la tierra. A otros niños les metieron un puñal en el vientre, abriéndolo en canal de abajo a arriba. Los hombres, encerrados en el salón del juzgado, vieron por una ventana que estaba semiabierta, todo lo que estaba sucediendo. Y no sabían qué hacer. Varios jóvenes se arriesgaron a abrir de par en par la ventana. Se saltaron, pero fueron ametrallados. Solo tres lograron huir entre el monte esquivando la metralla.

Hacia las 3 de la tarde comienzan a sacar a los ancianos del salón del juzgado. Los mataron uno a uno clavándoles un machete en la garganta. Así murieron degollados. “Chorros de sangre salía, entre las risas de los soldados”, dice el testigo.

Después de matar a los ancianos, siguieron con todos los hombres. Los soldados fueron sacándolos por pequeños grupos y a medida que salían del salón los ametrallaban. Un catequista invita a hacer oración. Todos comenzaron a orar en alta voz para que Dios reciba sus almas.

Ya quedaban solo siete vivos en el salón. Los soldados lanzan una granada. Todos murieron menos dos, que quedaron bajo los cadáveres de los compañeros. El testigo. Mateo, se hizo el muerto. Todo era silencio. Al atardecer, como a las 7 de la tarde, este hombre comienza a hablar en su corazón con los muertos, su esposa, hijos, hermanos, compañeros de comunidad, con los que tenía encima desangrados. Se encomienda a ellos. “¡Ayúdenme!, ¡Ayúdenme!”, les suplicaba en el silencio de su corazón.

La ventana seguía abierta. Se levanta. Se quita las botas de hule, dejándolas dentro. Se asomó por la ventana. Observando que no habían ningún soldado, saltó. Se arrastra por el suelo como una culebra para que no lo vieran. Otro que todavía quedaba vivo, aunque muy herido, se saltó también detrás de él. Lo vieron los soldados. Le dispararon y allí murió.

A la media noche, el sobreviviente se levantó de la tierra y se puso a caminar. Iba descalzo por la montaña hacia la aldea de Yulaurel. Caminaba como borracho, como drogado. Llegó a la aldea y no encontró a nadie. Toda la población huyó aterrorizada. Entonces, él siguió caminando hacia la frontera de México. Por el camino se encontró con otro compañero que salió antes, saltándose por la ventana del juzgado.  A las 11 de la mañana del domingo llegaron a Santa Marta, aldea del municipio mexicano de Comitán, del estado de Chiapas. Dice el testigo que no podía hablar. Se quedó mudo. Caminaba como sonámbulo. No sentía nada, ni cansancio, ni hambre, ni sed, ni frio, ni tristeza, ¡nada!. Iba con la cabeza, el rostro y todo el cuerpo empapado de sangre coagulada. La población los acoge, les dan posada, agua para beber y para que se laven, ropa limpia y comida.

El  testigo Mateo decía con palabra casi ininteligibles: “Solo escucho a los muertos. Mi corazón está con el dolor de todos los muertos… Yo lo vi todo … Estoy mirando cómo muere mi mujer, mis hijos, mis hermanos y hermanas, los niños, mis compañeros…, porque todos vivíamos como hermanos. Por eso mi corazón estará llorando toda mi vida”.

El otro testigo, Andrés Paiz, se salvó porque estaba en el campo con el ganado y al escuchar que los militares disparaban a la gente, se fue corriendo al monte con el dolor de dejar en casa a su mujer, a sus hijos y a sus hermanos. Otros ocho hombres más, que de madrugada se fueron a trabajar al campo, lograron salvase. Se refugiaron en Chiapas. Los sobrevivientes de la masacre de San Francisco se quedaron en los campos de refugiados Santa Marta y La Gloria, en Chiapas, donde la diócesis de San Cristóbal de las Casas, con su obispo Samuel Ruiz al frente, les dieron los primeros auxilios. 

Una vez terminada la masacre en San Francisco, los militares incendiaron el poblado. Todo quedó reducido a cenizas. Años más tarde, cuando los sobrevivientes, acompañados por algunos mexicanos, fueron al lugar solo encontraron entre las cenizas los cráneos de sus familiares y compañeros. Uno de ellos se hincó de rodillas, tomó en sus manos los cráneos y permaneció largo rato en silencio, con los ojos cerrados, llorando.

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Masacre en Plan de Sánchez

Ocurrió al día siguiente de la masacre en San Francisco. Fue el domingo 18 de julio de 1982.    Plan de Sánchez es una aldea de Rabinal, Baja Verapaz. Era día de mercado. Acudió gente de otros poblados. A media mañana llegó el ejército procedente de Cobán. Los soldados taparon todos los caminos y obligaron a la gente de la aldea y a los que estaban en el mercado para que acudieran a la plaza. A las mujeres las llevaron a la iglesia, menos a las adolescentes de 12 a 15 años, que se las llevaron a una casa para violarlas. Después las mataron. A los hombres los encerraron en el salón comunal e inmediatamente los ametrallaron. Murieron aproximadamente 180 personas. Algunos lograron escapar y esconderse entre los árboles. Ahí vivieron en el bosque durante dos años, pasando hambre y sed, incluso alimentándose de raíces de arbustos. Tenían miedo de bajar al pueblo de Rabinal.

En el ametrallamiento, un niño de 8 años quedó ileso bajo los muertos. Por la noche logró levantarse y salir. Estaba todo su cuerpo empapado de sangre. En el silencio de la noche escuchaba los aullidos de los coyotes. Se quedó asustado en un rincón entre los cadáveres. Se pasó las manos por el cuerpo para ver si tenía alguna herida. No podría llorar ni gritar. Temblaba de frío y de terror. Cuando amaneció bajó al pueblo de Rabinal. La gente se asustó al ver a aquella pequeña figura irreconocible toda cubierta de sangre coagulada de pies a cabeza. No podía articular palabra alguna hasta varios días después.

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El pozo de Las Dos Erres

Era el día 5 de diciembre de 1982. El Ejército colocó retenes para impedir que salieran personas de la aldea Las Dos Erres, departamento del Petén, Guatemala. Tenía sospechas de que esta aldea colaboraba con la insurgencia.

Al llegar la noche, llegó a la zona un pelotón especial de kaibiles (fuerzas de élite del ejército), con la instrucción de registrar la aldea y matar a sus habitantes. Los militares entraron uniformados como guerrilleros, para hacer creer a la población del área que la responsabilidad de las matanzas era de la guerrilla.

A las 3 de la madrugada del día siguiente, 6 de diciembre, comenzaron a sacar a la gente de sus casas. A los hombres los encerraron en la escuela y a las mujeres y niños los confinaron en dos iglesias de la comunidad, una católica y otra evangélica. Registraron casa por casa, buscando armas, pero no encontraron nada de lo que buscaban ni propaganda guerrillera. La población permanecía asustada sin saber lo que iban a hacer los militares.

Al amanecer, los militares separaron a un grupo de niños y comenzaron a asesinarlos de un modo salvaje. En medio de los llantos de los pequeños las madres y padres de familia trataron de enfrenarse a los soldados. Sufrieron golpes hasta reducirlos al silencio. Después de matar a los niños los fueron arrojando a un pozo. Mientras tanto, otros militares, cuadros medios, sacaron de la iglesia a las mujeres jóvenes, muchas de ellas menores de edad, para violarlas. Ellas se defendían arañando a los militares.

Hacia las 4 de la tarde los militares sacaron a los hombres de su confinamiento. Les vendaron los ojos y fueron conducidos a la orilla del pozo, donde fueron nuevamente interrogados sobre su colaboración con la guerrilla. Ante la negativa de los campesinos, los soldados los fueron ametrallando uno tras otro. A medida que caían los arrojaban al pozo. Durante la noche del 6 al 7 de diciembre, las mujeres que aún se encontraban retenidas fueron nuevamente violadas y torturadas. A las embarazadas les provocaron el aborto a puro golpes y patadas.

El 7 de diciembre por la mañana las mujeres fueron sacadas del templo y conducidas a la orilla del pozo donde fueron fusiladas.  Después arrojaron al pozo los cadáveres.  Los militares, al escuchar gritos de los heridos que aun seguían con vida en el pozo, comenzaron a echar tierra hasta cubrirlo. El total de muertos fue de 172 personas. Entre ellas 73 eran niños y niñas menores de 12 años. Un pequeño grupo de jóvenes, escondidos entre los matorrales, se salvaron y fueron testigos de lo sucedido.

El 8 de diciembre llegó a la aldea de Las Dos Erres un pequeño grupo de campesinos de una aldea vecina, tras la noticia de la masacre. El ejército les permitió entrar. Una vez dentro fueron ametrallados.

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Sacuchúm Dolores

Visité esta comunidad ubicada en el departamento guatemalteco de San Marcos, en enero del año 2000. Son indígenas mayas de la etnia mam. Escuché a los testigos de esta masacre, que aconteció el 24 de diciembre de l981. Ese día el ejército ocupó la aldea de Sacuchúm Dolores. Los militares, con una actitud prepotente e irrespetuosa, entraron en todas las casas, robaron el dinero que encontraban y sacaron por la fuerza a todas las familias, obligándolas a concentrarse en la plaza de la iglesia. Algunos que se resistían, sobre todo ancianos que apenas podían caminar, fueron golpeados y arrastrados hacia la plaza.

Cuando los vecinos estaban reunidos en la plaza de la iglesia, el oficial al mando de la tropa subió a la torre del templo y dio órdenes de que a un lado se coloquen los hombres y a otro lado las mujeres con los niños. Y desde lo alto de la torre de la iglesia dijo:

-Hoy vamos a hacer limpieza aquí porque sabemos que hay algunos colaboradores de la guerrilla. Todos ustedes van a morir.

De en medio de la población, un hombre llamado Justo Velázquez, gritó:

-¡No lo permita Dios!

Al escuchar esto, el oficial respondió furioso:

-¡Dejen a Dios a un lado! Hoy no es Dios el que está con ustedes, soy yo, el capitán.

La gente estaba acorralada por los soldados, que apuntaban desafiantes con sus armas. El pánico se apoderó de toda la población. El capitán ordenó escoger a 49 personas, entre las cuales había varios catequistas. Cuarenta y cuatro eran hombres y cinco mujeres, entre estas una adolescente de 15 años llamada Rosaura. Cuando separaron a estas personas se hizo un silencio sepulcral en toda la población. Solo se escuchaba el grito de los soldados, obligando a la gente a colocarse en cuclillas y amenazándola para que nadie se moviera. Colocaron en fila a los sentenciados y poco después se los llevaron amarrados con cuerdas frente a la angustia e impotencia de sus familiares. Las mujeres lloraban al ver a sus esposos  o hijos e hijas  salir escoltados por un centenar de militares. Al resto de la población, el capitán les dijo:

-Váyanse a sus casas y quédense allí sin prender las luces. Si observamos alguna luz iremos y mataremos a toda la familia.

A los que habían sido apartados se los llevaron a un lugar de la montaña llamado El Bramadero. Eran como las 7 de la tarde. Estaba anocheciendo. Llegando al lugar señalado los militares obligaron a todos cavar una fosa. Después, los ataron a los troncos de los árboles y los torturaron. Uno de los catequistas, llamado Felipe, mientras sufría las torturas, gritaba: “¡Señor, Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Al rato, fue un grito colectivo, una oración que arrancaba de lo más hondo del dolor. Los militares, insensibles al sufrimiento, los torturaban aún con más crueldad. Con los machetes cortaron palos, los afilaron y se los introdujeron con fuerza en la boca, hasta el fondo, para que se callaran. Las víctimas se retorcían por el dolor, arrojando sangre. De esta manera, con la plegaria ahogándose en la garganta, fueron muriendo uno tras otro.  Las mujeres antes de ser torturadas fueron salvajemente violadas por turnos de soldados. Antes del alba todos y todas habían muerto.  Los cadáveres fueron arrojados a la fosa que las víctimas habían cavado.

Todos murieron menos uno, Enrique Fuentes, que herido de gravedad, se hizo el muerto. Hacia las 9 de la mañana del 25 de diciembre se marcharon los militares. Es entonces cuando Enrique, se levantó entre los cadáveres y con mucha dificultad bajó a la comunidad. Providencialmente,  él se salvó para dar testimonio del modo como murieron sus compañeros. Con mucho dolor y miedo los familiares de los muertos subieron al lugar para sacar y recoger los cadáveres de sus esposos, hijos, hijas o hermanos.

¿Qué espíritu diabólico se introdujo en estos militares, que en nombre de la Seguridad Nacional y del anticomunismo, realizaron tales crueldades? ¿Qué intereses hay detrás de estas masacres?

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Panzós

En la década de los ochenta fueron muchas las masacres cometidas por el ejército de Guatemala, que sería interminable mencionarlas. Sin embargo, en la década anterior aconteció una masacre, la de Panzós, que fue un fuerte despertar de la conciencia de los pueblos indígenas. Este acontecimiento motivó que muchos indígenas vieran en la guerrilla una oportunidad para liberarse del yugo de la oligarquía terrateniente.

El 29 de mayo de 1978 el mundo se estremeció con la noticia de que en Panzós, Alta Verapaz, casi un centenar de indígenas quekchíes fueron masacrados por el Ejército. El escenario de la masacre fue la plaza central del municipio en el que se habían concentrado aproximadamente unos 1.500 campesinos indígenas provenientes de las aldeas de Panzós, quienes se manifestaban pacíficamente exigiendo solución a los conflictos de tierras que llevaban sin resolverse desde años atrás, cuando un coronel del ejército se había apoderado de ellas. Los campesinos fueron citados en la plaza de la municipalidad por parte del alcalde Walter Overdick. Sin embargo, no fueron atendidos. Ante la situación de engaño, los ánimos se caldearon y gritaban exigiendo justicia. El clamor de los campesinos crecía.

Fue entonces cuando un militar apostado en el edificio municipal disparó sobre los manifestantes e inmediatamente, los soldados que rodeaban la plaza dispararon, matando en el instante a casi un centenar. Otros, heridos, salieron corriendo a esconderse en el bosque o cruzando el río Polochic. En la huida muchos murieron desangrados.

Varios agentes de pastoral de la diócesis de Verapaz acudieron a atender a los heridos. Una Hermana religiosa, impotente ante aquel drama, levantando cadáveres por el bosque y agotada por atender tantos heridos, clamaba en alta voz: ¡Oh Dios!, ¿dónde estás?, ¡Oh Dios, ¿dónde estás?

Años más tarde, un campesino de San Cristóbal Verapaz, Vicente Chem Caal, delegado de la palabra de Dios y líder comunitario, me informó detalladamente de esta masacre y cómo este hecho motivó a los campesinos poconchíes a organizarse para defender sus derechos. Policarpo fue secuestrado y asesinado el 10 de septiembre de 1984 por los escuadrones de la muerte al servicio del ejército.

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Masacre de indígenas salvadoreños

Son muchas las masacres llevadas a cabo por el Ejército de Guatemala, asesorado por militares norteamericanos e israelíes. Mas no solo Guatemala sufrió horrorosas masacres, también Honduras, Nicaragua y sobre todo El Salvador, donde dadas las circunstancias de extrema pobreza y desigualdad, los campesinos indígenas nahual del occidente del país, despojados de sus tierras y sometidos a trabajos de semi esclavitud, en el año 1931, empezaron a rebelarse contra los terratenientes. El Ejército acudió para reprimir la sublevación, secuestrando y torturando a sus líderes. Los campesinos no soportaron esta situación de muerte y continuaron exigiendo justicia y dignidad. El gobierno respondió asesinando a más de 25.000 campesinos. Era el año 1932. Esta masacre quedó grabada en el pueblo salvadoreño.

En 1980 el Ejército asesina al Arzobispo Óscar Arnulfo Romero por defender la vida de su pueblo frente a la represión gubernamental. En este tiempo se suceden varias masacres y asesinatos de defensores de derechos humanos, sacerdotes, religiosas y catequistas.

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Río Sumpul

El 13 de mayo de 1980 la Fuerza Armada de El Salvador y los paramilitares progubernamentales lanzaron una ofensiva en el departamento de Chalatenango para desbaratar las actividades de la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El ejército acusaba a la población de las aldeas cercanas al río Sumpul de apoyar a la insurgencia. Asesinó a varios líderes comunitarios.

La población, atemorizada, intentó huir a Honduras cruzando el río Sumpul, que hace frontera con este país, pero los soldados hondureños se lo impidieron, matando incluso a varios refugiados. Los campesinos se vieron entre dos fuegos.

Entonces, trataron de cruzar de vuelta el río. En ese momento los militares salvadoreños les esperaban y comenzaron a disparar sin piedad contra la población. Fue una matanza total. Muchas mujeres con niños huyendo de la balacera cayeron al río y murieron ahogadas junto con sus hijos. Quienes se escondieron entre los arbustos fueron ametrallados desde un helicóptero. La masacre duró entre seis y siete horas, dejando al menos 360 muertos. Pero muchas fuentes sitúan el número de muertos en 500. El gobierno salvadoreño y la embajada de Estados Unidos en San Salvador negaron la masacre.

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El Mozote

El Mozote era una pequeña población rural en el departamento salvadoreño de Morazán. Las casas estaban situadas alrededor de una plaza. En esa plaza estaba la iglesia católica y, detrás de ella, una casita conocida como el Convento, que usaba el sacerdote durante sus visitas a la población.

Un día 10 de diciembre de 1981 llegó el Ejército a la aldea. Los soldados ordenaron a los pobladores que salieran de sus casas porque iba a llegar Cruz Roja a repartir alimentos. La gente salió confiada. Pero fue una trampa de los militares para concentrar a toda la población. Allí permaneció hasta que los jefes del ejército dieron orden de que volvieran a sus casas y permanecieran encerrados hasta el día siguiente, advirtiendo que dispararían contra cualquier persona que saliera. Los soldados estuvieron patrullando la aldea durante toda la noche.

En la madrugada del 11 de diciembre, los soldados de nuevo volvieron a reunir a toda la población  en la plaza. La gente estaba asustada, preguntándose el por qué a estas horas de la madrugada les levantan de la cama, convocándoles de nuevo en la plaza. Los militares separaron a los hombres de las mujeres y niños. Los encerraron en lugares diferentes.

A los hombres los metieron en la iglesia. A las mujeres en una casa que estaba frente a la iglesia. Durante toda la mañana procedieron a interrogar, mediante torturas, a los hombres preguntándoles si había guerrilleros entre ellos. Después, en grupos de cinco, vendados los ojos  y amarrados de manos, los hombres eran sacados de la iglesia y fusilados. Los pocos que quedaban agonizando fueron brutalmente decapitados con golpes de machete en la nuca. A las doce del mediodía ya habían terminado de matar a todos los hombres.

Después de acabar con los hombres, los militares entraron en la casa donde estaban las mujeres con sus niños. Les quitaron los bebés a sus madres. Mientras unos soldados lanzaban a los bebés al aire otros les disparaban. Las mujeres gritaban desesperadas. Terminando de matar a todos los niños y niñas ametrallaron a las mujeres. Solo una mujer pudo escapar, aprovechando que los soldados estaban distraídos.  Se escondió entre los matorrales en la montaña donde permaneció herida, tendida en el suelo durante varios días. Esta mujer era Rufina Amaya. La única testigo de la masacre, quien vio morir a su marido asesinado durante la masacre, al igual que a sus cuatro hijos, Cristino, María Dolores, María Lilian, y María Isabel. Rufina vio y escuchó como los soldados violaron a las mujeres jóvenes y a las niñas, y luego las asesinaron. Ella contó: “Mi esposo, Domingo, fue uno de los primeros en morir. Iba en uno de los primeros grupos, pero comenzó a forcejear a los soldados y le dispararon. Estaba todavía vivo, pero otro soldado se acercó y con un machete lo degolló… También escuché que los soldados hablaban sobre las violaciones. Contaban y bromeaban sobre lo mucho que les habían gustado las niñas de doce años. Después de violarlas, los soldados las mataban a tiros o las decapitaban”. Hubo aproximadamente alrededor de 900 personas asesinadas, entre ellas más de 400 niños y niñas. Las autoridades salvadoreñas se negaron hacer una investigación. Negaron permanentemente la existencia de la masacre.

La Masacre del Mozote constituye un caso emblemático que refleja los atroces ataques que  sufrió la población civil durante el conflicto por parte del ejército salvadoreño. Hoy día, en la plaza del Mozote hay un monumento con los nombres de los asesinados y una gran placa que reza:

Ellos no han muerto,

están con nosotros,

con ustedes,

y con la humanidad entera.

Personas o comunidades que eran críticas con la política discriminatoria y represiva del gobierno fueron consideradas comunistas y, por lo tanto, había que eliminarlas. Esto sucedió en toda América Latina, desde Chile hasta Guatemala. Numerosos sacerdotes, religiosas, catequistas y obispos, fueron también asesinados por denunciar la situación de pecado existente y predicar la fraternidad, la justicia y la paz que nace del respeto a los derechos humanos.

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¿Dónde estaba Dios en las masacres y bombardeos?

La sangre derramada a lo largo y ancho de la tierra corre por las venas de la historia. Sangre de masacrados en todas las conquistas, sangre de indígenas de la Amerindia, sangre de esclavos negros de África, sangre de los asesinados en Auschwitz, sangre de palestinos, iraquíes, sirios, yemeníes, etíopes, somalíes, congoleños, ucranianos…, sangre de mártires que dieron su vida por una causa justa, sangre de innumerables hombres, mujeres, niños y niñas inocentes… Esta sangre proclama que en la historia hay víctimas y victimarios.

¿Por qué tanta violencia contra los pobres y contra los defensores de los derechos humanos? La situación de injusticia y pobreza llevó a los campesinos e indígenas, secularmente oprimidos y marginados, a tomar conciencia de las causas de esta dura situación en la que viven. Y decidieron emanciparse. Se organizaron y emprendieron un proceso de liberación, muchos de ellos motivados por su fe cristiana. Pero los poderes económicos y políticos trataron de aplastar a sangre y fuego todo intento de emancipación de los pobres. Con toda su fuerza militar buscan ser siempre dueños y señores de la vida de los pueblos. Parece que los poderosos tienen siempre la última palabra sobre la historia.

En esta crítica situación, el pueblo se pregunta: ¿dónde está Dios? ¿Si Dios está de parte de los pobres y de las víctimas, por qué permite que nos exploten y maten?

¿Por qué el silencio de Dios cuando el pueblo sufre y muere? ¿Dónde estaba Dios cuando los ejércitos masacraban a multitudes de hombres, mujeres, niños y niñas?

A lo largo de la historia, ¿dónde estaba Dios cuando los fuertes mataban a los débiles? ¿Dónde estaba Dios en los barcos repletos de esclavos negros, cazados en África, para su venta en las Américas?, ¿dónde estaba Dios en la matanza de indios de Norteamérica?, ¿dónde estaba Dios cuando, en los bombardeos de la “Desbandada” de Málaga a Almería, quedaron 15.000 mujeres, niños y ancianos muertos en la carretera?, ¿dónde estaba Dios en las masacres de Hitler, Franco o Mussolini?, ¿dónde estaba Dios en las matanzas entre los tutsis y los hutus en el corazón de África, donde murieron salvajemente alrededor de un millón de personas?, ¿dónde estaba Dios en los bombardeos y  masacres de niños y niñas de Yemen por los saudíes?, ¿dónde estaba Dios en los pueblos palestinos arrasados por el ejército israelí?, ¿dónde estaba Dios en las masacres de las dictaduras de Pinochet, Videla, Banzer, Stroessner  o Ríos Montt?, ¿dónde estaba Dios en la guerra de Irak, Siria, Afganistán, Birmania, Congo o Mali…?, ¿dónde estaba Dios en los permanentes asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos en Colombia? ¿Dónde estaba Dios en los bombardeos de Rusia contra la población civil de Ucrania y en todas las guerras e invasiones de la historia, tan cargadas de odio, destrucción y muerte?

Las guerras son la estrategia de los poderosos de las grandes potencias que siempre van a justificar, desde arriba, desde sus despachos y con mentiras sus acciones bélicas, para acrecentar su dominio, su poder y riquezas. ¿Qué razón de ser tiene la invasión de Rusia a Ucrania, pero también la represión y masacres de pro rusos en Donbass por parte del gobierno ucraniano?, ¿o las 800 bases e instalaciones militares de Estados Unidos en todo el planeta? ¿Qué razón de ser tiene la OTAN?

Esta realidad nos hace sentirnos impotentes. El llanto y la muerte de millones de niños y niñas nos golpean el alma y destrozan la esperanza. ¿Dónde estaba Dios? ¿Dónde?  Es el interrogante que arranca desde lo profundo del sufrimiento injusto provocado por los opresores.

¿Dónde está Dios? ¿Por qué no actúa? Si Dios es amor y quiere evitar el sufrimiento humano y no lo hace, ¿por qué lo permite? ¿Es que no es omnipotente? Y si es todopoderoso y no evita el sufrimiento, a muchos les hace tambalear su fe en un Dios bueno, compasivo y misericordioso.

¿Por qué los tiranos lo pasan tan bien y tanta gente buena lo pasa tan mal?, se preguntaba el misionero José Luis Caravias. ¿Por qué Dios se queda con los brazos cruzados viendo cómo el malvado se traga al inocente?

Es insoportable el silencio de Dios ante tanto sufrimiento absurdo.

¿Por qué no liberaste ni a tu propio Hijo de aquella muerte tan ignominiosa?

 Si existes, eres un Dios escondido…

¿O es que eres cruel? ¿O impotente?”

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El silencio de Dios

Estos interrogantes superan nuestra capacidad de respuesta. El horroroso sufrimiento de las matanzas y las guerras nos deja sin respuesta. Desde el día en que escuché entre los refugiados guatemaltecos, en Chiapas, los testimonios de las masacres solo encontré una respuesta: el silencio. Y en el silencio descubrí la presencia de Jesús de Nazaret, torturado, crucificado, humillado, muerto y destazado en la cruz. El hombre que pasó por el mundo amando y haciendo el bien, fue aniquilado por los poderes del mal. Él refleja a todos los inocentes y masacrados de la historia.

Si yo le preguntara al sobreviviente de la masacre de San Francisco ¿dónde estaba Dios? Solo me diría: No lo sé. Solo sé que “mi corazón estará llorando toda mi vida”. Tal vez solo en el silencio encontraría una respuesta.

Yo no la encuentro sino en la contemplación profunda del Crucificado del Gólgota, quien en su angustia clamaba: “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!”. Es el clamor de todos los oprimidos, perseguidos y masacrados a lo largo de los tiempos.

Parece que Dios calla ante el que murió injustamente en la cruz porque amaba a los pobres, porque proclamaba la justicia y la fraternidad universal, porque quería otro estilo de vida que sea signo del reinado de Dios. Jesús Crucificado estaba en aquel niño de tres años que fue agarrado por un soldado y estrellado contra el tronco de un árbol. Dios estaba en el anciano degollado, Dios estaba en aquellas mujeres violadas y asesinadas, Dios estaba en los campesinos de Panzós que reclamaban sus tierras. Dios estaba en las mujeres y niños que murieron ametrallados y ahogados en el río Sumpul, en el Mozote, en la selva de Ixcán, en Sacuchúm, en San Francisco Nentón...

Los que mataban decían que lo hacen por defender la civilización cristiano-occidental frente a la amenaza del comunismo. Veían comunismo en la defensa y promoción de los derechos humanos, en la exigencia de justicia, en los retos de la doctrina social de la Iglesia… Por eso mataron obispos, sacerdotes, religiosas, catequistas y ministros de la Palabra.

Cuando en 1982 el vicepresidente del gobierno de Guatemala, Mario Sandoval Alarcón, afirmó que “la Iglesia propaga el comunismo”, el arzobispo de Guatemala, entonces obispo de San Marcos, monseñor Próspero Penados del Barrio, contestó: “…¿es comunismo preocuparse por la educación de un pueblo donde más de la mitad de sus habitantes son analfabetos, o por la salud de un pueblo que tiene elevadas tasas de enfermedades endémicas y de mortalidad infantil, o el esfuerzo de la Iglesia por desarrollar programas encaminados a aliviar el hambre y miseria del pueblo. O denunciar el desempleo, bajos e injustos salarios, las condiciones de trabajo inhumano y discriminación racial? ¿Denunciar la tortura, desaparición y muerte de tantos inocentes…,o que la Iglesia dé su apoyo moral a organizaciones y movimientos que persiguen una vida más digna y humana? Si eso es comunismo, señor vicepresidente, sí somos comunistas, desde el papa Pablo VI hasta los obispos de Guatemala y, sobre todo, el mismo Jesucristo” (Diario La Hora,1982).

El Dios de los poderosos, de los opresores, no es el Dios de Jesús. Es otro Dios. Es el dios  de la Seguridad Nacional, el dios dinero. Es el dios del nacional-catolicismo en cuyo nombre se masacró a miles de seres humanos. “Su Dios no es mi Dios”, dijo el santo arzobispo Óscar Romero al presidente de El Salvador. Un Dios sin justicia, sin respeto a la dignidad de todo ser humano es un fetiche. Muchos poderosos toman el nombre de Dios en vano, convirtiéndolo en un monstruo.

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Jesús crucificado es la respuesta

Dios es amor. Está en los pobres y en la humanidad sufriente. No puede ser vencido por el odio, el mal y la muerte, ni puede contemplar impasible el sufrimiento de las víctimas. Dios nos presenta como respuesta al sin sentido de tanto horror y dolor a Jesús de Nazaret muerto en la cruz, quien fue resucitado.  Jesús es la única respuesta.

Por eso solo se puede asumir el sufrimiento y la muerte de estos hermanas y hermanos masacrados desde una actitud contemplativa del misterio de Dios. La última palabra no la tienen los poderes de este mundo ni el sistema capitalista neoliberal ni las potencias político-militares, ni las multinacionales económico-financieras que hoy se consideran dueñas y señores de la humanidad. La última palabra la tiene el Dios de la vida que resucitó al Crucificado y en él hizo justicia a los crucificados de la historia.

La resurrección de Jesús, el Cristo de Dios, abre la puerta a la esperanza. La muerte deja de ser el final de la existencia. Es el triunfo de la justicia sobre la injusticia, de la libertad sobre la opresión, de la verdad sobre la mentira y la falsedad, de la vida sobre la muerte. Todos los que a lo largo de la historia cayeron aplastados por el pecado de la injusticia y, concretamente los hombres, mujeres, niños y niñas muertos en estas masacres y en todas las guerras, viven en el corazón de Dios y en la memoria de las personas y pueblos que aman y trabajan por la vida y la paz que nace de la justicia.

Finalmente, nos seguimos preguntamos ¿dónde estaba Dios en estas tragedias de dolor y de muerte? Dios estaba en aquellos campesinos mexicanos de Chiapas que abrieron sus humildes casas para acoger a los refugiados guatemaltecos y sobrevivientes de las masacres. Con ellos compartieron techo, vestido, pan, compasión y amor. Ahí estaba Dios. Y hoy, Dios está en tantos hombres y mujeres de todo el mundo, de corazón abierto y solidario  que acogen a las víctimas de las tragedias. Dios está en las organizaciones e iglesias que salen al encuentro de la humanidad sufriente, de los refugiados sirios, afganos, africanos, ucranianos…, aportando su dinero y su tiempo, acogiéndolos como hermanos. Dios está en las personas que sueñan y luchan por otro mundo más humano y fraterno. Ubi caritas et amor ubi solidaritas Deus ibi est. Donde hay solidaridad y amor allí está Dios.

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Retos hoy

La realidad de violencia, guerras y masacres no nos debe dejar pasivos, con lamentos del pasado. Nos reta a:

*Salir al encuentro de las víctimas con un corazón compasivo, para acogerlas, consolarlas y aliviar sus sufrimientos.

*No permitir que quede en el olvido su memoria. Los que murieron injustamente claman desde la tierra exigiendo justicia, para que de esta manera nunca más se repitan estas atrocidades.

*Promover el camino del diálogo como forma de resolución de conflictos personales, sociales, políticos, a nivel nacional e internacional.

*Luchar por otro modelo de sociedad justo y fraterno, alternativo al capitalismo neoliberal porque es el principal causante de la injusticia y  las guerras que hoy domina en el mundo.

*Crear conciencia de que es urgente el desarme de las naciones y que el dinero que se destina a la carrera armamentista se destine al desarrollo de los pueblos, a mejorar la educación, sanidad y demás servicios sociales.

*Priorizar la formación en valores éticos, morales y sociales, frente al individualismo y el egoísmo colectivo del sistema. Implementar los valores del respeto a la vida, a la dignidad de toda persona, la fraternidad y la solidaridad.

*Fomentar el diálogo interreligioso, centrándose en la misión de las religiones para contribuir a la humanización de este mundo.

*Despertar sueños y esperanzas de una tierra limpia y de un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, de manera que a nadie le sobre para que a nadie le falte y todos y todas puedan vivir dignamente. Es una utopía que está lejos, pero a la que hay que aspirar.

Estos retos tienen riesgos, “pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y solo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos” (Mons. Juan Gerardi).

Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”(Mt, 5,9-10).

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