MEMORIA DE PEDRO CASALDÁLIGA

EN EL ANIVERSARIO DE SU PARTIDA DE ESTE MUNDO

¿Qué puedo decir yo que no se haya dicho de este gran profeta? Comenzaré diciendo que me encontré por primera vez con él en 1983 en Nicaragua, después, muchas veces en Centroamérica y México. No tuve la dicha de visitarle en Sao Félix do Araguaia, Brasil, sin embargo, la tuve cuando en el año 2002 llegó a mi pequeña casita en la aldea de Champollap, (Guatemala), aprovechando la invitación que le hizo monseñor Álvaro Ramazzini, hoy cardenal, para visitar la diócesis de San Marcos.

Comparto hoy lo que me sale del corazón. Pedro Casaldáliga, profeta y poeta de la vida y la   esperanza. Obispo de Sao Félix do Araguaia, en el Mato Grosso, una de las zonas más pobres de Brasil. Misionero durante 52 años en la selva amazónica. Inspirador de la teología de la liberación. Insigne defensor de los indígenas frente a la codicia de los grandes terratenientes que llegaban a quitarles las tierras. Fue un hombre de Dios, contemplativo en la acción. Místico con los pies en la tierra y revolucionario del espíritu. Vivió identificado con el proyecto de Dios, su Reino. Se transformó en voz de Dios ante los hombres y, a su vez, en voz de los pobres y marginados ante Dios y ante el mundo.

Hombre austero. Vivió pobremente como la gente campesina del lugar. Confesaba: “El consumismo consume la dignidad humana”. “No se puede ser libre sin ser pobre. Siendo pobre me siento libre de todo y para todo”. Pedro Casaldáliga fue sencillo, cercano, amable y bondadoso. Su casa siempre abierta a toda la gente. Fue libre como el viento y coherente. Proclamaba lo que vivía y vivía lo que proclamaba. Lúcido, observador de la realidad social y crítico frente al sistema capitalista neoliberal que deshumaniza y explota a los seres humanos y destruye la naturaleza.  Soñador de una nueva humanidad. Apasionado por la utopía del reino de Dios. Tenía un corazón sin fronteras, grande como el continente latinoamericano al que llamaba la Patria Grande.

Se le estremecían las entrañas y el alma ante las injusticias y las masacres de los indios y campesinos en quienes veía el rostro de Cristo. “Soy incapaz de presenciar un sufrimiento sin reaccionar”, confesaba. Su vida fue un canto a la compasión, a la solidaridad y al compromiso liberador.

Denunció al imperio estadounidense y desafió la dictadura militar de Brasil (1964-1985). Fue calumniado, perseguido y amenazado de muerte por los poderosos terratenientes, por el régimen militar y por la policía de la región. Sufrió varios atentados. Su arma fue el amor, la denuncia profética, el perdón, la oración y la vivencia del espíritu de las bienaventuranzas de Jesús. En medio de las amenazas nunca perdió la esperanza y la paz interior. Decía: “Cuanto más difíciles son los tiempos, más fuerte debe ser la esperanza”. Fue un hombre de esperanza contra toda desesperanza. Hizo de la esperanza un estilo de vida y una causa evangelizadora.

Se mostró crítico con el poder y la riqueza de las altas jerarquías de la Iglesia. Soñaba con una Iglesia pobre al servicio de los pobres, al estilo del papa Francisco. Como obispo, rechazó las insignias episcopales, por báculo tenía un bastón, por mitra un sombrero de paja y siempre caminando con sandalias campesinas. Jesús de Nazaret fue su maestro, a quien siguió con radicalidad evangélica. Vibraba con su evangelio.

Se identificó con la causa de los mártires, desde Óscar Romero a quien proclamó a los pocos días de su martirio “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”, hasta Enrique Angelelli, Juan Gerardi y tantos laicos y laicas, religiosas y sacerdotes que dieron la vida por ser consecuentes con su fe en la defensa de los pobres. Pedro Casaldáliga vivió al filo de la muerte.  Cuando recibía amenazas decía: “No me da miedo morir”. Había asumido una causa justa y no le importaba morir asesinado. Siempre tuvo conciencia de que sus causas valían más que su vida. Casaldáliga fue un mártir viviente. Proclamaba:

 "Al final del camino me dirán:

¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres..."

Pedro Casaldáliga llegó con sus 92 años al final del camino. Él no ha muerto. Terminó su camino en la historia, su cuerpo quedó sepultado junto a los indios de la Araguaia.  Pero su espíritu y su palabra profética seguirán vivos en el corazón de Dios y en el corazón de los hombres y mujeres que sueñan y luchan por una nueva humanidad de justicia y fraternidad.

Sus causas siguen hoy plenamente vigentes y su testimonio de vida es un referente en medio de este mundo neoliberal. Casaldáliga es una luz de esperanza. Nos dice que la última palabra sobre la historia no la tienen los poderes de la muerte insertos en las estructuras capitalistas e imperialistas, sino el Dios de la Vida que resucitó al Crucificado.

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