DE LA VERDAD A LA POSVERDAD

El poder impone su ley sin límite mientras el valor de la vida y la dignidad humana se aniquila. Esta narrativa instalada como verdad, funciona como escudo moral ante una opinión pública desinformada y manipulada. La posverdad se está imponiendo, reduciendo la verdad a cenizas

Vivimos en un mundo en donde los bulos, la fake news, noticias falsas están a la orden del día. Hoy es muy fácil ser engañado y manipulado. La sensación de estar desbordados ante tanta información digital lleva a muchos al nihilismo, a no creer en nada y en nadie. Se utiliza descaradamente la mentira, que es un indicador de la decadencia de valores éticos y morales en la sociedad, sobre todo en los que detentan el poder.

Apenas hay referentes éticos y espirituales que inspiren los medios de comunicación. Los partidos son endémicamente corruptos, cada vez son menos creíbles, en palabras     del filósofo murciano Alejandro Moreno. Siento que hay un vacío moral y espiritual y una ausencia de utopías esperanzadoras.

Este fenómeno genera en multitud de personas una profunda confusión y desorientación. Existen intereses en distorsionar deliberadamente la realidad para manipular creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública. Cuando el poder controla las redes sociales, se tergiversa la verdad y ésta deja de ser un valor humano. Todos sabemos que una mentira dicha mil veces es asimilada como verdad.

Se llama derecho a lo que es genocidio. Se dice: “Israel tiene derecho a defenderse” cuando en realidad lleva 75 años asesinando palestinos e invadiendo sus territorios. Asimismo, se califica de antisemitismo toda crítica al genocidio y crímenes de guerra que comete Netanyahu tanto en Gaza como en Cisjordania con el apoyo del gobierno de Estados Unidos y el cobarde silencio de la Unión Europea.

Se habla de guerra contra el terrorismo mientras se apoya a países que asesinan a niños y niñas por bombardeos o por hambre. Se habla de paz mientras se lanzan bombas.

Se habla de diálogo y negociación diplomática cuando se incrementa el armamentismo y se normaliza la violencia si ésta sirve a determinados intereses estratégicos. El genocidio deja de ser un crimen para convertirse en una responsabilidad. De esta manera las víctimas desaparecen.

Se levanta la bandera de la democracia para imponer un sistema dictatorial, tal como lo estamos observando en El Salvador. Se habla de combatir la delincuencia mientras se detiene a gente inocente. De los 90.000 presos que hay en la megacárcel de este país, más de 20.000 son personas a las que no se le ha encontrado ningún delito, según defensores de derechos humanos.

Se habla de libertad mientras se persigue y reprime a los que se manifiestan exigiendo tolerancia, respeto a la diversidad, defensa de los inmigrantes o solidaridad con Palestina, tal como está sucediendo en los Estados Unidos.

Se habla de globalización cuando se desprecia al inmigrante, se le persigue y criminaliza, argumentando que es agente de delincuencia y de inseguridad, como clamaba un político de la ultraderecha de la Región de Murcia.

Se habla de lucha contra la corrupción mientras se ocultan fangos y cloacas que corrompen la vida política. Se habla de historia, pero tan solo la de los vencedores. La de los vencidos queda entre escombros u olvidada en fosas. Se habla de respeto a la ley y se violan los derechos humanos, incluso promoviendo el terror.  Se habla del respeto al derecho internacional y se permite que haya países que lo ignora y viola sistemáticamente. Se habla de impunidad y se desconoce el estado de derecho.

Se celebran cumbres internacionales sobre el cambio climático cuando cada vez más crece la degradación del medio ambiente y el calentamiento global, e incluso se criminaliza a los ecologistas.

Se habla de Dios, ¿pero qué Dios? Un Dios fabricado a imagen y semejanza de los poderosos, sostenedor del orden establecido, mientras se ignora sus mandamientos, sobre todo el amor fraterno, la misericordia y el perdón. “Yo soy la Verdad”, clamaba Jesús el nazareno. Pero también a él se le ha manipulado convirtiéndolo en una imagen inerte de un retablo o de ceremoniosas procesiones.

En la Iglesia se habla de unidad mientras se discrimina a la mujer de los ministerios ordenados y se niega el celibato opcional de los sacerdotes.

El poder impone su ley sin límite mientras el valor de la vida y la dignidad humana se aniquila. Esta narrativa instalada como verdad, funciona como escudo moral ante una opinión pública desinformada y manipulada. La posverdad se está imponiendo, reduciendo la verdad en cenizas.

Ante esta realidad, visualizo como apremiante alternativa la profundización en los valores éticos y espirituales; el afianzamiento de la responsabilidad de indagar en la naturaleza de la verdad; la aspiración a una sociedad más madura capaz de liberarse de los miedos, de la confusión y de la cultura distópica que tratan de imponernos. Urge  el desarrollo de una revolución de la conciencia crítica; la promoción de encuentros comunitarios de análisis. Y finalmente, abrirnos a la conciencia de solidaridad con la humanidad sufriente, más allá de las fronteras geográficas y mentales. Allí donde hay una persona que sufre, hay un hermano o hermana a la que hay que ayudar.

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