2.1.2. El Concilio Vaticano II, acontecimiento del Espíritu

Con esta sugerente expresión, Joaquín Perea, en la Revista Ecclesia Viva No. 227 de julio-septiembre 2006, aborda el tema de la actualidad e importancia del Concilio Vaticano II en el contexto del conflicto de interpretaciones sobre el mismo. Enumeramos los argumentos utilizados por el autor para sostener esta afirmación :

La voluntad del papa convocante

El discurso inaugural del Concilio, sin duda el acto más relevante del pontificado de Juan XXIII, trazaba su retrato con anticipación. Era una lla-mada a la Iglesia para que se hiciera consciente de que se encontraba ante un mundo nuevo, al cual había que presentar los valores del evangelio de la igualdad universal, de la justicia, de la paz. Juan XXIII en la homilía de la eucaristía que cerró el primer período conciliar preveía ya el desarrollo posterior de los frutos del concilio y habla otra vez de “nuevo Pentecostés” y de salto adelante del reino de Cristo. En definitiva, la idea del Concilio en Juan XXIII se caracteriza por la convicción de que la fe puede generar un acontecimiento histórico adecuado a las nuevas exigencias de la humanidad.

La pastoralidad


El carácter pastoral del Concilio y de todos sus documentos…es la elección de una orientación específica, de una dinámica de fondo, que se refleja en puntos concretos y que consiste en que el Concilio en todas sus declaraciones quiere proponer fundamentalmente un testimonio de la verdad cristiana de forma clarificada ante el mundo y con la mirada en las otras Iglesias y religiones.
Por ello el Vaticano II es único en la historia de los concilios. No ha querido proponer definición alguna, no emitió disposiciones de tipo jurisdiccional, no tuvo intención de atacar errores concretos. Quiso renovar a la Iglesia a la luz de las inaplazables cuestiones contemporáneas.
Para esta forma de testificación de la verdad cristiana, denominada con el término “pastoral”, es válida la promesa del Espíritu según la S. Escritura. Lo cual no significa de ningún modo la atribución de que la Iglesia sea capaz de conocer la correspondiente época en todas las particularidades con precisión y en cierto modo infaliblemente. Pero sí significa que la Iglesia desde la fe reconoce la verdad del mundo, de los hombres y mujeres en sus justificadas reivindicaciones, en las que se descubre la presencia del Espíritu.

El “aggiornamento”

El término en la mente de Juan XXIII tiene un significado más amplio que reforma de la Iglesia. Significa disponibilidad y actitud de búsqueda y compromiso global en favor de una inculturación renovada del evangelio.
No indicaba reformas institucionales ni modificaciones doctrinales, sino una inmersión total en la tradición con la finalidad de un rejuvenecimiento de la vida cristiana para responder a las necesidades del presente. Fidelidad a la tradición y renovación profética estaban destinadas a conjugarse. La lectura de los signos de los tiempos debía desembocar en el testimonio del anuncio evangélico.
La historia es reconocida como lugar teológico, es decir, realidad en la cual la fe puede alimentar su búsqueda incesante del Reino, no para una celosa posesión de este, sino para convertirla en sede privilegiada de la amistad con la humanidad…
Ningún concilio anterior propuso el “aggiornamento” como su leitmotiv o principio directivo, con la implicación de que la Iglesia debe cambiar en ciertos aspectos para encontrar a los tiempos, más que pedir a los tiempos que cambien para encontrar a la Iglesia. El concilio consideró axiomático que el catolicismo era adaptable al “mundo moderno”. Este criterio significaba un cambio radical del integrismo que marcó en su mayoría el pensamiento católico en los siglos XIX y XX y que veía casi todo lo procedente de la Ilustración como incompatible con la Iglesia.
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