Vivimos una situación con final abierto

Confieso que he vivido estos días el suceso catalán con profunda preocupación, hasta mi cuerpo se ha resentido en el sueño y en la digestión. Aquello de es “un momento histórico” quedaba anticuado en unos minutos. Desconozco si había un relato escrito con antelación o algún plan estratégico, pues como se suele decir, parecía de película, pues no se sabía el final.
Una vez que la ley parece que se impone y delirio virtual ha llegado a la cumbre deseada, reconozco que queda un final abierto, que no va a terminar con las elecciones, todo lo más puede ser una calma o una tregua.
Hoy nos encontramos ante un fenómeno bastante universal, al menos en la sociedad occidental, no es un simple hecho aislado. Yo lo defino como la búsqueda de identidad y seguridad ante un mundo globalizado, secularizado, multi-cultural y pluri-religioso.
Ayer después de la declaración unilateral de República Catalana veía el rostro de algunos gobernantes y congresistas que no reflejaban la alegría y el gozo que correspondería al momento que se estaba viviendo, eran como medias sonrisas, tal vez estaban pensando en el después de la proclamación. Curiosamente los más sonrientes y saltarines eran los del grupo más radical, pues para ellos ese momento era el “plus” a que aspiraban. Y me pregunto ¿Dónde quedaba el pueblo de Cataluña?
Lo que realmente me conmovió fueron las manifestaciones de algunas personas mayores, sencillas, hombres y mujeres que decían, entre lágrimas: “En estos momentos me acuerdo de mis antepasados, lo que hubieran sentido si pudieran haber estado en este momento de la declaración…”. Me llegaron a afectar en mis entrañas, me conmovieron de verdad. Percibía como que vivían una vivencia o experiencia extraordinaria, casi religiosa. Pero pronto surgió en mí esta cuestión ¿cómo es posible que personas mayores se puedan sentir así ante una simple declaración de independencia? No lo entiendo, tal vez en los jóvenes lo puedo entender que se dejen llevar por el relato de un país de ensueño, más libre, más justo y solidario, sobre todo en una sociedad donde hay tanta corrupción, falta de trabajo, de utopías...
Entonces me vino a la memoria aquella famosa frase de Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Ciertamente en la sociedad europea, desde hace algún tiempo están surgiendo ciertos “ismos”, que tienen cierto carácter absolutista sobre todo afectiva y sentimentalmente y con muy poco razonamiento, como puede ser el consumismo, el populismo, el nacionalismo, legalismo, el independentismo… Son idolatrías cuando se convierte en algo determinante, absoluto y excluyente en las vidas de las personas y, sobretodo, los otros son los causantes y culpables de todo.
Es verdad que, especialmente en Europa, se ha dejado de “creer en Dios” o mejor dicho en cierta imagen de Dios, que yo tampoco creo, ni me anima, ni me mueve un dios distante, lejano, que prohíbe, sin más, aquello que más no gusta y atrae; que nos obliga a unos ritos que muchos ven como algo vacío de vida y sin sentido… Pero confieso que yo, como creyente y como sacerdote, no he ofrecido testimonio claro de la imagen de Dios que nos brinda Jesús en el evangelio.
He de reconocer que de Dios, en sí mismo, puedo decir bien poco, a pesar de haber estudiado mucha teología. El Dios, que confieso y da sentido a mi vida, es aquel por el que me siento amado y me invita a acompañar al otro en amor. Esa experiencia me ayuda a descubrir el mundo como una realidad abierta y misteriosa, Casa Común de todos los seres, en la que me siento convidado a descubrir, respetar e integrar. Me invita a abrirme a mi propia responsabilidad como sujeto personal, asumiendo la tarea de realizarme en libertad, consciente que él me acompaña. Me estimula a vivir la experiencia de una fraternidad y solidaridad que es gratuita y transparente, no sola económica y jurídica, que integra las diversidades como una riqueza querida por Dios…
Es por eso que en esta situación inédita, en que nos encontramos los españoles, la considero como una oportunidad, como un final abierto. No la siento como una situación lejana y distante, pues mi condición humana animada por mi fe cristiana me impulsa a implicarme más en el proceso de humanización en el que estoy comprometido.
Nacho
Volver arriba