¿Qué significa empezar por mí, por ti…?

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Son muchos los desafíos que tenemos hoy los cristianos si queremos vivir según el Espíritu de Jesús. Unos vienen de la sociedad secular, multi-cultural y pluri-religiosa, otros vienen de la misma Iglesia, llamados a ser una Iglesia sinodal y en salida. Pero uno de los mayores desafíos, actualmente para mí, es que “no sabemos cómo nace hoy un cristiano”. Ante los desafíos surge inmediatamente la pregunta ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar?

La respuesta inicial, a mí me parece: “¡Hay que empezar por ti, por mí!...” y ¿Qué significa empezar por mí, por ti…? Para mí significa, ante todo, volver a la fuente, es decir, ir hasta el corazón de la experiencia humana. La clave está en reconocer la experiencia humana como núcleo que sintetiza todo lo que me viene de fuera y lo que siento y vivo dentro de mí. Es ahí donde hay que escuchar al Espíritu de Jesús que habita en lo profundo de cada persona, que es el que lleva la iniciativa. “El Espíritu os recordará todo lo que os he dicho” (Jn 14, 26). Esto me ha supuesto olvidarme de aquel esquema de canales y acueductos pastorales, demasiado vigentes aún, por los que no fluye el agua del Espíritu. El Espíritu que es la fuente, tengo que percibirlo, acogerlo y discernirlo en la escucha de la experiencia de la vida. Centrarme en la escucha de la experiencia ha significado para mí hacer un pasaje en mi vida y mi actividad pastoral: dejar de centrarme, sobre todo, en las sesiones y cursos de formación, para pasar a vivir experiencias por medio de itinerarios. En los cursos y sesiones trataba de informar, aportar nuevas ideas, argumentar para convencer, abrir horizontes. En el fondo creía que la verdad de la vida era algo que se aprende, pero, en la vivencia de los itinerarios, he descubierto que los cursos dejaban de lado otras dimensiones humanas, que las ciencias (Psicología, pedagogía, neurolingüística…) vienen poniendo en evidencia. Esto no quiere decir que estoy en contra de la formación, la lectura…, al contrario la sigo valorando, pero la sitúo al servicio de la vida humana, la mía y la de las demás personas. Para mí el Itinerario, vivido con otras personas, está siendo una experiencia con resonancias en todo el ser y en todos los niveles: físico, intelectual, afectivo, relacional, espiritual. El itinerario es algo más que un conjunto de actividades, es una inmersión en la realidad, de la que salgo siempre transformado en parte. En el itinerario la verdad me la apropio, verificándola en la experiencia y convirtiéndola en convicción personal. Finalmente, hay que tener presente que nuestra sociedad secular está excluyendo del ámbito social la “religiosidad cultural” reduciéndola a algo folclórico y sentimental, sobre todo en occidente. Esto yo lo percibo como una oportunidad que nos recuerda y nos urge, que la fe auténtica tiene que proponerse por medio del testimonio de vida de los creyentes y no solamente por las expresiones religiosas. El itinerario al ser una experiencia compartida, cuyo ánimo y fuerza se inspira en el Evangelio, puede ser un medio en nuestra sociedad actual, para engendrar en la fe, puesto que el ejercicio del itinerario, como medio pedagógico, invita a las personas a ir dando pasos para ir descubriendo el Evangelio, como quien tiene que descubrir, poco a poco, un territorio desconocido. Mi experiencia, después de vivir tantos itinerarios, es como subirse a una barca con otros compañeros y compañeras, y durante un tiempo, cómo si nos ejercitáramos en la conducción de la barca, ejercitarnos en la conducción de la propia vida y vivirla según el Espíritu de Jesús. He aquí los diversos dinamismos que, por medio de los itinerarios, me han ayudado a ir armonizando y unificando mi vida personal, con mis relaciones interpersonales, con la naturaleza y con el mundo en el que vivo:

  • Vivir de adentro a fuera

Significa que vivo desde lo que pienso, siento y decido, no desde lo que se dice, lo que se cree, ni desde lo que me enseñaron o de lo que se manda, lo que no quiere decir que esté en contra de todo ello. Que sea yo el centro de mi experiencia, eso no es egoísmo ni intimismo, sino que es la base para conocerme, quererme y, así, poder compartir y solidarizarme.

  • Centrar la atención en la vida y en el Dios de la Vida

La actitud básica es la escucha de la vida, de activar la fe primordial en la humanidad y abrirnos al Espíritu de Jesús que nos muestra horizontes de humanización e impulsa a las personas a interesarnos por dicha humanización. La calidad de vida humana puede ser tan importante como la vida misma.

  • Acoger el evangelio como una experiencia de fe singular

Los evangelios no fueron escritos como narración de lo sucedido por alguien que lo contempló, no son una biografía sobre Jesús, son testimonio de una vida renovada por la experiencia del encuentro personal con el Espíritu de Jesús. Por tanto, no son historias para contar, sino experiencias vivas a descubrir.

  • Experimentar el inter-cambio espiritual como medio para vivir el “nosotros”

El inter-cambio aquí lo tomamos en el sentido de compartir la palabra entre dos o más personas. Dar la palabra es dar la oportunidad de poder devenir ser humano, es expresión de nuestra confianza en la humanidad. La palabra inter-cambiada implica a las personas, puesto que la realidad se manifiesta a través de lo que cada persona dice, de forma que se realiza entre nosotros una verdadera comunión, cosa que no ocurre en un discurso, una conferencia…, donde las particularidades deben ser evitadas y la implicación solo puede llegar a un acuerdo sobre una visión común.

  • Abrirnos al servicio como estilo de vida

Fe y servicio no se pueden separar, están estrechamente unidas y entrelazadas. No estamos llamados a servir sólo para tener una recompensa, sino para imitar a Dios, que se hizo siervo por amor a nosotros. Y no estamos llamados a servir de vez en cuando, sino a vivir sirviendo. El servicio es un estilo de vida, más aún, resume en sí todo el estilo de vida cristiana: servir a Dios en la adoración y la oración; estar abiertos y disponibles; amar concretamente al prójimo; trabajar con entusiasmo por el bien común. Por eso es importante que no nos pasemos la vida preguntándonos quién soy, sino quién me necesita (cfr. Mt 25,40).

Nacho

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