Año de la misericordia

El Papa ha inaugurado un año jubilar muy especial: júbilo y virtud compasiva de la misericordia que perdona y facilita la reconciliación. Dos razones muy cristianas que debieran estar más presentes en quienes nos decimos cristianos, algo natural en lugar de ser excepcionales en el seguidor de Cristo. Alegría por la experiencia de que Dios nos ama y misericordia como conducta liberadora que nace de dicha experiencia, porque lo que es prioritario para Jesús no puede ser vivido como un mensaje secundario y, al mismo tiempo, sentirnos buenos cristianos.

Ser misericordiosos y compasivos es la vocación a la que todos hemos sido llamados, incluso los que no han experimentado todavía el regalo de la fe o la han perdido. Es el camino para lograr una convivencia llevadera; de lo contrario, viviremos mucho tiempo como en una selva. Las Bienaventuranzas van en esta dirección, buscando que el amor de Dios en nosotros se transforme en el motor de la historia.
Para lograrlo, Cristo propone caminos de audacia sin asideros, seguridades mundanas ni dogmáticas (que para eso están las virtudes cardinales) al tiempo que nos pide que nos transformemos en odres nuevos al margen de esquemas rígidos, por muy consolidados que estén; aunque sean esquemas religiosos, si estos impiden que actuemos como lo hizo Jesús. Pero es evidente que la compasión y la misericordia no están de moda en la sociedad occidental, tan influenciada por el filósofo Nietzsche, que asemejaba compasión con debilidad mientras la enfrentaba con el superhombre. (“Alabado sea lo que endurece”).

Necesitamos recuperar la imagen de Dios todo Él misericordia y compasión, gratuidad y regalo constantes. No son pocos los que dicen ser seguidores suyos aunque muestran una imagen de Dios sombría y justiciera, moldeada a imagen de la cultura religiosa occidental que produce muchos alejamientos entre gentes que buscan al verdadero Padre. El Reino de Dios y su justicia empiezan aquí y los cristianos somos sus manos para implantarlo con su gracia pero en libertad; por eso necesita de nuestra fe y de nuestras obras. Sin estos mimbres, todo el castillo de la religión, la teología y la ortodoxia no sirven para la Buena Noticia universal. Solamente con el ejemplo y la coherencia de la fe viva renacerán las fuerzas para la esperanza y la alegría en tantos millones de alejados a pesar de las cruces de la vida y de los fallos humanos.

No puede ser que la Iglesia institución sea, en la práctica, más importante que la Buena Noticia del Reino de Dios. No puede ser que el medio sea más importante que el fin. Es comprensible porque somos humanos, pero no justificable y, mucho menos, defendible. Si recuperamos las actitudes de misericordia y compasión, viendo el ejemplo del papa Francisco, habremos entrado en la vivencia esencial del evangelio. Y larealidad la describe con lucidez Jon Sobrino, cuando afirma que los salteadores del mundo anti-misericordioso toleran que se curen heridas, pero no que se sane de verdad al herido ni que se luche para que éste no vuelva a caer en sus manos. Cuando eso ocurre gracias a la Iglesia, esta es amenazada, atacada y perseguida, lo que demuestra que se ha dejado regir por el “Principio-Misericordia” sin quedarse reducida simplemente a sumar "obras de misericordia".

La misericordia, en fin, es para los audaces como Francisco, capaces de revolucionar la existencia con conductas maduras de amor profético que llegan a lugares impensables de alcanzar solo con la ortodoxia y con retóricas de poder más propias de los príncipes de la Iglesia que tanto se incomodan cuando el profeta Francisco desempolva el verdadero evangelio en pleno Adviento. Aleluya.
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