Cleicalismo y laicado

Poco a poco, la organización de la Iglesia ha ido derivando hacia un poder que poco tiene que ver con Jesús de Nazaret y su Buena Noticia. No se ha valorado suficientemente que desde el inicio, pasada la experiencia de Pentecostés, coexistieron diferentes modelos organizativos y que lo esencial es vivir y expandir el amor de Cristo con el ejemplo fraterno. La unidad no es uniformidad. “El sumo poder se ejerce bien cuando se dominan los vicios más que a los hermanos”, llegó a decir S. Gregorio Magno, y se nos ha ido olvidando.

Todo empezó a estropearse con Constantino y cuando la Iglesia se organiza a la manera de los dirigentes de la sociedad civil (s. II-III), acaparando el clero todas las funciones de la Iglesia. Y con ello, la jerarquización, la carrera eclesiástica y los privilegios. Hemos conocido la participación de los laicos reducida en la Eucaristía al monaguillo, como representante del pueblo en el altar. La mesa compartida de la Cena del Señor era en latín, con el clérigo de espaldas, alejado de una celebración comunitaria, gozosa y participativa. El papel de la mujer desapareció con excepciones, como la de las abadesas.

¿Dónde queda la función del pueblo sacerdotal, del laico, del Pueblo de Dios? En la historia de la iglesia, ¡cuán pocos santos laicos acaban siendo bendecidos por Roma! Individualismo, ortodoxia por encima de la praxis y tradición inmovilizadora, no dejan espacio al poder del Espíritu en la comunidad que ha descuidado su compromiso en prácticas tan esencialmente evangélicas como la misericordia, la compasión, la humildad, la fraternidad o la importancia relativa de los bienes de este mundo. El problema del materialismo consumista nos ha pillado con el pie cambiado.

Los laicos, pues, somos una categoría eclesial de segunda división en el Código Canónico, yse nos ha definido más por lo que no somos (no-sacerdotes, no-religiosos y no-religiosas) que por lo que somos, sin ofrecer una identidad teológica a pesar de que todos somos iguales ante Dios con diferentes carismas. Aún peor ha sido el tratamiento de las mujeres, a pesar de la posición y la dignidad que Jesús tuvo siempre con todas ellas sin achantarse a aquella sociedad sometida a los profesionales de la religión.

Lo cierto es que la sinodalidad ha abierto una compuerta de difícil retorno a pesar del encastillamiento clericalista que profesan también muchos laicos y laicas. Crece el número de quienes ya no aceptan una Iglesia autoritaria y triste. Están abiertos a Jesús, a su sueño divino y a los valores cristianos porque la Iglesia existe para anunciar a la humanidad que Dios es amor como su razón de ser.

En un mundo que se avecinaba tan plural, Pablo VI tocó la médula del problema al afirmar que el mundo de hoy escucha más a los testigos que a los maestros, más al ejemplo que a lo mandado. Y si escucha a los maestros, lo hace porque dan ejemplo, no solo por maestros. En este sentido, Juan XXIII inició un retorno a las fuentes de la fraternidad universal con el Concilio Vaticano II, recordando que el primer impulso evangelizador de la Iglesia se realizó a través de laicos y laicas.

Hoy nos encontramos con el proceso de la sinodalidad abierto por Francisco que recuerda mucho al libro Hechos del evangelista Lucas mostrando una mayoritaria participación del laicado en la misión de la Iglesia, comenzando por cuestionar las estructuras eclesiales que impiden la eclesiología del Pueblo de Dios proclamada por el Vaticano II, pero frenada en la práctica.

Pocos recuerdan el Día del Apostolado seglar (secular, de siglo, mundo…) que se celebra dentro de poco, en Pentecostés, tal es la importancia real de esta fiesta en la Iglesia… En líneas generales, si preguntamos qué o quién es la Iglesia a alguien de fuera de ella, nos dirá que la Iglesia son el Papa y los obispos, los curas y los religiosos y religiosas. Ni siquiera Caritas. Sencillamente, para ellas los laicos no significan algo esencial porque llevamos siglos de una Iglesia y una pastoral muy “clericalizada”.

Ahora, con la estrategia sinodal que abunda en la escucha y la participación, tenemos un potente foco que ilumina el camino -largo- a recorrer. Por de pronto, el Papa llama a participar a todos esos cristianos, laicos y laicas, que están “de vuelta” con actitud pasiva o negativa, desmotivados, enfadados o decepcionados. A ellos se dirige a la manera de Jesús: ¿No dijo que saliéramos a las periferias a proclamar y rescatar la Buena Noticia? ¿A vivir más y mejor el gozo de la fe y el amor compartido?

Mostremos al mundo la Buena Noticia y nos asociarán como Iglesia a Cáritas, a Manos Unidas, a las HH. de la Caridad, a los voluntarios de la pastoral de la Salud, de Pastoral Penitenciaria, a los perseguidos en misiones, etc., etc., en lugar de asimilarnos a una curia burócrata, trasnochada y clericalista que a demasiados laicos les colma de complacencia, mas clericalistas que nadie; el camino es otro, la sinodalidad, que podría traducirse perfectamente por “conversión”.

Volver arriba