Dios es Amor, somos amor

Dar la vida por sus amigos. Es lo que destaca el evangelio de Juan para acercarnos la experiencia maravillosa de un Dios tan cercano que se nos manifiesta en el amor, incluso en el extremo de dar la vida por sus enemigos siendo fiel a su entrega radical y mostrando donde está el motor de la verdad humana. Al actuar desde y por amor, Cristo no utiliza el poder sino el ejemplo; no amenaza, sino que esgrime el perdón. La experiencia religiosa cristiana, cuando es verdadera, es la mejor noticia que podamos recibir… y compartir.

Un Dios cercano, misericordioso, que revoluciona la existencia transformándonos -con la libertad de elegir de por medio- para ser la mejor posibilidad de cada persona. Cada vez que generamos amor verdadero nos acercamos a Dios; y todo lo contrario.  Por algo será que las tres grandes religiones monoteístas, Judaísmo, Cristianismo e Islam coinciden en anunciar el amor de Dios a los hombres. Y el budismo también acoge el amor compasivo desde su raíz cultural oriental.

Pero el aspecto fundamental de nuestra fe es que busca encarnarse en una experiencia religiosa de amor que por naturaleza está llamada a la apertura al Otro a partir de la persona de Jesús. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). El mandamiento del amor es lo nuclear, la esencia misma del Evangelio. Jesús lo practicó en profundidad traspasando incluso las categorías culturales, legales e incluso religiosas en la medida que taponaban la radicalidad transformadora que posee la actitud de buscar el bien ajeno sin exclusión alguna como paso necesario para llegar a la plenitud humana propia.

San Juan, en su primera carta, refleja cómo el amor a Dios es pura ilusión si no dirigimos nuestra mirada hacia el prójimo: si dices que amas a Dios y no al prójimo, eres un mentiroso. En segundo lugar, el concepto de prójimo cristiano no tiene restricciones de ninguna clase hasta hacerlo extensivo a todo el género humano, incluidos los enemigos, con los que también aplica lo de perdonar siempre (“setenta veces siete”). En tercer lugar, Jesús muestra una opción preferencial por los más pobres y necesitados. Pobres de pan, pero también de enfermedad, de soledad y de cualquiera otra pobreza a la que estamos llamados a restañar desde el amor.

Andrés Ortiz-Osés es de la opinión que la auténtica religión es una religión del amor o no es auténtica. A lo que hay que añadir que solo nuestros hechos nos harán reconocibles; no las palabras ni las doctrinas ¿Estaremos en crisis por esto?

Solo el amor es digno de fe, como dijera Urs H. von Balthasar. No extraña, pues, que el Papa Francisco se afane en una reforma la Iglesia desde el carisma franciscano, como una reforma del corazón, en un intento por infundir la radicalidad del amor en las estructuras eclesiales, que siguen teniendo más peso que el Mensaje al cual deberían servir y hacerlo radicalmente. Somos la religión del servicio, expresado por el mismo Juan en el lavatorio de los pies cuya fuerza simbólica es equiparable a la propia Eucaristía. Sin entrega y sin defensa de los desvalidos y avasallados no hay religión verdadera pues el amor es la clave de nuestra existencia.

“Amar al prójimo como a ti mismo”, a todo el prójimo, no es una recomendación sino un mandamiento que nos proporciona un código ético para enriquecer las relaciones humanas hasta la mejor raíz de las personas: “Si tengo el don de la profecía, y comprendo todos los misterios y todo el conocimiento, y si tengo tanta fe que pueda mover las montañas, pero no tengo amor, no soy nada. Y si reparto entre los pobres todo lo que tengo y entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me aprovecha”.

Fuimos creados por amor y para el amor, lo único eterno. San Agustín lo resumió magníficamente así: Busqué a Dios y no lo encontré; me busqué a mí mismo y tampoco lo logré. Busqué al prójimo y encontré a los tres. Por todo ello, muchos no cristianos nos dan cien vueltas con su ejemplo poniendo a prueba nuestra coherencia y humildad.

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