Empezar de nuevo

Quien más quien menos, todos “volvemos al cole”, no solamente los más pequeños y los jóvenes; cada uno tiene su septiembre particular a la vuelta de las vacaciones. Para una gran parte de la población, no son estas las mejores fechas para mantener arriba el ánimo. A los efectos producidos por la pandemia agrava, y no poco, los primeros signos externos del otoño con la merma de horas de sol, después de un verano poco luminoso y las incertidumbres que se van acumulando sobre unos hombros cada vez más cansados. 

Es el momento de la necesaria adecuación a la compleja realidad del día a día, a veces por las relaciones humanas y a veces por las soledades, cada vez más presentes en más personas. Es tiempo también para volver a prometernos nuestros mejores propósitos, empezando por los más pequeños, porque la esencia de vida está hecha de muchos pocos capaces, todos juntos, de conseguir algo grande. Es en lo menudo es donde se debate lo mejor de la existencia.

Fijémonos en un día cualquiera que hayamos sentenciado al levantarnos por la mañana. En el transcurso de las horas, aparece el apoyo de un compañero del trabajo, la inesperada llamada de alguien que siente nuestra ausencia y quiere saber de nosotros en forma de compartir un café… Signos pequeños pero imprescindibles que hablan un lenguaje que estamos perdiendo, abrumados por tantas cosas que impiden el disfrute de la sonrisa dibujada en los ojos de nuestro interlocutor, la ausencia de juicios de valor donde esperábamos un reproche, una simple palabra amable cuando más la necesitábamos. Cualquiera puede reescribir una jornada que habíamos denostado anticipadamente.

Ningún periódico publicará mañana que un marido llamó a su mujer para preguntarle cariñosamente qué tal le va en su primer día de vuelta al trabajo. Ni tampoco que una madre agotada tras una dura jornada, le leyó un cuento a su hija para que se durmiera rodeada de cariño. Ni tampoco el efecto que tuvieron estos gestos en sus destinatarios...

Cuando uno conoce ¡y acepta! sus propios límites es cuando está preparado para comenzar de nuevo; entonces se está más dispuesto a apreciar los gestos pequeños de bondad que cada día recibimos de los demás. La actitud generosa en el trato con los de al lado educa nuestros menguados límites impuestos, quizá porque toda generosidad, por pequeña que sea, aumenta la autoestima. Nos centramos tanto en lo que no poseemos que pasamos de largo la satisfacción de lo que recibimos.

Jesús es un buen Maestro para activarnos en la dirección adecuada en esta vuelta a la normalidad tan anormal como la que padecemos desde hace un año y medio.

Nadie nos va a ahorrar el esfuerzo por recuperar la normalidad en medio de la vorágine cotidiana que ha tocado en suerte, pero es posible hacerlo menos difícil cuando se afronta con un ojo puesto en los demás. Ignacio de Loiola que sabía mucho de la psicología humana, propugnaba el agere contra o afrontar con mayor dedicación y esfuerzo, si cabe, aquello que más nos cuesta para superarlo cuanto antes. Y septiembre suele ser un mes propicio para agrandar fantasmas y hacer de las relaciones cotidianas que nos esperan un infierno anticipado en la medida que nos vemos como agentes pasivos sin capacidad para influir en nuestro alrededor.

Sin embargo, a pesar del tiempo glacial en que nos ha tocado vivir, influimos en los otros más de lo que sospechamos. Nuestro contacto con los demás transforma a otras personas. Para bien y para mal. En el curso de nuestra vida cotidiana, tenemos la oportunidad de influir en los demás y en nosotros mismos, por consiguiente, de cambiar el mundo, el pequeño mundo que podemos abarcar cada día. Nadie está excluido de esta posibilidad mientras pueda despertarse cada mañana ¿Qué otra cosa es triunfar sino acertar en nuestra respuesta? Me parece una buena lección para el nuevo curso que empieza.

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