Esperanza activa

Vivimos una descompensación en los afanes para satisfacer las necesidades materiales y las espirituales a favor de las primeras, sean necesidades básicas o mero consumismo. Esto último nos come la voluntad con promesas de que la felicidad se encuentra consumiendo, saciando apetitos y colmando instintos bajo el celofán de una felicidad comprable que se queda solo en eso, en celofán. Nada parecido a lo que realmente aporta plenitud espiritual (la sonrisa de un niño, el amor de una madre, la emoción ante el amanecer en el desierto, la plenitud del corazón ante una reconciliación…), la felicidad y la alegría que brotan del corazón.

Necesidades espirituales que no terminan de cuajar socialmente ante lo que nos estamos jugando: la verdadera alegría y la madurez humana que crecen a medida que logramos colmar la necesidad de paz, de valentía, la necesidad de superar el sufrimiento, de dignificar a la mujer, de verdadero amor comprometido, de perdón, de justicia social y de humanizar la economía…

Nuestros sentimientos y deseos más nobles necesitan de dos secuencias para hacerse realidad. Por un lado, trabajarlos desde la razón, desde el trabajo intelectual que exige una gimnasia que no debe quedarse en el intercambio dialéctico de estar de acuerdo o discrepar; y esto debe provocar iniciativas personales dirigidas a la acción. La acción de razonar y de cuestionarse es necesaria para lograr cosas prácticas. No en vano el término latino ratio (razón) lleva el sufijo tio característico de acción. La persona siente la vida y se sitúa no por lo que ve o juzga, sino por lo que experimenta y comparte. Las ideas son realidades, decía Platón. Por eso mismo, la reflexión no debe quedarse en ellas sino que debe convertirse en conducta de escucha y diálogo como una filosofía de vida. ¿De qué nos sirve el pathos y el discurrir si el pensamiento no se involucra en la realidad o le falta voluntad para sacar conclusiones de mejora prácticas?

No son pocos los que tiran la toalla argumentando que esto de cultivar sentimientos de humanización no es más que un pasatiempo intelectual o un anacronismo que no sirve para transitar por esta sociedad cainita. Entiendo el fondo de este desencanto porque la esperanza que nos acompañaba, se ha difuminado; algunos, la han perdido; o se la han robado. Y en cuanto a la razón, parece que ahora se reduce su utilidad a ganar más dinero como sea. Todo se mide por el interés y el dinero. Eso es lo que parece a primera vista, aunque la realidad es más compleja y completa, como nos demuestran muchas biografías extraordinarias en lo ordinario que merece la pena el empeño ético de no dejarnos lo mejor por el camino.

Todo lo bueno que existe en nuestra sociedad, y que es mucho más de lo nuestros cansados ojos del corazón ven, es gracias a los millones de comportamientos éticos que están tejiendo vida, ahora mismo, a través de un esfuerzo titánico en ocasiones y a menudo en silencio, mientras que otros la destejen ¿Por qué debemos unirnos a quienes deshacen o viven en la indiferencia del desencanto? ¿Por qué es peor el esfuerzo por unas relaciones humanas gratificantes y solidarias? Creo en la regla universal de hacer a los demás lo que te gustaría que te hagan porque continúa siendo el axioma fundamental para no vivir como hienas.

Nuestra principal misión crsitiana es la de evangelizar y para eso tenemos que fortalecer nuestro corazón y nuestra mente ante la realidad mediática dominante que nos debilita éticamente como personas y dejamos pasar de largo tantos ejemplos maravillosos que nos rodean. Al final, la importancia del saber (Dios me ama) es lo que con ello se reflexiona y se hace. Porque el camino lo haremos seguro, con la gracia de Dios, pero solamente andando.
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