Frenos a la sinodalidad de Francisco

El camino sinodal tiene mucho de conversión personal. Desde la escucha de la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos, hasta vivir la centralidad de la Eucaristía: ¡Ahí comienza todo! La asignatura pendiente es sentirnos comunidad que celebra “algo”, y solo entonces la sinodalidad tendrá el camino despejado para lograr ser Iglesia que resulte atractiva, como lo fue Jesús. Por eso Francisco apela al cambio de nuestras actitudes para que la vivencia del Evangelio sea veraz y dé fruto.

Pero lo cierto es que se siguen manifestando actitudes de escepticismo e incluso rechazo por la novedad que significa en sí misma la experiencia de escuchar, dialogar y caminar juntos en una nueva manera de vivir el Evangelio más auténtica.

Los principales impedimentos para crecer en participación, comunión y responsabilidad se deben a las resistencias del clero (por su clericalismo) y la pasividad de los laicos (por su comodidad nada corresponsable). Tampoco se acaba de reconocer el papel de la mujer en la Iglesia y su derecho a la participación plena y en condiciones de igualdad. Es de destacar también la pobre participación de los jóvenes en el proceso sinodal.  

En cuanto al papel de los obispos en la operativa de la sinodalidad está siendo muy pasivo, a la espera de las conclusiones finales para actuar, como si la sinodalidad arrancase en octubre de 2024. O peor aún, frenando todo lo posible dicho proceso. La Secretaría General del Sínodo emitió un comunicado a comienzos de 2023 donde confiaban que en las Asambleas continentales resonase con mayor fuerza la voz de las Iglesias particulares, llamando a crecer, desde ya, en un estilo sinodal de Iglesia para aprender todos  -fieles y Pastores- a sentirnos Iglesia.

Evidentemente, esto no ha ocurrido hasta ahora, como si la sinodalidad fuera un mero método, en lugar de “la forma de la Iglesia y el estilo de llevar a cabo la misión común de evangelización”. Las directrices  de dicha Secretaría General apelando a crecer en un estilo sinodal de Iglesia donde todos vayamos aprendiendo  -fieles y jerarcas- a sentirnos Iglesia, no ha tenido el eco pretendido. Es un tiempo hasta octubre que tenemos por delante como oportunidad para proseguir el camino sinodal, en el que podamos  escucharnos, dialogar y hacer un prolongado discernimiento. Se nos invita a las Iglesias particulares y a los grupos eclesiales a mantener vivo el dinamismo sinodal que tanto rechazo e indiferencia concita.

Para conseguir este objetivo es necesario la implicación de los órganos de participación diocesanos (Consejo Presbiteral y Consejo Diocesano de Pastoral), a los sacerdotes, a los miembros de vida consagrada, a los movimientos y asociaciones laicales, haciendo especial hincapié en el reto de involucrar también a los jóvenes y a otros grupos de personas, con los que hasta ahora nos ha resultado difícil entrar en diálogo y escucha activa. Y no de manera puntual contestando unas preguntas importantes, sino ejerciendo el liderazgo de servicio que ayude a cambiar la mentalidad eclesial y las actitudes entre nosotros. Llama la atención que buena parte de los obispos afectos al Papa, hayan preferido esperar hasta octubre en lugar de actuar con liderazgo de servicio para ir aprendiendo ese caminar juntos corresponsablemente a la escucha.

El Papa nos recuerda que estamos haciendo un camino de escucha mutua y de escucha del Espíritu Santo, de discusión y también de discusión con el Espíritu Santo, que es una forma de orar. Tened confianza en el Espíritu, nos dice: “No tengáis miedo de entrar en diálogo y dejaros impactar por el diálogo. Las soluciones deben buscarse dando la palabra a Dios y a sus voces en medio de nosotros; rezando y abriendo los ojos a todo lo que nos rodea; viviendo una vida fiel al Evangelio (18 de septiembre de 2021).

Hay mucha resistencia a superar la imagen de una Iglesia rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender, olvidando que a Dios le gusta cambiar posiciones como hizo Jesús en el lavatorio de los pies. Incluso no pocos están convencidos que la Iglesia no tiene futuro por sus propios deméritos, y que desaparecerá antes que tarde. A ellos les recuerdo la anécdota del secretario de Estado de Vaticano de Pío VIIErcole Consalvi, prisionero de Napoleón. El emperador acudió a su celda y le amenazó: “¡Voy a destruir a la Iglesia!” A lo que Consalvi respondió: “Imposible, excelencia, ni nosotros mismos lo hemos conseguido”.

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