Humildad, también en la CEE

Si alguna conducta es troncal en la persona seguidora de Cristo es la humildad, la puerta para ser capaces de amar y para que se nos reconozca como sus seguidores por nuestros hechos creíbles y eficaces en la evangelización.

La humildad nos hace serviciales -no serviles, ojo- al reforzar la mirada a los demás con los ojos de Jesús. Pero esto no se consigue con nuestras propias fuerzas. Es preciso ponerse en oración y con disponibilidad de apertura al Espíritu para que germine en nosotros sus dones dando frutos; y esto es algo que no es flor de un día; requiere coraje.

“Sin mí no podéis hacer nada”, nos dice Juan el evangelista. Por su parte, Teresa de Jesús fue un extraordinario ejemplo de actuar como las hermanas de Lázaro, Marta y María, radicalmente abierta a la escucha transformadora a la vez que luchadora por construir el Reino haciendo posibles muchos imposibles. Por eso las pequeñas cosas de cada día resultan cruciales al acogerlas con una actitud humilde o rechazarlas por ese ego que nos ahoga nuestro mejor yo. Cada pequeña cosa podemos vivirla desde el amor, es decir, saliendo de nosotros. Y la humildad es la puerta insoslayable del amor.  

Humildad proviene del latín humilitas cuya raíz es humus, aquello que fertiliza y hace crecer; es decir, lo que resulta esencial para la fertilidad que genera vida. ¿Quién ora al Espíritu pidiendo con insistencia la humildad capaz de transformar nuestros corazones?  Ser humilde supone practicar la escucha, la confianza, la paciencia… Es un cómputo de actitudes que nos predisponen a la práctica del amor que predica el Evangelio y en cuyo vértice aparecen el perdón y la gratitud. Todo lo contrario a la soberbia.

Escribo esto cuando ya conocemos los resultados de quien ha sido elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y los miembros de su ejecutiva. La división mostrada entre los obispos tiene su correlato en el escaso entusiasmo de los fieles ante la noticia; quizá sea porque no tienen mucha credibilidad ni autoridad como grupo, ni siquiera de puertas para dentro. Ellos son pastores no jerarcas ni príncipes, investidos de una autoridad que debiera estar impregnada de liderazgo de servicio en el que la humildad es su principal característica.

Para el Papa, los obispos deben ser “humildes, mansos, servidores y no príncipes”. Así lo aseguró durante una Misa reciente celebrada en el Vaticano en la que el Papa se apoyaba en la Carta de San Pablo a Tito para exhortar que un obispo no puede ser arrogante, ni soberbio, ni colérico, no debe estar atado al dinero ni dedicarse a los negocios. “Aunque tuviera uno solo de esos defectos, ese obispo sería una calamidad para la Iglesia” finalizando con esta frase: “En la Iglesia no se puede poner orden sin esa actitud de los obispos”.

Toda una llamada a la humildad episcopal que propicie un liderazgo al estilo de Jesús. ¿Le van a hacer caso? Todos debemos hacerle caso y aplicarnos en el difícil arte de la humildad en nuestra apuesta de amor cristiano; sobre todo en Cuaresma.

Posdata: en la lectura comentada por el Papa (Tito 1, 1-9), se dice que el candidato a obispo, además de lo anterior, “debe estarcasado una sola vez y cuyos hijos sean creyentes (…). Y finaliza haciendo hincapié en la humildad: “El epíscopo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante”; es decir, humilde. Creo que en la Iglesia actual existe un déficit de humildad, posiblemente por una práctica pobre de la oración que repercute en la calidad del amor con el que tenemos que manifestarnos como creyentes en Cristo Jesús.

Quisiera pues finalizar esta reflexión en clave de oración cuaresmal:

Señor, te necesito, necesito ser humilde, quita de mí toda soberbia y todo engaño. Te entrego a ti Señor, mis cargas y mis flaquezas, te entrego mis temores y miserias. Vengo a ti con mis impotencias Señor, yo no soy fuerte, ¡Abre mi corazón! Quiero aprender de Jesús que fue manso y humilde de corazón. Creo que detrás de la humildad, Dios mío, está escondido tu gran poder, ¡hazme humilde Señor, que aprenda a amar!

Volver arriba