Entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe

El verano es un buen caladero de libros por aquello de tener más tiempo para la lectura y hacerlo en horas en las que sería impensable en el resto del año. Y entre los libros que tengo seleccionados para estos meses, destaco una reedición de especial interés para quienes frecuentan este Punto de encuentro, y acabo de finalizar. Me refiero a la obrita de James D. G. Dunn, Redescubrir a Jesús de Nazaret (Ediciones Sígueme).

Este teólogo nos pone sobre aviso del error que ha supuesto haber contrapuesto “el Jesús histórico” y “el Cristo de la fe” por parte de no pocos especialistas como reacción contra el exceso que supuso el Cristo del dogma cristiano: el Cristo católico apenas era una figura humana, decían. Por tanto -opina Dunn- bastantes optaron por trascender el Cristo de la fe para recuperar al Jesús histórico y “rescatar a Jesús del cristianismo” (Robert Funk) como si en la búsqueda del Jesús histórico, la fe supone un obstáculo que lleva al investigador por el camino equivocado.

Hoy tenemos mucho de esto a nuestro alrededor complicando la verdadera dimensión trascendente de todo un Dios que se hace uno de nosotros para convertirse en Buena Noticia. Resultaría un grave error querer reducir el nacimiento del Evangelio a un interés histórico al margen de la fe, pues los evangelios son un producto de la fe. De hecho, para Dunn los apóstoles creyeron en Jesús antes incluso que la experiencia post pascual uniéndose a su misión dejándolo todo y confiándole sus vidas. Cierto es que al principio entendieron a medias el Mensaje, pero su apuesta radical está fuera de duda. Lo que cambia de sus relatos no es lo esencial, sino la adaptación a los diferentes auditorios y situaciones.

A juicio de James  Dunn, todo no comienza con la experiencia posterior del Resucitado, sino en cada momento del día a día de sus seguidores y seguidoras más cercanos que fueron sorprendiéndose de la manera de entender su Mensaje tan a contracorriente de lo que se predicaba y ordenaba entonces. Esto es histórico y a la vez producto de la fe  que acabó siendo el sustrato -oral- de las experiencias escritas que cambiaron sus vidas, reforzadas, claro, con la experiencia de Pentecostés. 

Por tanto, la imagen de Jesús está marcada profundamente por su Misión en clave de fe. La Tradición pudo comenzar de forma oral antes de poner por escrito las experiencias vividas (Marcos y la fuente Q. Incluso Pablo, el primero que puso por escrito la experiencia cristiana). Lo importante no es conocer si Jesús dijo exactamente esta frase así de literal o no, sino su autoridad y veracidad basada en lo que hizo y dijo, que ha quedado como un referente emblemático.

Es decir, lo esencial es la impresión global que ha quedado fijada en los evangelios, sobre todo en los sinópticos, la impronta imborrable que arrastró y sigue arrastrando a tantos al seguimiento radical a Jesús y su Mensaje; su manera frecuente de hablar y actuar como una tendencia clara y radical en el sentido de transformadora y con el amor como epicentro de todo. Más que una realidad histórica por su literalidad, lo es por su mensaje emblemático y veraz. Lo que importa no es la literalidad sino el trasfondo inequívoco de su mensaje en clave de fe.

En definitiva, solo la fe de los discípulos nos ha permitido conocer al Jesús histórico, más allá de cuatro referencias romanas superficiales que refuerzan la existencia de Jesús como ser humano que existió en un momento concreto de la historia. Por lo tanto, la verdadera fe en Jesús no es una cuestión solo de ortodoxia reglada sino de ortopraxis hecha vida al calor de su Mensaje desde la fe. Y tan potente es, que ello es lo que da valor y sentido al Jesús histórico. 

Acabo ya, en el peor de los casos este pequeño libro nos hará reflexionar en oración para conocer mejor a Jesús el Cristo con la ayuda, eso sí, del Espíritu. ¡Que aproveche!

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