Liberación y cruz

Venimos de una teología de la salvación cristiana equívoca no siempre percibida como Buena Noticia ¿Cuál es la verdad sobre la salvación? Existen muchas verdades parciales y algunas prédicas que se apoyan en el miedo, no en el amor. Pero solo hay una Verdad, y esa es Jesucristo. “Nadie viene al Padre, sino por mí”. (Jn 14,6) ¿Y qué hizo Jesús? Cuando le preguntaron los discípulos del bautista si era el Mesías, les remitió a sus hechos salvadores: los cojos andan, los ciegos ven, los sordos oyen… No fue un anzuelo para pescar adeptos: era la Misión del Padre: liberar, salvar. Y nos comprometió para hacer lo mismo sin huir de las dificultades, de la cruz.

Hay que destacar la importancia evangélica de las curaciones en la misión de Jesús. No esperó a la muerte para salvarnos. El relato evangélico está trufado de situaciones de necesidad en las que Jesús no pasa de largo convirtiendo la sanación en experiencias concretas que dejan huella salvadora: con paralíticos, mancos, ciegos, leprosos... Dolores abiertamente psíquicos como las patologías de los endemoniados, la mujer que llora la pérdida de su hijo, la muerte de su amigo Lázaro... Salvaciones espirituales a personas presas de graves insatisfacciones por su estilo de vida: la mujer del pozo de Jacob, el recaudador de impuestos… Sin olvidarnos de que salvó la vida, literalmente, a la mujer adúltera.

Jesús pasó la vida haciendo el bien ante los problemas cotidianos de la gente desde la compasión, la misericordia y el perdón. Para todos, Jesús es buena noticia salvadora. Aun así, algunos le rechazan. Por tanto, la salvación también tiene mucho que ver con las necesidades y carencias cotidianas que sufren las personas, con sus cruces. Las teologías equívocas a las que me refería cargan las tintas sobre el sufrimiento en lugar de hacerlo en su liberación. La denuncia profética salvadora podríamos verla, hoy, por ejemplo, en el pecado estructural que sufren millones de inmigrantes en el Mediterráneo. Sin embargo, algunos critican a la Iglesia porque se mete en política… La salvación que Dios quiere y pide involucrarnos es integral: física, psicológica y espiritual. La salvación definitiva y eterna comienza aquí, en este mundo; de ahí la advertencia de que nos reconocerán por nuestros hechos, que no vale clamar al cielo sin actuar como Jesús ante el prójimo necesitado.

Dios salva aquí y ahora como anticipo de la salvación de la muerte. Esa es nuestra fe. Por eso resulta sanador leer el evangelio a la luz de la Resurrección. Solemos olvidarnos que el día litúrgico más importante para un cristiano es la Pascua de Resurrección, no es el Viernes Santo.

Junto a esta actitud jesuánica (no he venido a curar a los sanos sino a los enfermos), está la experiencia de la muerte como el muro infranqueable al que debemos enfrentarnos todos. La salvación como experiencia de que la muerte es la puerta que nos introduce a la plenitud amorosa para la que fuimos creados. Y la fe en el Crucificado nos ilumina el camino: trabajamos por un mundo mejor no exime de complicarnos la vida con quienes se lucran con las injusticias, a cualquier nivel. Darnos a los demás nos llena, dice Jesús, pero implica un arduo camino de la “puerta estrecha”. Sufrir para salvar como el deportista que se machaca físicamente para ganar.

Los apóstoles no cambiaron su abatimiento por su fe ni por la cruz sino por la experiencia del Resucitado. La salvación está en manos de Dios y nosotros somos sus testigos y colaboradores en este mundo. Vamos muriendo al pecado, madurando nuestro comportamiento a través del amor: esta es la palanca esencial que lo transforma todo, la única actitud que vence a la cruz y salva. Nos salvamos cada día viviendo en el amor de Diosa a pesar de la cruces inevitables  sobrevenidas o las que debemos cargar para aliviar al hermano.

Por último, la salvación es gratuita. Nuestra libertad pone en marcha la voluntad de querer salvarnos, es decir, de ser la mejor posibilidad humana que solo culminará al colmarse el ansia de plenitud que llevamos cosida en el alma. La vida es un regalo y la plenitud de amor a la que estamos llamados también es gracia una vez salvados de la limitación, de las miserias humanas, de la muerte… Todo empieza aquí, con el prójimo, parcialmente pero esencialmente. Todo empieza aquí, con el prójimo, parcialmente pero esencialmente. Leamos el evangelio desde la salvación integral que se ofrece porque solo con verdadero amor se puede experimentar al Salvador aquí, en medios de las cruces, y en la plenitud eterna.

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