Miedo a la vida

La muerte es “el gran tapado” de nuestra cultura. Todo está enfocado a la eterna juventud, mientras las enfermedades y la muerte son esa parte fastidiosa de la existencia que estropea la visión de una sociedad superficial que actúa como si la existencia estuviera creada al dictamen del consumo. Los medios de comunicación y el marketing crean ilusión de eternidad, sobre todo los audiovisuales. La realidad que reproducen se refleja en sí misma hasta el infinito de cartón piedra y de la falsa sensación de que la muerte no forma parte de la vida. Hasta que alguien muere y la conmoción colectiva se torna exagerada.

En casos de personas famosas, su impacto mediático propicia que la manera de recordarnos la muerte sea de manera brutal porque habían triunfado según los cánones al uso y por tanto se descompone con mayor virulencia la imagen de disneylandia a la que se aferra la sociedad actual. Porque muchas de esas personas de éxito que se mueren son personas que se van, con todos los medios posibles al alcance, con todo el saber de la humanidad a su disposición; y tampoco sobreviven. La vida se les acaba cuando les toca, igual que les ocurre a los desheredados de la tierra.

Algo tendremos que hacer todos en esta era tan superficial para entender correctamente a la muerte. No sabemos aceptar la realidad de la finitud, ni tampoco lo queremos, nos resistimos, seguramente por el equivocado planteamiento cultural en el que nos desenvolvemos, incapaz de ver la vida como tal cual es. Solo hay una cosa segura en esta vida: que todos nos tenemos que morir. Pues bien, es de las pocas cosas de las que ni hablamos ni queremos adecuarnos a esta realidad. El reverso de esta equivocada manera de afrontar la existencia lo demuestran los psicólogos y psiquiatras, que advierten de lo peligroso que resulta la equivoca forma de entender el fracaso humano que puede convertirse en una fuente de neurosis.

Mejor nos vendría emular a esas personas alegres con la vida en medio de los sufrimientos cotidianos que afrontan la muerte con una gran serenidad. Existen, pero hablar de estas cosas parece como mentar a la bicha. Cuánto más atenazados por el materialismo estamos, más pesarosos nos pone la idea de la muerte. Pero es a ella a quien la hemos escondido como si no formara parte de nuestra existencia, lo que no deja de ser una variación del miedo de nuestros primeros ancestros, además de un ejercicio de irracionalidad colectiva por haber prescindido de las armas de la inteligencia y de amar, que son complementarias. Porque mientras nos paralizamos pensando en la inevitable muerte, dejamos de vivir, que es algo mucho más extraordinario que respirar o acaparar sin medida. Que nos recuerden por lo que dimos y fuimos. Que no se repita en nosotros la anécdota
en torno al millonario Howard Hughes y a su muerte, cuando un periodista le preguntó a su abogado: ¿cuánto ha dejado? Y el abogado le respondió: lo ha dejado todo.
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