Pedro Arrupe

Modelo para el siglo XXI

No quiero terminar febrero sin recordar a este jesuita, a mi entender una de las figuras más importantes del siglo XX en cuanto que de ejemplar tiene y va a seguir teniendo de paradigma para las próximas décadas por la influencia de su autenticidad y ejemplo cristianos. Nacido en Bilbao, bien cerquita de donde nació mi padre, fallece en Roma, en febrero de 1991. Su memoria merece una reflexión para el aquí y ahora buscando puntos de encuentro para nuestro tiempo, que no es más difícil del que le tocó vivir a él, sobre todo en los últimos años de su vida.

Acabó siendo una figura controvertida incluso dentro de la propia Compañía de Jesús aunque bien mirado, mayores controversias suscitó Jesús y tampoco las eludió. Me alegra la rehabilitación que está teniendo la figura de Arrupe porque su historia atesora una vida fascinante en uno de los momentos más convulsos de la historia de la Iglesia, y porque algunos de los mejores frutos de su vida no han llegado todavía a producirse a la espera de la completa rehabilitación de su actitud, modelo y ejemplo heroico de madurez cristiana donde los haya.

En pleno contexto del Concilio Vaticano II fue consciente de la importancia de la justicia social y de la transformación de la realidad para ser verdaderos testigos evangelizadores. Y desde esta su convicción lideró el giro social de la Compañía en su famosa Congregación general 32, en la que se pasó del objetivo tradicional de los jesuitas de promover y ayudar a las almas, a promover la fe y la justicia social. Algunos jesuitas reacios a semejante cambio viajaron a Roma para protestar en dicha Congregación. Un tal Bergoglio, que asistía a la Congregación en calidad de provincial de los jesuitas argentinos, estuvo de espera en la estación del tren a esos compatriotas jesuitas que venían de protesta para obligar a que se vuelven por donde vinieron.

Arrupe fue un hombre enamorado de Dios que siguió su vocación a contracorriente ejercitando valores evangélicos como la disponibilidad, la aceptación y la entrega, apoyándose sin desmayo en la mejor oración, es decir en la escucha de la voluntad de Dios para cumplirla. Es fundamental su faceta de hombre entregado a Dios que cultivó la oración profunda diaria para servir conforme a la voluntad de Dios, algo que hoy nos falta porque nos gusta ser Marta, la hermana de Lázaro, que no entendía la actitud de su hermana de escucha al Maestro. Él se trabajó como Marta y como María resumido en esta frase suya, maravillosa:  “Para el presente, “Amén”…; para el futuro “¡Aleluya!”

Actuó con visión de futuro y audacia evangélica, y suya es la frase de que nopodemos responder a los problemas de hoy con soluciones de ayer.Quería hombres de esos que “tienen el futuro en la médula de los huesos”. En definitiva, fue un apóstol de la evangelización y un profeta que intuía ya la frustración de una sociedad consumista, cuando lo que se esperaba de él es que  fuese un burócrata al que gustara hacer pasillos en las estancias de poder vaticanas. Sus detractores inmortalizaron la frase "Un vasco fundó la Compañía y otro vasco se la está cargando". Al final, sus enemigos propiciaron una desautorización en toda regla al generalato de Arrupe, que vivió con humildad las humillaciones que tuvo que padecer hasta enfermar gravemente. En Japón le recuerdan siempre con la sonrisa en los labios  y el corazón dispuesto a agradar y ayudar a los demás.

¡Ojalá nuestras Iglesias y las organizaciones a las que pertenecemos, lleguemos a ser defensores sin miedo, de los derechos y la justicia, nos cueste lo que nos cueste en término materiales, políticos u otros1”. Esto sentía Arrupe en 1976.

Destacar también su compromiso por la defensa de la fe, por el diálogo ecuménico e interreligioso. Si tuviera que resumir en dos palabras su trayectoria, diría que fue audaz y humilde a la vez, enamorado de Dios como lo estuvieron los grandes santos. Dos características imprescindibles para contagiar el modelo evangélico propuesto por Jesús a sus seguidores.Al releer la biografía escrita por Pedro Miguel Lamet, me deja el sabor santo de una persona que Dios puso en este mundo también para que después de su muerte, siga encendiendo los corazones por amor a Dios y a los hombres. él mismo lo dejó inmortalizado cuando exhortó a ser “hombres y mujeres para los demás”.

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