Salir de nuestras contradicciones

De hecho, más que de costumbres se trata de rituales. Maneras de reconocerse. Con él, la vida es una perpetua celebración, salvo que nadie sabe qué se celebra. "Alex" (2011), Pierre Lemaitre

En estos tiempos revueltos abunda lo que G. Vattimo llama “pensamiento débil” que propugna una forma de nihilismo que no tiene añoranzas por las antiguas certezas ni deseo de nuevas ideologías. Esto colea desde Hegel, Niestzche y Heidegger, con variantes, como la muerte de Dios.

En La gaya ciencia, Niestzche cuenta que un loco, fuera de sí, entró en varias iglesias donde entonó su requiem aeternamdeo. Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios?”. Algo de esto estamos viviendo, cuando los cristianos somos vistos en bastantes ambientes como rara avis anacrónica que no empastamos con la sociología actual. Y en parte con razón al no ser ejemplo de buena noticia: lis templos se vacían y muchas de las celebraciones recuerdan a la descripción del loco que describe Niestzche.

La Iglesia católica no es ajena a las turbulencias de este tiempo convulso. Algunos se aferran a la institución más que al mensaje de Jesús, se angustian al ver que se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas sobre las que ya domina la ausencia de Dios. Confunden autoridad (ejemplo) con poder (norma) y prefieren encastillarse en sus seguridades y tradiciones históricas. Pero esto, que era mayoritario hasta no hace mucho, ya tiene el contrapeso de la mirada evangélica de los que tratan de interpelar a este pensamiento débil generalizado desde la esencia evangélica. Es un pulso en toda regla, en el que dos maneras de entender la fe se enfrentan también a las nuevas creencias que tratan de suplantar a las tradicionales: ciencias ocultas, espiritualismos débiles y materialismos varios entre los que destaca el dios superior del dinero como un fin en sí mismo.

En todo este remolino está cambiando hasta la idea de Dios, yo diría que para bien. Y su principal impulsor es el Papa Francisco que no para de destacar todos los ángulos posibles del amor de Dios -Dios es amor- actuando desde el ejemplo como una invitación a que todos los seres humanos prueben de la verdadera Buena Noticia para encontrar el sentido pleno de sus vidas.

Lamentablemente, otros católicos se mantienen aferrados a la sociología de la religión dando mayor importancia a la institución que al mensaje y convirtiendo tantos medios estupendos en fines; más o menos como les pasó a los líderes religiosos coetáneos de Jesús, que fueron los que provocaron su asesinato porque no pudieron soportar la invitación amorosa a la necesaria conversión del corazón.

Es una realidad ver en muchos templos “no iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios” por una vivencia demasiado formalista e individualista que huye del compromiso verdadero mientras mira con malos ojos o indiferencia condescendiente a quienes se juegan la vida defendiendo a los más vulnerables desde organizaciones humanitarias no católicas. A esto me refería líneas arriba cuando he dicho que está cambiando la idea de Dios para bien.

Ya lo dijo el Maestro, por sus hechos les conoceréis y vendrán quienes revitalizarán el evangelio sin tener siquiera experiencia de Dios (¿cuándo, Señor, te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? Mateo 25,31-46). Hans U. von Balthasar auguró, ya en 1956, que el futuro de la Iglesia estaba en los nuevos movimientos laicales. Y es cierto que algo se mueve ante el exceso de formalidades, normativas, tradiciones intocables y símbolos cada vez menos representativos que Cristo denunció sin ambages. Pequeñas comunidades llenas del Espíritu viven la realidad del Reino actuando en muchos lugares como luz para otros. No son noticia, pero si fermento, símbolos necesarios de una vida comprometida que dan sentido a la vivencia litúrgica y oracional ¡Ellas sí que celebran algo!

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