Tiempo del Espíritu y de probar nuestra fe
Ante la esperanza sinodal
| Gabriel Mª Otalora
Caminar juntos no significa ir en grupo en la misma dirección. Es algo más. Se trata de ir en común unión buscando juntos. En nuestro caso, lo hacemos en la confianza de que somos guiados por el Espíritu.
Si algo me parece esencial de esta asamblea sinodal impulsada por Francisco, es la apuesta exigente de fe y de confianza que hemos de desplegar cada seguidor y seguidora de Cristo, sabedores de que hemos de ponernos en marcha de una determinada manera, con actitudes diferentes, y sin conocer al puerto en el que vayamos a arribar.
Ahí surgen las reticencias, los miedos y, hay que decirlo, los poderes eclesiásticos cuyo poder corre peligro y se manifiestan para no perderlo. No debemos asustarnos, pues ya ocurrió lo mismo en tiempos de Jesús. A aquellos expertos en la Ley de Dios no les tembló el pulso para llegar hasta el final con tal de mantenerse poderosos. Jesús fue cuestionado por vivir su Mensaje, y nosotros debemos entender que si Él fue acusado de actuar contra Dios mismo, el sentido de algunas presiones va por el mismo camino de las normas y no las actitudes, cuando el Evangelio indica todo lo contrario: el amor es la base de las normas cristianas.
La sinodalidad representa el camino de la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu gracias a la escucha de la Palabra. Son tiempos audaces de poner en marcha procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y todas puedan participar y contribuir. Al mismo tiempo, la opción de “caminar juntos” es un signo profético que nos interpela a abrirnos a ser odres nuevos en nuestro compromiso evangelizador. De lo contrario, no seremos Buena Noticia.
Para este “caminar juntos” es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal que supone un proceso de conversión más allá de la Cuaresma. Un proceso personal, primeramente, abiertos “al otro” y sobre todo al Espíritu demostrando verdadera fe sin tanto asidero clerical y normativo que nos ha empequeñecido incluso humanamente.
Las resistencias son muchas, el clericalismo sigue muy vivo también entre el laicado, como una “cruzada” para salvaguardar a la institución clericalista que tanto daño hace al Mensaje. Pero no importa, estas son solo dificultades que los impulsores de este sínodo tan especial se han encontrado con un movimiento que parecía impensable llegar hasta donde nos encontramos.
Es el tiempo del Espíritu y de la fe en Dios. Recemos humildemente, abiertos a ser sus manos desde la fragilidad que captó tan bien Antonio Machado:
Soñé que Dios me decía: ¡Alerta!
Y luego era Dios quien dormía.
Y yo le dije: ¡Despierta!