Tiempo de descansar... y confiar

El verano está asociado a la estación propicia para el descanso. Quien más, quien menos, todos procuramos cambiar el chip durante un tiempo para eliminar tensiones y agobios y, por qué no, ilusionarnos con nuevos planes y actividades que el resto del año no encuentran la posibilidad de encaje. El problema es que son demasiadas las personas que llega el verano y no pueden desconectar por mil agobios, mala salud, dificultades económicas o quizá todo a la vez. Para ellas es un tiempo especialmente frustrante y desalentador, desde el convencimiento de que “todo el mundo puede disfrutar del verano menos yo”. La realidad es muy diferente…

Descansar en verano significa quitarse la fatiga con unas vacaciones de por medio que rompan con la aburrida rutina o el estrés. El descanso estival es el momento mejor para adueñarse del tiempo sin las interferencias del trabajo o de las obligaciones de cada momento y así poder acomodarnos al ritmo de vida tal y como deseamos en cada momento. En esto, los cristianos no somos diferentes al resto del mundo. Pero lo cierto es que muchas personas no podrán coger vacaciones, así entendidas…

Lo diferente y peculiar nuestro es que seguimos siendo cristianos también en verano, algo de lo que no debemos descansar nunca y tampoco contradice lo anterior. Conocemos bien aquellos disgustos que nos ha martilleado interiormente durante el año y que nos han dejado marca junto a nuestras propias incoherencias personales, el sentimiento de decepción que nos causa nuestra institución eclesial, no ver ni recoger frutos, nuestras propias confusiones interiores… Pero también existen realidades no tan cercanas que nos lastran, y mucho, como es el caso de la realidad mundial, la economía, el ecosistema, etc.

La diferencia de los cristianos ante un verano incierto es que tenemos que centrarnos en descubrir aquello que nos deja concentrarnos en el descanso veraniego. Es decir, alentar nuestra confianza en Dios y descansar… en Él.

Los cristianos, con el Evangelio en la mano, debemos ser especialistas en la sabiduría de reposar, de saber disfrutar del tiempo de verano que tengamos, como lo que puede ser: tiempo de calma, de sosiego, de alivio, de nuevas experiencias, puestos los ojos del corazón en la confianza en Dios. Muchas, demasiadas veces, el verano se nos va sin disfrutar del presente que Dios nos regala, como si en este tiempo también Dios se tomara sus días de descanso. Es justo en ese tiempo cuando la fe puede serenarse de los ajetreos de la vida y surge la posibilidad para sentarnos con el Señor a repasar nuestros momentos sin prisas, sin reloj, sin las preocupaciones de llegar tarde. Vivir el verano en cristiano significa creer que Dios quiere nuestro descanso, que va a la playa o al campo con nosotros, que se ríe y divierte con nosotros, que disfruta de nuestros momentos de ocio, conociendo nuevos lugares o compartiendo más tiempo con quienes menos vemos durante el año.

Dios, que nos ama y desea nuestro bien, quiere que aprovechemos las oportunidades de descansar y coger fuerzas, de cambiar el chip y gozarnos de la existencia en el sentido más pleno de la palabra. Si no es posible por las circunstancias, al menos llenarnos de todo el bien que nos rodea que no nos fijamos durante el resto del año. Démonos una oportunidad, confiemos. Y para comenzar con la mejor actitud, hagamos una oración del siguiente poema:

Tiempo de verano

Amigo, amiga:

La naturaleza te espera

para aliviarte de tu trabajo.

Si caminas, escucha tus pasos,

observa tu sombra que se alarga

y gustarás el acompañamiento

más íntimo y consciente.

Agradece la brisa, el viento suave,

el agua refrescante, el azul del cielo.

No avances los días sin mirada

a lo que permanece y te espera:

No pierdas la ocasión de escuchar

el gemido interno, la moción de paz,

la soledad sonora y anchurosa.

Atrévete a rezar aunque sea un poco.

Lee, descansa, déjate querer.

Oye el murmullo de las olas,

y quizá el bramido del mar.

Contempla, calla, admira,

Observa, cada instante encierra

el posible beso invisible del Amor más grande.

Ángel Moreno, de Buenafuente del Sistal

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