Otro día grande del amor cristiano
| Gabriel Mª Otalora Moreno
El Corpus Christi es una fecha importante en el calendario litúrgico, aunque percibo que se ha perdido parte esencial de su significado fundamental. En cuanto al contexto su tradición se remonta al siglo XIII, y sobre todo a cuando el Papa Urbano IV instituyó la celebración pública de la eucaristía en cuya primera celebración oficial participó Tomás de Aquino redactando los textos y preparando el oficio para la misa, que incluía algunos himnos como Pangue lingua y Panes Angelicus. Luego fueron tiempos de reivindicar los signos eucarísticos de la fe cristiana fuera de los templos.
El problema que yo veo es que la importancia de la fiesta se ha quedado en reivindicar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, cuando todos sabemos que es un dogma de fe por lo que de misterio tiene. Sin embargo, lo que debemos celebrar en esta fecha es el amor total de Cristo Jesús y su presencia viva entre nosotros. Podemos decir que dicha celebración es una prolongación del Jueves Santo, el día del Amor fraterno universal con lo que ello significa para nuestras vidas, hoy, ahora mismo, y siempre.
Es el día grande del amor cristiano, como lo es el día de la Santísima Trinidad y lo será el día del Sagrado Corazón de Jesús. Son llamadas de atención a vivir nuestra fe comunitaria y personal de manera fraterna, desprendida, comprensiva, tolerante, amorosa… especialmente con aquellas personas que menos nos agradan, o tenemos heridas con ellas que cuesta cicatrizar. Sabemos que todo gira en torno al amor que Dios nos tiene, no a lo que sabemos o creemos de Dios. El mundo necesita testigos, no más jerarcas o sabios doctores; necesita amor, gestos llenos de vida que generen fraternidad entre nosotros.
En el caso de la reciente fiesta de la Trinidad, no es únicamente un misterio sobre la identidad de Dios, sino la experiencia maravillosa de su amor misericordioso hacia el mundo y hacia cada ser humano. A veces parece que se trata de desvelar el misterio uno y trino divino, explicarlo, cuando lo esencial aquí y ahora es empaparnos del gozo que supone vivir en el Amor relacional siempre novedoso en el cual estamos insertos.
Dicho de otra manera, la fiesta litúrgica del Corpus Christi, al igual que la fiesta de la Trinidad, Pentecostés o el Corazón de Jesús, son aldabonazos que recuerdan el anclaje vital de nuestra fe en el Amor. El misterio que tenemos que vivir es el infinito amor que Dios nos tiene.
Sin embargo, la racionalidad nos lleva a darle vueltas a la presencia divina en la oblea consagrada. Estas fiestas, tan seguidas en el tiempo litúrgico, no son para tratar de entender mejor el misterio; esto es un oxímoron. Lo que resulta importante de verdad es dejar el intelecto racional en segundo plano para vivir este misterio de la presencia de Cristo amando mejor.
La Eucaristía es, en definitiva, sacramento de caridad porque en ella se manifiesta el amor infinito de Dios que llevó a Jesús a dar su vida por todos los seres humanos, no por “muchos” como se dice de manera banal en el momento de la consagración de muchas misas, con el pretexto de que el término “muchos” no se utiliza aquí en contraposición a “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso argumentan que el concepto “muchos” equivale a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de universalidad del amor de Dios recogido en las palabras de la consagración eucarística? Dios invita a todos al Banquete; la respuesta de cada persona es otro cantar.
Esto viene de la última reforma ideada por J. Ratzinger (2006), y que volvió a la carga siendo Papa, proclamando que” Cristo murió por muchos”, en lugar de “por todos”, como es la formulación del Concilio Vaticano II. Ojalá que esta fiesta del Corpus Christi no se agote en una jornada, sino que sirva para ser mejores testigos del Amor universal de Dios. Y de paso, ojalá, se dejen fuera los pruritos semánticos que no hacen sino estorbar la esencia de nuestra celebración más importante de nuestra fe (*).
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(*) La cuestión del pro multis se puso a votación durante la asamblea plenaria de la conferencia episcopal italiana en 2010. Y, según los datos filtrados por el vaticanista Sandro Magister, de los 187 votantes, 171 votaron a favor de per tutti (Cristo murió por todos). Un rechazo que pedía el cambio, no atendido por Benedicto XVI.