La distinción cristiana

Confieso que me quedé con ganas de seguir hoy la reflexión de la semana pasada sobre la importancia del cómo nos comportamos desde el sentido y el valor cristiano de lo que hacemos. No me convence esa ley no escrita de que los conservadores se apoyan en la oración y los progresistas en la acción, como si ambas pudieran separarse para acertar como buenos cristianos. La actitud interior condiciona las conductas con el prójimo. Y me vuelvo a fijar en lo que señala el Papa Francisco y pasa bastante desapercibido; me refiero a cuando insiste en la humildad y la magnanimidad y en desterrar "una actitud odiosa hacia el prójimo", la que se tiene cuando nos convertimos en "juez del hermano" que el mismo Jesús reprocha por hurgar en la mota del ojo ajeno sin hacerse cargo de su propia viga.  

En estos tiempos revueltos estamos encastillados resistiendo para que el nuevo tiempo no se lleve nuestras seguridades; y en otras ocasiones, para implantar cuanto antes lo que consideramos esencial y no acaba de llegar. La peor versión de estas luchas es que descuidamos las formas que empleamos para llegar al prójimo. Hasta la sabiduría popular le da importancia a esto cuando recuerda que una persona es, en buena medida, lo que piensa de los demás.

No parece que demos importancia a la limpieza interior a pesar de que el mismo Jesús afirmó que lo puro e impuro está en el corazón humano, no fuera. Y esto es aplicable en mayor medida, si cabe, a las jerarquías eclesiales que lucen sus trajes talares según el color de su rango, pero dan un ejemplo muy pobre; o escandalizan, directamente. Parece incomprensible que algunos purpurados de la CEE se mantengan en sus puestos a costa de su feligresía, como si fuese más importante la gestión de sus carreras eclesiásticas que su valor como líderes pastorales al servicio evangélico.

La malicia es el arte de disfrutar infligiendo pequeñas heridas a otro. Si nos parásemos a pensar en las graves consecuencias que tienen en la vida diaria los juicios contrarios a la caridad se frenaría la mala costumbre de juzgar a los demás negativamente desplegando la maledicencia, a veces despiadadamente. Lo cierto es que esta actitud a quien más daña es al que la practica secando el corazón en las iniciativas que inicialmente serían estupendas. La caridad, nunca mejor dicho, empieza por uno mismo.

La principal característica del cristiano es la verdadera humildad, la que nos lleva a ser generosos y comprensivos, acogedores y abiertos al otro, llenos de confianza en Dios y también en los hermanos. Esta manera de comportarse se aprende, se entrena y refuerza  a base de esfuerzo sostenido en el tiempo porque, de lo contrario, se va perdiendo, igual que le ocurre a la masa muscular y a tantas otras cosas humanas.

Llamo la atención a recuperar el tiempo de introspección, humildes en la escucha activa oracional para recuperar nuestras mejores conductas diarias, en lo menudo, donde nos jugamos los cimientos de un mundo mejor. Es imprescindible luchar de manera generosa y continuada contra nuestras debilidades para no volcarlas sobre los demás. Solo el pensamiento de que Dios me ama igual que ama a los que aborrezco, debe llenarnos el corazón de paz y adoración ante un Dios que también me ama cuando me descarrilo en mis sentimientos y actitudes vengativas, resentidas, rencorosas, despreciativas y chismosas. No hay que seguir pactando con nuestros defectos si queremos ser dueños de nuestro carácter y lograr una conducta cristiana.

Yo tampoco lo tengo fácil cuando leo y releo sobre la virtud de la mansedumbre y reflexiono sobre la fortaleza interior que debo pedir al Espíritu para mejorar mi vida, atento a lo mejor que hay en los demás. No acaban de lucir, exigen esfuerzo interior, dejan poco margen a la vanidad y al éxito fácil. Resulta costoso juzgar de continuo a los demás con verdadera amabilidad o caridad cristiana. Todo esto se entiende mejor cuando se trata de la conducta de nuestros seres queridos, comportamientos condenables o vergonzosos; es entonces cuando hacemos lo imposible por comprender, aceptarles como son y para que esos errores tengan el menor impacto a nuestro alrededor.

Las grandes personalidades cristianas que permanecen en la memoria ejemplar eclesial lo son porque fueron pacientes cuando costaba ser pacientes, afables cuando sintieron la tentación de sacar la ira y alegres cuando su alrededor incitaba a todo lo contrario. Curiosamente, la psicología moderna va en esta dirección, en sanar el interior humano practicando las actitudes que nos ayudan a ser más fuertes que la adversidad para superar los contratiempos de la vida.

Hacer algo por los demás está en el adn cristiano, sin duda. Pero no es menos importante la actitud con la que tratamos a quien tenemos enfrente, otro ser humano tan necesitado de lo mismo que yo, o más. Si algo hay más revolucionario que dar de comer al hambriento es hacerlo con verdadero amor evangélico. Esto es lo específicamente cristiano, ojo.

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