Una elección incómoda

Elección incómoda y mal resulta en buena parte respecto a nuestra imagen comunitaria cristiana. Me refiero a lo que me parece una llamada de atención en el evangelio de Lucas (15.1 y ss.) donde Jesús es criticado por la autoridad religiosa, escandalizada porque “todos los recaudadores y pecadores se acercaban a escucharle y Jesús les recibía y comía con ellos”. Nótese que el evangelista no habla aquí de pobres y enfermos, sino de personas que los cristianos de muchas épocas, incluida la nuestra, hemos orillado cuando no rechazado poniendo tierra de por medio contra ellos por apestados, cuando no persiguiéndoles sin piedad. ¿Para quién es entonces el mensaje de la evangelización, solo para los “buenos” que no necesitan médico?

Examinemos nuestra actitud con quienes no viven de acuerdo a nuestra fe o contrariamente a ella. Si dicen que Jesús no es Hijo de Dios, les etiquetamos de arrianismo sin propiciar un diálogo abierto, con un dogmatismo fundamentalista que excluye hablar desde el corazón, como hizo Jesús. Nótese que compartir la mesa en tiempos de Jesús era un hecho muy simbólico en las normas religiosas judías, que excluía a impuros, profanos y paganos; y por supuesto a pecadores reconocidos como tales. Pero Jesús comía con ellos…

¿Qué hizo Jesús con los pecadores? Dedicación especial con gestos muy significativos, el mayor de todos, comer con ellos porque Jesús ama primero al pecador y solo desde la experiencia de sentirse amado, Él pretende un cambio en la actitud. La palabra latina convivium, expresa este lazo entre la mesa y la amistad. Por eso, según la Biblia, no se puede comer con cualquiera. Los egipcios tampoco comían con los hebreos (Gén 43,32). La misma idea reaparece referida a los gentiles y pecadores. Y todo ello porque una comida es símbolo de amistad, de comunión, expresión de nuestros mejores sentimientos interiores. La comida es igualmente factor de comunión, cimiento amoroso y expresión de respeto y amistad que en el caso de Jesús revoluciona la esencia de la fe.

Pensemos en la actitud con los que se han marchado de la comunidad cristiana dando un portazo; los que nos ridiculizan, aquellos que nos combaten ferozmente. ¿Cuál es nuestra actitud? Ni siquiera somos capaces de una autocrítica humilde por si hubiera alguna actitud de nuestra parte que es necesaria cambiar. Peor aún, algunos representantes del clero, incluidos miembros del cardenalato, critican abiertamente al Papa por no ser más duro con aquellos que Jesús hubiese ido a comer con ellos.

A todos los que no cumplen con lo que decimos y tampoco hacemos, ¿debemos alejarnos de ellos, mantener la exclusión y verles como a enemigos y hacerles el vacío, en lugar de mirarles como los destinatarios de la verdadera evangelización, desde el ejemplo, en lugar de enarbolar normas y normas, muchas de ellas excluyentes? ¿Es que así somos testigos de Jesús?  El Maestro acogía a los pecadores, les buscaba, compartía tiempo y compartía la mesa con ellos. Ponía por delante su corazón para abrir el de sus interlocutores haciendo de la acogida, la escucha y la misericordia, verdadera justicia divina.

Entiendo la incomodidad que nos invade cuando tenemos que elegir nuestra actitud. Con los de casa, somos pusilánimes y acomodaticios. Con los de fuera, criticones y a la defensiva, parapetados en nuestras seguridades incluso ante los que buscan de corazón y no ven nada atrayente en nosotros; solo nos reconocen encastillados en nuestra pobreza interior. Aquél publicano humilde de otra parábola de Lucas salió justificado del templo mientras el buen fariseo daba gracias a Dios “por no ser como los ladrones, adúlteros, ni aun como este publicano". 

El Papa intenta desterrar este tipo de conductas abominando en público del clericalismo de las seguridades, del poder y de las exclusiones, poniendo en marcha su apuesta sinodal. Es decir, llamando a rebato para cambiar la actitud en lo esencial: acercarnos más entre nosotros, escuchar al otro, sus experiencias; aceptar de una vez que buena parte de los problemas de la Iglesia y de la espantada de los templos es nuestra responsabilidad poco ejemplar y excluyente. Tenemos, pues, que elegir, como nos dice el evangelio del domingo XXIV del Tiempo Ordinario, entre el legalismo excluyente o la actitud abierta y evangelizadora que acoja al diferente; no solo al pobre y marginado: al diferente que no cree en nosotros ni en Dios, y hacerlo con espíritu evangelizador, es decir, ejemplar, que es lo que arrastra.

No es un problema del clero solo, pues existen muchos laicos tanto o más clericalistas que los clérigos. Es un problema de misión de fe, de creer en Jesús para vivir como Él, algo bien alejado de replicar el poder religioso de entonces, que no toleró al amor por encima de la seguridad y el poder que da la norma.

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