Os equivocáis cuando pensáis que las uvas crecen por la eficacia de vuestros propios esfuerzos. Es la fuerza de la vid la que actúa por medio de vosotros. (Franz  Jalics) Una fe aplicada

Orar no está de moda entre los seguidores de Cristo, al menos entre los del Primer Mundo. El silencio y la introspección han sido relegados al primar la coctelera de pensamientos y sensaciones cotidianas que nos dominan en cuanto pretendemos generar un espacio para el encuentro con Dios. El problema es que la oración se ha convertido en algo secundario a la que dedicamos poco tiempo al día y de manera superficial demasiadas veces. Son tiempos difíciles en los que brotan este tipo de preguntas: ¿Vale la pena orar? ¿Realmente Alguien me está escuchando?

Posiblemente, la mejor definición de la oración cristiana sea abrirse a la escucha de Dios. Esto supone una tarea ardua al estar sujeta a múltiples condicionantes externos que desconocemos; y del propio interior de cada persona: sentimientos, anhelos, imprevistos, límites... pero también actitudes que no trabajamos lo suficiente, empezando por la humildad, la escucha activa y la confianza. Las tres son necesarias para discernir la voluntad de Dios y experimentar su amor inmenso y cercano. Y las tres nos conducen al prójimo como el referente.

Al fin y al cabo, pocas cosas se enfatizan tanto en la Biblia como la necesidad de orar, tanto en el Antiguo Testamento como en la vida de Jesús.  Lo grande de la oración en todo tiempo es abrirse a la relación con Dios Amor que nos llama a ser la mejor posibilidad de cada uno en este mundo. Al fin y al cabo, el fin de la oración no es cambiar a Dios, sino cambiarme a mí y para ello se necesita tiempo como en cualquier cosa que merece la pena en esta vida; lo que en el lenguaje evangélico de la oración llamamos perseverancia. Es algo que se aprende, como se aprende a amar a los demás. Dios ha puesto su semilla en nuestro interior para caminar ¡en la escucha! de acuerdo a lo que se nos va revelando en el marco de la fe. Cuando el cristiano prescinde de la oración, desecha su principal referencia descentrándose de su camino vital.

A todos nos gusta ver los resultados de nuestros esfuerzos, pero el primero que no lo logró fue Jesús al morir fracasado a los ojos del mundo. No obstante, su ejemplo transformador fue el fermento para que sus seguidores liderasen la Buena Noticia ampliando las fronteras del Pueblo elegido. No lo tuvo fácil, pero Jesús no utilizó atajos ni poderes mundanos; tan solo esgrimió su oración y coherencia de amor con todos. Él reservaba espacios para orar por muy atareado que estuviera. El diálogo vital con el Padre le ayudó a superar las peores tentaciones (Lc 4, 1-13 y 22, 39-48) aceptando la incomprensión y la persecución a las que respondió con el ejemplo de misericordia, compasión y la defensa de los más vulnerables.

¿Cuántos malos ejemplos cristianos se han llevado por delante a la oración y han sido motivo de alejamiento del cristianismo? Lo importante es mirar la realidad con los ojos de Jesús y preguntarnos: ¿Qué haría Él en nuestro lugar? El no miraría con desdén a los alejados ni haría sentirnos culpables por llevar una existencia plana. Él no impondría nada. Lo que posiblemente repetiría es su actitud interpelante con las autoridades religiosas sobre el ejemplo dado, exhortándoles a que fuesen más coherentes entre lo que pontifican y sus hechos. A ellos y los que nos consideramos el trigo entre la cizaña.

Ante esta realidad compleja y difícil, miremos humildemente nuestra viga del ejemplo inconsecuente que damos pidiendo a Dios que nos enseñe a orar mejor y con mayor frecuencia para ser la sal de la Tierra. Lo fácil es condenar las actitudes de los demás cuando sabemos que es lo radicalmente anti evangélico. Somos luz, no jueces; somos oferta, no acusación. Somos agentes de escucha y diálogo, no de imposición. Somos buena noticia, no un dogmatismo organizado que espanta o cuando menos desmoviliza. En definitiva, somos las manos de Dios y no lo contrario.

El Talmud nos recuerda que no vemos las cosas como son, sino como somos: cambiar desde la oración para ver la belleza interior en los demás es la gran asignatura pendiente. El problema es no ser levadura hasta convertirnos en camino para otros porque nos olvidamos de lo principal: “Sin mí, no podéis hacer nada”.

Gabriel Mª Otalora es autor del libro Orar en tiempos difíciles. Ed. Fonte. Mayo 2020

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