La imposible uniformidad

El pluralismo es la base de la naturaleza. Lo vemos en la enorme variedad botánica, en los millones de especies animales, en el despliegue impresionante de diversidad que aun no conocemos bien del todo. Ocurre igualmente con la pluralidad universal  de etnias, culturas e idiomas. Lo diferente es la norma, no la excepción, y de ahí surgen las diferentes maneras de crear, crecer y convivir, abocadas a la participación y la solidaridad para un mundo mejor, al menos para la mayoría. No estamos hechos para la uniformidad por más que nos tiente imponerla. Compartir y respetar es lo único que nos hace capaces de avanzar como sociedad al implicarnos desde la escucha, la reflexión y el consenso entre diferentes. Donde todos piensan igual, es que nadie está pensando mucho, que dijera el agudo periodista Walter Lippmann.

Es cierto que nuestra democracia es imperfecta, pero aceptamos -a regañadientes- el derecho de los oponentes a participar de tú a tú en las instituciones como la mejor manera de convivir. La dictadura, acordémonos, es el reino del pensamiento único. Pero la cabra tira al monte y la tentación de reducir la influencia del pensamiento plural, ha vuelto con maneras sibilinas muy peligrosas, de modo que a aquellos que se postulan diferentes, se exponen a que les respondamos con la vileza y el ninguneo. Ocurre en la calle, pasa en el Parlamento, en las redes sociales, cada vez menos respetuosas en la medida que, inexplicablemente, se permite el anonimato a la hora de insultar. El resultado de esta deriva irracional la capitalizan grupos como Vox que propugna abiertamente una sociedad excluyente en lo social, en lo económico y en lo político desde un catolicismo que recuerda las actitudes de las autoridades religiosas que crucificaron a Jesús. Italia hoy es otro ejemplo triste de esto.

El tiempo de las libertades, creativas por definición, parece tener menos encanto que el pensamiento único. Pero nuestra condición nos hace rebelarnos a favor del pluralismo inevitable; podemos arrinconarlo, perseguirlo, que  volverá como las hierbas que brotan de nuevo bajo el suelo construido, en cuanto nos descuidamos. Y ocurre así porque alguien habrá siempre que luche por las libertades y la concordia creativa, por la convivencia entre diferentes como la única llave para llegar a acuerdos generales de convivencia aprovechando la diversidad creativa. Cuando tenemos amigos de verdad, es porque aceptamos y valoramos que piensen diferente a nosotros; nos tienta “convertirles”, pero sabemos que sería el principio del fin de la mejor amistad.  

¿Por qué enquistarnos en lo que nos separa, hasta el punto de fomentar la guerra entre naciones y entre personas, en lugar de valorar primero lo que nos une? La fuerza mantiene artificialmente el pensamiento único. Y cada vez que padecemos la uniformidad, estamos en retroceso político, social o religioso. Incluso decimos que Dios está de nuestra parte, los creyentes de todo siglo y condición; es capital que mi ideología triunfe para avanzar, decimos desde la política. La unidad no es uniformidad. El pluralismo y la unidad no tienen por qué ser excluyentes ni contradictorios.  La Torre de Babel quería ser un inmenso icono que simbolizara la uniformidad. 

El dogma esencial de lo que surge todo lo demás es el amor, vivido a la manera de Jesús de Nazaret, decimos todos los cristianos. En ello está el Papa Francisco con su apuesta sinodal, a la manera de un Concilio encubierto, en forma de proceso de revisión sobre la forma de ser y actuar de los católicos viviendo su experiencia de fe desde la escucha respetuosa y el servicio con amor.

La globalización financiera es otro intento mendaz para laminar la diversidad en beneficio de un poder económico más centralizado. Afortunadamente, siempre vuelve la necesidad de unirnos y enriquecernos desde la diversidad, recuperar el respeto a la opinión diferente, la escucha activa, la colaboración sincera que propicia compartir lo esencial que nos une, como debiera ocurrir también en el universo fragmentado cristiano.

Ante el diferente, ¿optamos por la imposición o por la convivencia abierta y respetuosa, incluso hasta dejarnos sorprender para salir enriquecidos mutuamente? El resultado de la elección salta a la vista, ya en la vida cotidiana.

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