La liturgia como signo

He tenido la oportunidad de pasar unos días en la Inglaterra profunda, bellísima y con un acervo arquitectónico espectacular, tanto civil como religioso. En su campiña, existen multitud de iglesias diseminadas en las que se vive una intensa vida comunitaria religiosa destacando la implicación de sus miembros masculinos y femeninos de una manera que me ha producido sana envidia.

No es que me he haya dedicado a la sociología religiosa de la iglesia de Inglaterra -como les gusta llamarse a los anglicanos- pero en cada visita cultural o religiosa destacaba sobremanera el rasgo de su acogida a todos, sean propios o extraños como yo, que estaba de visitante ocasional: primero te sonríen, te saludan y te hacen sentirte acogido, como diciendo que mientas estés entre ellos, eres bienvenido y respetado, sin importar tus creencias sin la pretensión, en ningún caso, de hacer proselitismo. Y si preguntas alguna cosa, te responden con una amabilidad que muestra una sincera cercanía. Con semejante actitud bastaba para que el visitante sintiese simpatía por sus convicciones y actividades. Nuestro problema católico es justo el contrario, con unas comunidades muy poco vividas donde las celebraciones litúrgicas no pueden ser más frías con sus miembros comportándose de una manera muy individualista.

Ekklesia significa precisamente comunidad y los católicos no somos ejemplo de ello. En las celebraciones religiosas de Occidente, al menos, la liturgia y el culto están demasiado centrados en el celebrante. No vivimos la eucaristía como una fraternidad que se prepara para vivir el Reino el resto de la semana, marcados a fuego como estamos por el estigma de la obligación dominical. En esto, los cristianos ingleses nos llevan una buena ventaja; en esto y en darle la importancia que tiene a la celebración de la Palabra, a la escucha de lo que el Señor nos quiere decir.

Creo que protestantes y católicos nos hemos dividido por mucho menos de lo que nos une; simplificando, María y Pedro significan la imagen de la discordia entre católicos y protestantes: sobre la primera, incluso hemos idolatrado en ocasiones su culto al centrarnos en exceso en la virginidad en lugar de hacerlo en su actitud heroica de escucha y aceptación maravillosa de la voluntad del Padre; en el caso de la sede petrina, la autoridad única del papado sobre toda la cristiandad en Roma no parece ser un tema tan de fondo como para que el mensaje de implantar el Reino y su justicia hayan quedado en segundo lugar demasiadas veces.

Volviendo a la liturgia y las maneras de las comunidades de nuestras parroquias católicas, no podemos seguir consumiendo sacramentos con este perfil individualista que nos significa. Cada vez que releo el evangelio, incluidos los Hechos y Cartas posteriores a la vida de Jesús, más me convenzo que nuestra asignatura pendiente como católicos es la vivencia comunitaria, que luego se refleja en una falta de solidaridad humana -no solo la económica es importante- alarmante en el día a día por no sentirnos implicados como grupo. La liturgia, los rituales, los signos y los símbolos de nuestra fe deslucen el mensaje de la Buena Nueva ante quienes quieren conocer la Verdad y no encuentran interesantes nuestras celebraciones nada contagiosas por despersonalizadas y poco participativas. Son formas de otros tiempos que se alejan de nuestra sociedad; y de nuestra misión, claro.
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