¿No sería mejor un Dios sin Cruz?

¿No resultaría mejor un Dios triunfal, sin necesidad de entrar en el mundo y dar su propia vida por los hombres? Quizá parecería mejor, en teoría. Pero ese Dios no sería el “Padre de nuestro Señor Jesucristo”. No hay para los cristianos más Dios que el de la cruz de Jesús, el Dios que se deja “matar”, amando y salvando precisamente allí donde le odian y le matan.

No hay verdadero amor sin que el amante salga de sí y se entregue al amado, como el Padre que se entrega plenamente al Hijo. No hay cumplimiento de amor (comunión) si el Amado (Jesús) no responde con amor al amor recibido. En esta línea coherente, Jesús confía y se ofrece al Padre poniéndose en sus manos, con y por todos sus “hermanos”, incluidos aquellos que le matan. Ésta es la visión de Dios que ha desarrollado San Juan de la Cruz en su Romance de la Encarnación y de la Trinidad, que está dedicado a la Cruz trinitaria en la historia humana a fin de que todos podamos responder libremente a su amor divino.

Por eso mismo, cuando afirmamos que no hay amor sin cruz, sin donación de uno mismo, debemos añadir que no hay amor divino, amor “cumplido”, sin transformación de la vida que hace surgir al hombre nuevo. En el caso cristiano, lo que Dios realiza al entregarse con total amor en la cruz no se pierde, sino que se realiza en plenitud transfigurada.

Dios no ha creado a los hombres con el fin de abandonarles fuera de sí mismos, sino para ofrecerles su propia Vida como espacio, camino y plenitud final de amor. La Cruz no es algo que Dios imponga a la fuerza sobre las espaldas de los hombres, reservándose egoístamente un amor de felicidad separada, sin cruz. Al contrario, desde la perspectiva de la historia humana, la Cruz de Dios se expresa y despliega en la vida de los hombres. Sólo un Dios que sale de sí mismo, penetrando en la finitud humana, experimenta el abandono y transfigura la historia internamente con su amor hasta culminar en la plenitud del triunfo pascual puede ofrecer a los hombres un sentido y camino de amor eterno.

Ciertamente que no queremos vivir la cruz propia, pero vivimos imponiendo sin pudor cruces sobre los otros. Sin duda que esta actitud puede ofrecer en lo externo unos rasgos de lo más humanos, pero al final del camino puede terminar mal en su soberbia y en su impotencia; podemos conquistar el mundo, pero matándose a sí mismo y destruyendo al fin el mismo mundo, como ha puesto de relieve el papa Francisco en Laudato si (2015).

El ser humano sin cruz ha podido cambiar mucho este mundo, pero no ha podido transformarse a sí mismo, ni entender su vida como don de amor. Por otra parte, ese triunfo externo se ha logrado a costa de una gran esclavitud de los pequeños; ahí siguen tirados en las cunetas del planeta tantos y tantos seres humanos, los crucificados (hambrientos y oprimidos) de la nueva historia que aparece marcada por el desamor de un éxito a costa de tantos. Es decir, que el resultado real depende de nuestra elección a la hora de tomar decisiones, comenzando por el día a día: vivir en el amor o eludiendo la cruz propia pensando así en llegar a la mejor posibilidad de uno mismo. Los resultados saltan a la vista.

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A Amaia, con cariño

Extracto del libro La Cruz, variaciones sobre la Buena Noticia. Editorial San Pablo (2022). Presentación y epílogo, Xabier Pikaza.

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