Un mensaje que sigue siendo equívoco

Nos enseñaron el evangelio casi como un libro de historia, al que había que seguir al pie de la letra, en lugar de un conjunto de textos de variados estilos literarios, incluida la crónica de hechos, cuyo objetivo era conocer y seguir el mensaje de Jesús. Hacerlo nuestro para transmitirlo como Él nos dijo que era: una buena noticia. Y entre los mensajes clave, quiero destacar uno de especial importancia pero de equívoca interpretación a pesar de su aparente claridad: Amar al prójimo como a uno mismo.

El mensaje aparece con profusión (Mt 22, Mc, 12, Lc, 10, 1Jn 4...) y nadie duda que es una enseñanza capital para aplicarnos en todo tiempo y lugar. Pero aun así, su interpretación es equívoca. “Como a uno mismo”, significa que lo que quiera para mi, debo querer para los demás. Pero entonces, significa también que, atención, la medida es uno mismo, no el prójimo: primero, querernos bien a nosotros, y después al prójimo, en este orden.

Que nadie piense que se trata de un orden de preferencia sino cronológico, pues si no me quiero, si no soy capaz de aceptarme con mis virtudes y defectos, me rechazo, es difícil querer así a otros a la manera del amor de Jesús. El terrible equívoco incrustado en muchas culturas y conciencias es sentir y creer que el quererse a uno mismo es sinónimo de ser egoísta, cuando es todo lo contario.

Todos buscamos ser felices, lo llevamos en los genes, y Jesús lo que hizo fue iluminar nuestra existencia para que activemos los resortes que nos conducen efectivamente a la felicidad, a la liberación a la madurez, a la alegría: Estad alegres, exhortaba Pablo, que sabía muy bien de qué hablaba, lleno de dolores e incomprensiones él también.

Madurar es un camino largo por el que vamos liberándonos de ataduras, vamos relativizando y apreciando las cosas realmente bellas de la vida, aquellas que no se pueden comprar con dinero ¿Ya sabemos agradecer a Dios todo el bien que nos ha hecho, la cascada de gracias y regalos que tenemos? Obturados en nuestro dolor reconcentrado, sintiendo culpa e incapaces de aceptar la vida para superarla, no podemos querernos. O dicho de otra forma más directa, no podemos ¡abrirnos al amor de Dios!, y tampoco, claro, al amor del prójimo. Tanta gente en consultas de psiquiatras y psicólogos nos indica algo en esta dirección.

Tenemos la asignatura pendiente de discernir el egoísmo de querernos a nosotros sanamente para entender el mensaje chocante de que hay que amar al prójimo como a mí mismo. Propongo que la próxima lectura de los evangelios sea, por esta vez, superficial, dando una batida por los cuatro evangelios para fijarnos en cuántos pasajes Jesús sana, cura, libera, perdona. Es constante en su actividad estas muestras de liberación a personas que sufrían sin preguntarles si eran buenas o malas, amigas o extranjeras. Solo tuvo en cuenta el dolor y la liberación que necesitaban. Dios amor, en la persona de Jesucristo, amando desde su Amor.

Si tenemos alguna obligación pendiente dormida, esa es la de trabajarnos para dejar querernos por Dios y querernos mejor, tal como somos; podemos mejorar y empeorar, pero no cambiar. Nacimos “así” pero eso incluye ser hijos de Dios. Aceptarnos y amarnos como Dios nos ama para dar lo mejor al prójimo... ¡de lo mejor de uno mismo!
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