El miedo a la sinodalidad

Llevamos tiempo acostumbrados a una manera de ser Iglesia, donde unos lideran y otros viven pasivamente actuando solo cuando se les da permiso. La necesidad de transformación para vivir mejor el Evangelio, ha venido de la mano del Papa Francisco en forma de sinodalidad. Su propuesta de actitud de escucha para luego discernir ampliando el número de convocados, ha sido un terremoto eclesial. Quedan muchos oídos que no quieren escuchar desde la indiferencia, pero también desde una beligerante actitud que trata de entorpecer el proceso.

Seguro que hay más de una causa para tanto palo en las ruedas sinodales, pero una razón principal es el miedo; miedo al cambio y a lo que esto supone. Los dirigentes eclesiásticos del tiempo de Jesús también tuvieron miedo al cambio, a abrirse a una realidad religiosa más auténtica. Entonces no había Cuaresma, pero un proceso de conversión les hubiera venido muy bien.

Ese miedo es poliédrico por lo que supone de pérdida de poder que la organización institucional les ha conferido mediante una rígida jerarquía en la que el Código de Derecho Canónico ha llegado a ser en ocasiones más potente que el Evangelio. El liderazgo de servicio institucionalizado en la última Cena, ha sido menos importante en muchas ocasiones que el poder eclesial establecido por norma. El poder frente al servicio aparece en el Evangelio al revés, y sigue siendo muy del gusto en no pocos consagrados, laicos y laicas.

Con la promoción del sacerdocio bautismal en una iglesia donde la mayoría somos laicos y laicas, las cosas se plantean de otra manera, con otro protagonismo para la verdadera fe en el Espíritu, el impulsor de la sinodalidad. Y claro, causa miedo  compartir responsabilidades, carismas, ideas que, sin duda, su aplicación reducirá los abusos de poder.

Eso de “alquilar la conciencia” al sacerdote de turno para que me diga lo que tengo que hacer, ha sido norma en buena parte del laicado, que ahora ve como sus seguridades también se tambalean. Que una cosa es hacer la labor de un padre espiritual, y otra propiciar cristianos inmaduros con una conciencia infantilizada. Y con el miedo mayor a cambios en el papel de la mujer, claro. Todo gira en torno a perder una identidad llena de seguridades que fueron ajenas al mensaje de Jesús. Francisco lo llama clericalismo, en sus diferentes formas.

La sinodalidad ha llegado para vivir mejor el Evangelio y desbastar las ramas secas que nos impiden crecer. Pero se ha encontrado con una praxis que dificulta evangelizar con acierto. Y son demasiados los defraudados que nos han dejado por nuestros propios errores y ya no nos ven Iglesia de la Buena Noticia; o percibe menos lo bueno que los males del clericalismo institucional tan presente en todo.

El sínodo de la sinodalidad que arranca en octubre es para vencer los miedos al cambio y para comenzar un nuevo tiempo eclesial. El amor supera el miedo, y en el caso de Dios, la audacia de seguirle con el ejemplo de su amor transforma toda situación de la vida, da paz en el conflicto y refuerza la Iglesia Pueblo de Dios con una institución eclesial al servicio de aquél.

Muchas personas recelan del camino sinodal porque no lo comprenden, temiendo que provoque cismas. No valoran que este camino sinodal es un acontecimiento de oración, humildad y de fe verdadera. Se olvidan de que es el Espíritu Santo quien nos guía en este proceso. Por eso vivir sin estar atenazados por el miedo es profundamente cristiano: “No tengáis miedo” es una expresión frecuente de Jesús (Mc 6:49-50; Mt 10, 29-31; Lc 12,6; Lc 12,32; Jn 14,27). La primera Carta de Juan afirma que el amor anula al temor (1 Juan 4,18). Y en general, las Escrituras remiten a una experiencia de Dios que disipa los miedos y brinda seguridad: Is 41, 10; Josué 1,9; Sal 27,1; Dt 31,8; Prv 29,25; Hch 2,4; Gal. 5:22-23, entre otros.

Hay quien intenta imponerse con el mantra de que si abrimos la Iglesia perderemos identidad. Frente a esta visión, Francisco afirma que “los cambios suponen siempre unos riesgos, unos peligros, pero a la vez se convierte en el único modo de crecer y, por tanto de mejorar, a nivel personal y también social y colectivamente". Yo añadiría que no cambiar por miedo, supone un riesgo mucho mayor.

Aprender a aceptar y crecer con los demás es necesario. La tentación de encerrarse en las ideologías conduce a actitudes sectarias. El objetivo cristiano es afanarnos en vivir la belleza de la diversidad con el Evangelio en la mano. Y eso estamos, en plena sinodalidad.

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