La paradoja de Lucas

Lucas es el evangelista considerado más social. Vivió en la marginalidad respecto a los centros de poder, conscientemente asumida, donde su comunidad trata de convertirse en Buena Noticia para que la evangelización llegue a ser socialmente relevante a través de la proclamación de la Palabra y con el ejemplo.

La preocupación lucana se centra en exhortar al uso adecuado de las riquezas. Su Evangelio es el que más habla de los pobres, aunque se dirige especialmente a los ricos y a un uso evangélico de las riquezas. En este contexto, propone también el ideal de compartir los bienes. Concretamente, en los Hechos de los Apóstoles nos dice: En la comunidad se vivía el servicio, no había pobres porque los que tenían bienes los ponían en común, y cada uno recibía según su necesidad.

Sin embargo, resulta paradójico que Lucas, que es, si se me permite la expresión, el evangelista más “social” de los cuatro, sea el que a la vez muestra un interés especial en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, como algo que debemos entender dirigido  también a cada uno de nosotros: en su bautismo (Lc 3, 21); en la elección de los Doce (Lc 6, 12); antes de forzar la elección en sus discípulos (Lc 9,18); en la transfiguración (Lc 9, 28); en la oración espontánea de alabanza (Lc 10, 21), cuando les enseña la oración de relación filial con el Padre (Lc 11) y por supuesto, antes del prendimiento y en su pasión y su muerte (Lc 22,32-41; 23,46).

Jesús acudía a la sinagoga como un judío cumplidor más, pero dedicaba muchos más ratos de oración. Nos dice Lucas Jesús se retiraba con frecuencia a lugares solitarios a orar (Lc 5, 16), incluso apartándose de la gente o aprovechando la madrugada para ir a un descampado a buscar esa relación íntima con el Padre que llamamos oración. Este era su alimento principal.

Es cierto que una fe sin obras es una fe muerta, pero la oración es esencial para vivir el ejemplo de Cristo. Y esto lo hemos arrinconado. La actitud que mostramos, el cómo hacemos es esencial y para eso necesitamos luz y fuerza. Pero se nos ha olvidado rezar y estar atentos a la escucha; no nos parece importante o nos parece difícil y por eso le dedicamos en todo caso un tiempo accesorio, como si evangelizar fuese obra nuestra, y no el plan de Dios. No es así como actuó Jesús, según nos cuentan los cuatro evangelios, especialmente el texto lucano, tan orientado a lo que hoy llamaríamos justicia social.

La oración cristiana es relación con el Padre, y eso hay que alimentarlo si queremos dar fruto en humildad, en la escucha mutua, la comprensión y el diálogo, ahora en la clave sinodal del Papa. Por eso es necesario orar siempre y no únicamente cuando estamos en una situación apurada.

Tomemos el ejemplo de la santa Teresa de Calcuta,  incansable cada día con el sari blanco y sus listas azules, que pasaba por lo menos tres horas al día en oración. Esto suponía para ella el motor de toda su labor activa. Cuenta un periodista que le entrevistó que, ante la cantidad de necesitados que se agolpaban en su centro, él no entendía que esta mujer dedicara tanto tiempo a rezar, cada día. La respuesta de la Madre Teresa fue muy concreta: Sin oración yo no podría trabajar ni media hora. La fuerza que tengo, Dios me la da a través de la oración… Y añadía: “Lo más importante que puede hacer un ser humano es rezar”.

¿Y cómo rezar? Teresa responde: “Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos sino lo que Él nos dice y nos transmite”.

Me parece que estamos ante nuestra principal asignatura pendiente, que no es otra que la desvalorización de la oración fiándolo todo a la acción. La paradoja de Lucas es la misma que encontramos en Teresa de Calcuta… en Teresa de Jesús, en Ignacio de Loyola, y en tantos más.

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