Nosotros somos parte del problema

Melilla, Canarias, Lesbos, Lampedusa… son signos de la incapacidad europea ante la inmigración no querida que nos llega. Pero como tal signo, sangrante siempre, la incapacidad de atender a tantos inmigrantes muestra no solo el problema local, europeo, sino el problema mayor de la crisis humanitaria que padece África, ajena a nuestro día a día.

Si bien la tendencia al alza supone un problema creciente también para nosotros, sobre todo cuando persistimos en no abordarlo en serio, ni las medidas de la ultraderecha italiana logran remitir la llegada masiva de seres humanos huyendo de la miseria y la violencia. Incluso la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viendo el problema tan cerca del corazón de la UE, ha tomado la iniciativa de proponer un decálogo de medidas para contener en destino a la inmigración irregular.

No es la primera vez que mareamos la perdiz. Recordemos la Cumbre de La Valeta sobre migración en noviembre de 2015. Una reunión con jefes de Estado y de Gobierno europeos y africanos en un intento de reforzar la cooperación para abordar los desafíos de la inmigración. Aquellos dirigentes adoptaron una declaración política y un plan de acción concebido para abordar las causas profundas de la migración irregular y del desplazamiento forzoso -entre otras medidas-, sin que lograsen ocultar la incapacidad europea para frenar la inmigración. Para más inri, los emigrantes que venían y vienen desesperados no son precisamente los más pobres, con dinero para pagarse al menos la patera.

La legislación europea no funciona en lo que afecta al tráfico de personas, como tampoco existen suficientes corredores humanitarios legales y seguros. Pero quedarse en esto forma parte de las medidas reactivas, no de la solución al problema que se encuentra en la manera de entender África como una despensa a nuestro beneficio sin importar lo que allí suceda, excepto por nuestro rechazo a las molestias provocadas por la llegada de tantos seres humanos que actúan como lo haríamos nosotros en situaciones similares: huir en busca de una vida mejor, incluso a los lugares donde les roban los recursos naturales, y ahora también los pocos profesionales cualificados que Europa necesita y cuya baja natalidad no logra cubrir.

¡Qué más da el boquete socioeconómico que se causa a las ya de por sí frágiles estructuras productivas de los países africanos!... Lo que importan son las materias primas, el poder indirecto territorial y el damero geoestratégico que porfían las grandes potencias, golpes de Estado incluidos, con títeres al mando para el control neocolonial.

La magnitud de los datos es tan espantosa que no podemos seguir mirando al dedo que apunta al problema; como cristianos, fallamos si reducimos el problema a cada nuevo desastre de ahogamientos en el Mediterráneo. No es posible poner puertas a la oleada de seres humanos que huyen reclamando hospitalidad, ni siquiera desde el rechazo brutal, legal y humanitario, porque ya no tienen nada que perder. Según los informes de Cáritas, la situación de inseguridad alimentaria es uno de los retos más acuciantes. La situación sigue empeorando a fechas del 2022 por el cambio climático, el crecimiento demográfico, el acceso universal al agua potable, a los servicios sociales de salud y educación... La pobreza en África sigue siendo la más grave del mundo, y con la esperanza de vida más baja del planeta.

África es el lugar donde está el problema, no Europa. Aquí lo estamos ampliando a medida que rechazamos un éxodo que se agravará en tanto en cuanto la realidad de África se haga más insufrible, algo de lo que no queremos saber nada. ¡Incluido nuestro problema climático! La globalización ha abierto mercados y capitales, pero no fronteras a la pobreza. Lo ideal sería que la gente no tuviera que  abandonar sus países, con todo lo que eso supone de dificultades extremas y desarraigo. No lo olvidemos, el subdesarrollo africano viene porque hemos utilizando sus riquezas en nuestro beneficio, al menos desde el siglo XIX.

¿Ante este panorama, se nos nota a los cristianos, por serlo? Desde los escritos del Antiguo Testamento, Dios acoge, como opción preferente a los últimos de la escala de valores social, incluido el extranjero, el inmigrante. La solidaridad fraterna tiene que convertirse en hechos como un imperativo que me obliga ante semejante problema. Es algo consustancial al Evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia. No tengamos miedo al compromiso y a la denuncia profética. Miremos al migrante desvalido con otros ojos. No tengamos miedo a amar.

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