Cuando lo pequeño es grande

Franz Kafka apuraba sus últimas semanas de vida consumido por una tuberculosis que le llevaría a la tumba. Paseando por un parque con su amada Dora Diamant vio a una niña desconsolada porque acaba de perder su muñeca. Conmovido por el llanto de la pequeña, como buen escritor que era se inventa una historia: Tranquila, le dice a la niña, tu muñeca no se ha perdido, se ha marchado de viaje y no le ha dado tiempo a despedirse. Pero me ha dejado una carta en la que te explica lo que acabo de contarte.

Con la promesa de enseñarle la carta a la niña al día siguiente, Kafka no solo escribe y lee la misiva prometida sino que le dice para consolarla que la muñeca le escribirá todos los días una carta para contarle sus andanzas. Kafka se apresta al juego ¡durante tres semanas!, en las que no falla a la cita del parque con una nueva carta diaria a pesar de la enfermedad que le consume. Finalmente, se inventa un final de cuento: la boda de la muñeca con los detalles de su nueva vida con la promesa de que, en cuanto pueda, la muñeca volverá a encontrarse con la niña.  

¿Fue un detalle pequeño o fue un gran gesto? No solo Dora Diamant recogió el hecho en su diario -publicado-, sino que Paul Auster lo pone en valor en su libro Brooklyn Follies. Kafka nunca pensó que pasaría a la posteridad también por esto. 

Estamos en tiempos convulsos que demandan grandes cambios, algunos obligados y otros necesarios a pesar de las dificultades del momento. No es fácil que nadie se fije en los pequeños detalles, pero son los que construyen la cadena de valor de la existencia. En realidad, todo lo grande comienza por algo pequeñito. Dios mismo gusta hacerse presente en lo cotidiano, sin aspavientos ni atambores. Desde el mismo nacimiento de Jesús, que ya fue un hecho marginal, el evangelio tiene predilección por los efectos callados de la semilla del campo, el grano de mostaza, la siembra siempre frágil y silenciosa incluso cuando cae en terreno propicio, inapreciable hasta que llega el tiempo de la cosecha.

¿Qué vemos en una semilla, un fruto o un árbol? Un árbol, pero también puede verse un bosque, porque de la misma semilla va a salir todo. Ocurre lo mismo en la contemplación de la naturaleza, donde admiramos grandes cataratas, pero nos fijamos menos en el detalle de una sencilla flor. Depende del enfoque al que estemos dispuestos al observar la realidad. Cuántas veces pensamos en agradar a los demás buscando regalos o palabras grandilocuentes, cuando es en lo sencillo -que no simple- y en lo pequeño donde podemos acertar mejor. Esa sonrisa, ese beso, la canción que me dedican, ese consejo que buscas... tantos pequeños detalles que nos hacen felices.

Los bebés nos encandilan con gestos que son insignificantes pero que nos llenan de alegría y de felicidad. Tan importante es lo pequeño que incluso en los documentos oficiales la letra pequeña es dónde está lo relevante. Un pequeño instante de paz quizás nos llene más que un fin de semana de juerga; o una persona que nos escucha desde el corazón más que una gran charla en alguna reunión social. Lo importante es que lo pequeño sea de calidad, aunque cueste, para que se dé el bien de la otra persona.

Yo decido si veo una semilla insignificante o el potencial que ella posee. De esa decisión depende el éxito de convertir las cosas pequeñas en grandes. Y cuando vemos las cosas pequeñas que Dios nos ha dado, somos capaces de percibir lo que podemos lograr porque la realidad es paradójica, y lo pequeño suele ser lo acaba siendo grande de verdad. Todos venimos de lo pequeño, somos el producto de un diminuto esperma que luchó contra millones para encontrar un óvulo qué fecundar. Dios suele ver el potencial que las cosas tienen y no el tamaño.

De hecho, la principal virtud cristiana -la humildad- es la que nos conduce a valorar lo importante que se esconde en lo pequeño. Pero nosotros primero tratamos de entender y luego creemos. No es lo que dice el evangelio. Debemos creer a Dios: las cosas que nos ha regalado por amor podemos transformarlas en lago todavía más grande. No hay que decir “no puedo”, sino preguntar en oración humilde “como puedo hacerlo”.

Lo que hizo Kafka con esa niña exigió de su parte una renuncia pues sabiendo lo cerca que estaba su final, escribía sin parar. Tuvo que hacer un hueco diario para escribir la carta de la muñeca a aquella niña y leérsela en el parque para aliviarle su pena. Es un signo de madurez humana saber que la renuncia es una posibilidad que se ejercita con sabiduría cuando la desplegamos desde la generosidad. Sí, en lo pequeño está lo grande.

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