Un ranking ilustrativo
| Gabriel Mª Otalora
Este verano he leído que la expresión “no temas” (y expresiones similares), aparece 365 veces en la Biblia. Un número redondo que lleva a recordarnos todos los días del año esta llamada de confianza tan presente en el AT y en el NT. Al parecer, el ranking con las expresiones que más aparecen en la Biblia, son por este orden: “dar”, “amar”, “orar” y la cuarta “no temas”.
Esta información de algún biblista exhaustivo, debiera provocar una reflexión personal de cuál es el ranking de nuestras actitudes y comportamientos. Viene bien este tipo de síntesis para extrapolarlas a nuestra particular manera de vivir el Evangelio, y comparar nuestras prioridades reales, en la práctica, con las que las Escrituras recalcan e insisten.
Me he detenido a realizar mi propia reflexión al calor de este ranking, y añadiría una actitud más que intuyo presente a lo largo de los textos bíblicos, acentuada en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Me refiero a la importancia que tiene la actitud de dejarnos amar, por los demás y por Dios; aprender a recibir agradecidos. Esto significa, al menos para mí, soltar la actitud racional que lo abarca todo dando paso a dejarse amar, a confiar al margen de la razón dado lo poco que sabemos de la totalidad de la existencia. Todo es gratis para un cristiano, gracia a la que nos adherimos con nuestro esfuerzo para mejorar la realidad. Algunos han llegado a creerse que la manida salvación llega por nuestros méritos dejando a Dios de espectador ante nuestros méritos espirituales (¿un nuevo pelagiansmo?).
Lo resume muy bien Ignacio de Loyola cuando dijo “actúa como si todo depende de ti, sabiendo que todo depende de Dios”. Es decir, ser capaces de dejarnos amar, de abrirnos emocionalmente al otro, acogiendo su realidad que no controlamos racionalmente, viviendo en confianza esperanzada y agradecimiento, ay. Aceptar que hoy no es siempre y que, en definitiva, el gozo de sentirnos amados es lo que impulsa a amar a los demás. Esta es la verdadera autopista para circular por una sana espiritualidad, abiertos emocionalmente al Otro, a la escucha confiada sin poner todo el empeño en “hacer” nosotros. Si no reforzamos el “ser”, la frustración está asegurada, pues el orgullo sano se convierte en orgullo herido. Dar está muy bien, pero estar abiertos a recibir con la misma intensidad es necesario y tiene algo de asignatura pendiente.
Dar, amar, orar, no temer… y dejar que el Otro y los otros me llenen, me inunden, me abran, me transformen, precisamente para que yo dé mejor, ame mejor, ore mejor y sea menos temeroso, confiado en quienes nos aman, sobre todo en quien nos ama más que nadie.
Es posible que ser demasiado racional sea un problema fruto de la carga cultural pasada que anida en la mochila personal, cuando la inteligencia emocional era algo secundario, y nuestro esfuerzo era lo único que sumaba; así se valoraban los resultados. Yo me salvo, yo soy el meritorio y Dios tiene un papel secundario en mi camino de fe. La perfección no existe, pero el perfeccionismo orgulloso, sí.
En este principio de curso, apelo a la oración para centrarme en lo que me enseñó Ignacio Errazkin, aquel jesuita extraordinario. Algo tan sencillo de decir como necesario de practicar: la oración de pedirle a Dios luz y fuerza. Luz para saber qué tengo que hacer o dejar de hacer, y fuerza para llevarlo a cabo.
No se me ocurre algo mejor para finalizar esta reflexión que invitar a los lectores a que dediquen unos minutos de silencio y apertura confiada, repasando el ranking de estas cinco llamadas representativas de nuestra fe. Y retratarnos en cada una de ellas en medio de las dificultades que no faltan. Amén.