Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida. (Papa Francisco) La sabiduría cristiana

Pentecostés es una fiesta litúrgica que sobrepasa a un domingo cualquiera. Los judíos también celebran Pentecostés o el espíritu de Dios (ruaj), pero se centran en la narración del libro del Éxodo conmemorando el encuentro entre Yahvé y Moisés en el Sinaí con la entrega de las Tablas de la Ley que simboliza el nacimiento del judaísmo. Ellos siguen esperando al Espíritu.

Pero los cristianos no nos podemos quedar ahí. Jesús, después de resucitar y volver al Padre, envía su Espíritu para que cada seguidor se convierta en testigo suyo en el mundo. Y en todo el relato lucano de Hechos el protagonista es el Espíritu Santo que irrumpe en la historia de la evangelización de una manera que ni podemos imaginar si vencemos la falta de fe. En Hechos 2 se cuenta lo que fue aquella experiencia: el embrión de la madurez de unos iletrados -e iletradas- que nadie sospechó entonces que alcanzarían semejante relevancia en la historia, llenos de fortaleza y sabiduría.

La sabiduría del Espíritu se torna en experiencia de Dios. Es una experiencia de amor gratuito que debe ser luz para las personas que nos encontramos en nuestro camino de la vida. Algunos, demasiados, no son conscientes de que tener fe es un regalo que lleva aparejado compartir los dones de esa fe, los dones del Espíritu en forma de Buena Noticia del amor que Dios nos tiene.  

La sabiduría de verlo todo con los ojos de Dios que alcanza especialmente a las personas más sencillas de corazón porque su interior está más dispuesto a la escucha humilde y a la coherencia de vida. En este tiempo tan alejado históricamente del que vivieron los primeros apóstoles sigue siendo lo más importante, cristianamente hablando, centrarse en la responsabilidad hacia los otros, el impacto de las propias acciones en los demás, sobre todo en los más necesitados; el ejemplo.

Mientras la Iglesia clericalista se ha ido escorando hacia el fortalecimiento de la institución y de la jerarquía, que suele recordar a la teocracia judía que tantos disgustos le dio a Jesús, se ha debilitado la importancia de la comunidad pueblo de Dios. Los escribas y doctos entendieron y entienden al Espíritu como poder divino al servicio de sus intereses religiosos y sociales: acusan a Jesús y quieren acallarle; entonces y ahora. Aun así, precisamente gracias a los dones del Espíritu, muchas comunidades se mantienen ejemplares y vivas en la fe Pascual. Y otras muchas experiencias de raíz cristiana se dan fuera de los muros eclesiales. El Espíritu sopla donde quiere, y no lo hace solo donde algunos les gustaría. En Hechos 10 se cuenta que el centurión romano Cornelio, un invasor extranjero, fue el primer cristiano no judío en recibir el Espíritu Santo; fue bautizado abriendo el camino de la evangelización.

En todas las circunstancias en las que nuestra debilidad parece insuperable, solo la fortaleza del Espíritu es capaz de renovar nuestras fuerzas más íntimas hasta superar lo que parecía insalvable. No sirven nuestras fuerzas; ya lo dejo bien claro el evangelista Juan: sin mí no podéis hacer nada (Jn, 15, 1-8). La  Iglesia se muestra fiel al Espíritu cuando deja de mirarse a sí misma; y nosotros con ella cuando abandonamos el estilo defensivo y cómodo para dejarnos conducir por el Espíritu. Forma parte de la sabiduría cristiana que hay que pedirla con insistencia porque es de las cosas que se piden a Dios y que se conceden siempre. Pero ahí se nota lo poco sabios que somos ya que no acostumbramos a pedir este tipo de gracias.

Pablo nos recuerda que no sabemos pedir como se debe, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8, 22-26). No está de moda, pero yo propongo en torno a Pentecostés orar pidiendo luz y fuerza en estos tiempos tan recios. No solo seremos escuchados, como siempre, sino que seremos atendidos y satisfechos en nuestra plegaria. 

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