Tenemos lo suficiente

Después de la Pascua de Resurrección existe un periodo neutro en la sociología cristiana de mucha gente; ajeno incluso a lo que acabamos de vivir y celebrar con largueza en la Cuaresma y la Semana Santa, culminando todo litúrgicamente con la gran celebración cristiana de Cristo resucitado ¿Ya se acabó todo y hasta el año que viene?

Es llamativa la popularidad social del gesto “felices pascuas” en las fechas navideñas sin que haya arraigado en el periodo pascual de Cristo resucitado. Hemos compartimentado demasiado los tiempos fuertes litúrgicos bastante descafeinados de por sí ante el empuje de una sociedad laica a la que no llegamos en parte por nuestras propias inconsecuencias; empezando por el clericalismo y acabando por nuestra pasividad laical, tan consumista y tan indiferente que nos desdibujamos solos.

Pero el Reino está hecho de semillas y sembradores, de esperanzas y vida coherente con el mensaje de Jesús. Los resultados son del recolector, que no siempre somos nosotros ya que nuestros tiempos no suelen ser los de Dios. Pero, ¿cómo mantener la coherencia en estos tiempos recios en los que abundan tantas preguntas y motivos de queja sin aparente respuesta? ¿Cómo vivir el día a día en medio de una sociedad materialista que nos obliga a ir a contracorriente destapando nuestra fragilidad a cada momento? Menudo impacto del coronavirus también al frenesí con el que nos tomamos la existencia.

En definitiva, ¿para qué sirve tanta liturgia y los tiempos fuertes de fe si a la hora de la verdad nos sentimos inseguros, desesperanzados e incapaces de salir de nuestras contradicciones? Los templos se vacían y la siembra no da fruto, aunque le llamemos Buen Noticia. No son pocos los que añoran un reino como el que se imaginaban los mismísimos apóstoles: un reino fuerte que expulse a los romanos, bendecido por Cristo siguiendo la estela de los errores del pueblo elegido, cuando se empeñaron en tener reyes como los paganos y ser más que ellos. El mismo error tras las primeras generaciones cristianas, cuando se entendió que la mejor manera para no sufrir persecuciones era abrazarse al nuevo imperio de  Constantino. Y más tarde, luchando por un Estado vaticano que la historia no lo menta como ejemplar.

Ningún tiempo han sido fácil empezando por el que le tocó vivir a Jesús de Nazaret. Qué no decir de Elías, cuando siente el fracaso absoluto al enterarse de que habían matado a todos los profetas. Decide escaparse al desierto y estalla: ¡basta oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres! Se tumbó bajo un enebro deseando que le llegue la muerte quedándose dormido de puro agotamiento. Pero el ángel del Señor le tocó, y le dijo: levántate, come porque largo camino te espera por delante. Comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches -es decir, mucho camino - hasta Horeb, el monte de Dios (1 Reyes 19). Pablo nos cuenta una experiencia similar cuando ruega por tres veces para que Dios le quite un mal y la respuesta es que le basta con la gracia y mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Cor 12, 9).

Quizá es el momento de mirar hacia dentro, desde la experiencia del Resucitado, mediante una introspección humilde que desempolve aquellas “armas” (carismas, dones, gracias…) que tenemos de regalo y no valoramos. Rescatarlas con la oración para transitar por la vida como evangelizadores de la Buena Noticia. Jesús cautivaba, no lo olvidemos, porque ¡la suya era una buena noticia de verdad!

En este tiempo pascual hasta Pentecostés hagamos de la necesidad virtud: tenemos lo necesario para vivir como verdaderos cristianos porque Dios no nos abandona nunca y el Espíritu alienta con inefable amor de madre. Lo escribí recientemente en este mismo blog: la providencia divina nos capacita para superar la adversidad transformando nuestro interior manifestándose en buenas obras. No eludamos la realidad que nos toca vivir porque tenemos lo suficiente.

¿Hay que recordar que la fe, esperanza y el amor son fortaleza de Dios, virtudes teologales? Pedid y se os dará...

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