Un poco más de ternura

Estamos cansados de tanta pandemia, confinamiento, incertidumbre, crisis económica. Incluso en lo político, las cosas no están mejor en el sentido de tender puentes de concordia entre diferentes para mejorar el bien común. En cuanto a lo religioso, no es halagador ver a obispos y otros eclesiásticos que se saltan la cola de las vacunaciones sin que pase nada. Tampoco ayuda que varias sedes episcopales tengan una necesidad acuciante de un nuevo inquilino de acuerdo a los tiempos que marca Francisco y, sin embargo, el nuncio no se da ninguna prisa por mucho que se diga que es una persona afín al Papa.

Con este primer plano, nuestras creencias se resienten y solo a lo lejos, fuera de foco, se vislumbra a Dios como un invitado menor que no acaba de ser protagonista principal en el día a día a de nuestras vidas cristianas. Por eso me parece necesario recordar esta semana una de las manifestaciones más hermosas y cercanas de Dios: la ternura.

La ternura es un acto de entrega. Por eso no es blanda, sino fuerte y audaz que se muestra desde amor sin barreras ni miedos. Ella hace fuerte el amor porque su expresión es el deseo de bondad  para el otro y suele manifestarse en pequeños detalles: la escucha atenta, el gesto amable, la demostración de interés por el otro sin contrapartidas. Expresa afecto, comprende, acaricia... La ternura acompaña, está física y anímicamente en el momento adecuado con actos de entrega cargados de significado y sentimiento que a veces no nos permitimos expresar por una inhibición cultural que nos limita cuando más lo necesitamos.

No valoramos la faceta bíblica de la ternura de Dios con lo bien que nos vendría detenernos en medio del frenesí actual para escuchar en el silencio del corazón, que es donde Dios prodiga su presencia. Lo vemos gráficamente en esta pequeña muestra de perlas que propongo seguidamente para animarnos a abrir la Biblia, sin tele ni móvil, con ganas de empaparnos del amor de Dios lleno de ternura para cada ser humano.

Somos hijos del gran Amor (1 Jn 3): podemos llamar a Dios “padre”, algo que no ocurre en ninguna otra religión, y abandonarnos entre sus brazos como un niño destetado (Sal 131). Emociona la relectura de la parábola del hijo pródigo (Lc 15) sabiendo que es imagen y el modelo que Jesús muestra de Dios hacia nosotros. Y qué maravilla de ternura encierran estas palabras de Isaías: ¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré (Is 49,15). Y en el mismo tono se recoge la experiencia del salmista (Sal 27,10) cuando afirma: Podrían mi padre y mi madre abandonarme, pero tú, Señor, me recogerás.

No podemos olvidar la ternura de Dios en san Pablo: Ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús (Rom 8, 38-39). Para el Papa Francisco, la gracia de Dios es cercanía, es ternura. Esta regla sirve siempre. Si en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura, aún te falta algo. Tú eres bueno porque Dios se te ha acercado, porque Dios te acaricia, porque Dios te dice estas cosas bellas con ternura: ésta es nuestra justicia, esta cercanía de Dios, esta ternura, este amor. Y remata su reflexión apuntando que si tuviéramos el valor de abrir nuestro corazón a esta ternura de Dios, ¡cuánta libertad espiritual tendríamos! Por último, nos aconseja leer al profeta Isaías el capítulo 41, 13-20 donde se ve “esta ternura de Dios que nos canta a cada uno de nosotros la canción de cuna, como una madre”.

El mundo entero está necesitado de comprensión, de perdón, de paz y de misericordia. Necesitamos  de esa sabiduría amorosa que es la ternura; parece ingenua, pero es la mirada más lúcida al corazón humano, porque es la mirada de Dios. 

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