Ojos nuevos para un mundo nuevo

Ojos nuevos para un mundo nuevo es el título que Antonio López Baeza puso a un libro suyo reciente, publicado en Desclée. Con el especial tino que tenía para los títulos, este libro atisbaba una realidad que es imprescindible en la hora presente: sin una forma nueva de ver el mundo será imposible que ese nuevo mundo exista. Dicho de otra manera: necesitamos una capacidad de percepción renovada para poder construir un mundo donde todos los seres humanos podamos vivir en fraternidad. Como nos dice el Evangelio, hay que nacer de nuevo, porque el que vive atrapado en lo viejo está atascado en ello y no puede alzar la mirada para barruntar otro modo de vivir, de sentir, de estar en el mundo.

A una semana de la muerte de Antonio, vienen muchos recuerdos a mí de conversaciones mantenidas durante los últimos años especialmente, seguramente es parte del duelo, de la asunción de la pérdida, recordar a cada paso esta o aquella expresión que creíamos olvidada. La antropología cultural nos enseña que los procesos de duelo son un momento catártico que permite asumir la muerte como estructura de la vida sin que nos rompamos interiormente. Esa asunción me hace revivir momentos concretos en los que hablábamos sobre la deriva de un mundo al que yo he llamado en quiebra en un libro de 2011 y sobre el que Antonio tenía algunas reservas. Lo discutimos bastante, porque él entendía que lo nuevo se abre camino siempre desde lo viejo. Mi percepción entonces, agudizada ahora, es mucho más pesimista. Creo que el mundo lleva una derrota, en sentido marinero, que apunta hacia una destrucción de las estructuras que hasta ahora han permitido la existencia de lo humano. Los acontecimientos de los años que nos separan de 2011, cuando escribí aquello, no hacen sino confirmar tanto el diagnóstico como el resultado previsible. Sin embargo, Antonio, con su mirada esperanzada y confiada en el Dios que ama este mundo y a cuantos lo habitamos, era capaz de ver señales de humanidad que pueden salvarnos. Como gran lector de Hölderlin, decía que donde está el peligro anida la salvación.


Con los ojos nuevos que Antonio siempre tuvo para ver ese otro mundo que anhelamos, con la construcción lenta de procesos de salvación entre los hombres, con acciones concretas que siembran el nuevo mundo en las personas que nos rodean, es posible esperar ese mundo nuevo. Sin embargo, como siempre le insistí, el problema es lo estructural, no solo lo personal. Las estructuras de este mundo están organizadas para la extracción máxima de riqueza natural y social para un número muy limitado de seres humanos. Un escaso 0.1% de la humanidad acumula el 60% de la riqueza y cada vez es más la que acumula. El medio natural se deteriora a pasos agigantados y las injusticias sociales no menguan. Las guerras se suceden a diario y cada vez son más lo lugares en conflicto. Ahora mismo, el mundo unipolar creado tras la caída del bloque soviético se está desmoronando, pero la súper potencia estadounidense se niega a ceder y morirá matando, como lo vemos tanto en Oriente medio como en América Latina y África.

Creo que necesito esos ojos nuevos que me permitan ver el mundo nuevo que seguro que está naciendo y que aún no soy capaz de percibir. Querría verlo con la claridad que lo veía Antonio, pero me temo que el pesimismo es hoy día el único modo de conversión hacia ese nuevo mundo. De la misma manera en que paradójicamente un alcohólico solo es capaz de dejar el alcohol cuando reconoce su impotencia ante él, solo cuando reconozcamos nuestra impotencia para cambiar el mundo se hará factible ese mismo cambio. En el reconocimiento de la derrota y en el pérdida de los ideales está la única posibilidad de salvación.
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