En Jesús estamos ante una visión dialéctica de la realidad. En el mundo que conocemos hay ricos y pobres y Jesús deja claro que su propuesta va dirigida a los pobres y se hace casi imposible para los ricos, porque si hay pobres es porque hay ricos y viceversa El camello y la aguja

Evangelio del 28º domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. 10-10-2021.

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En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»

Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»

Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»

Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»

Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»

Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»

Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»                                                                                                                                                                        

                                                                                                                                                                                                           Marcos 10, 17-30

¡Qué difícil es a los ricos entrar en el Reino de Dios! Esta es una de las expresiones que más exégesis ha tenido de todas las de Jesús, porque generalmente son los ricos quienes se han sentido interpelados, o bien, los sirvientes de los ricos, y han buscado fórmulas para atenuar el dicho. La primera es espiritualizarlo: cuando el evangelio habla de pobres o ricos utilizaría categorías morales o espirituales, no socioeconómicas como es el caso. Los pobres lo son en su corazón y los ricos lo serían en tanto que soberbios, pero no porque acumulen muchos bienes. Se trata de casi una obsesión por parte de muchos intérpretes que no pueden aceptar el hecho de que Dios, por medio de Jesús, exprese una preferencia radical por los pobres y un rechazo sistemático a los ricos, no en cuanto personas individuales, sino como grupo organizado, como estructura social. Pero, también han intentado otra estrategia: ampliar la aguja o reducir el camello. Así, se ha llegado a exponer la peregrina idea de que la aguja era el nombre de un puente de Jerusalén. O que era una aguja de coser redes, bastante más grande, y el camello un pescado pequeñito.  Nada de eso, en Jesús estamos ante una visión dialéctica de la realidad. En el mundo que conocemos hay ricos y pobres y Jesús deja claro que su propuesta va dirigida a los pobres y se hace casi imposible para los ricos, porque si hay pobres es porque hay ricos y viceversa.

Cuando se le acerca el joven rico y le pregunta por lo que ha de hacer para heredar vida eterna, la respuesta primera de Jesús es plantear la lista de mandamientos que tienen que ver, precisamente, con aquello a lo que los ricos están más expuestos: matar, robar, estafar, dar falso testimonio y honrar a los padres. Curiosamente, Jesús ha obviado la otra lista que seguro que cumplía el joven: amar al Señor, santificar las fiestas, etc. No es baladí este dato. Al rico le pide Jesús que no ejerza aquello que le ha hecho rico: el robo, la estafa o el asesinato. Sin embargo, viendo que era un joven dócil, lo eleva a otro nivel, porque el joven ya decía cumplir todo aquello, lo cual es imposible; si lo cumpliera no sería rico. Pero, Jesús va un paso más allá: «vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme». Ahora se trata de una conversión plena. Debe abandonar las riquezas, obtenidas mediante el crimen siempre, repartirlas entre sus legítimos propietarios y seguir a Jesús en una vida plena de carencias, pero rica en sí misma y culminada con la Vida eterna que el joven anhela.

El joven se quedó muy triste. Tenía muchas posesiones. Jesús constata la dificultad que para los ricos supone el abandono de su posición social, un abandono que es imprescindible para construir un mundo donde no haya injusticia, siempre fruto de la codicia y la soberbia. Los ricos, como conjunto, deben compartir su riqueza y abandonar su posición de dominio. En el Reino no caben esas actitudes, pues la fraternidad es la clave de comprensión. De ahí que Jesús siga instruyendo a sus discípulos sobre el tema, explicando que es muy difícil que los ricos dejen de serlo, pero lo que no es posible para los hombres lo es para Dios. Entre el grupo de Jesús hay algunos que han renunciado a las riquezas, a casas y familia y ya están recibiendo el ciento por uno, porque quienes comparten lo que tienen acaban poseyendo más, lo poseen todo, se hacen los dueños universales. Nada tienen y lo poseen todo.

Para Jesús está claro que se trata de construir una nueva familia, una familia donde los vínculos no están determinados por la sangre, sino por el amor y la misericordia. En esta familia, la riqueza es fruto de compartir aquello que se tiene y se es, por eso, quienes se suman a ella abandonando casas y tierras, padre y madre o hermanos y hermanas, reciben ya ahora el ciento por uno y, más adelante, la vida en plenitud, una vida que está vedada a quienes viven aferrados a sus riquezas.

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