Mujer: forjadora de nuevas generaciones

Según la expresión de San Juan Pablo II, en la carta apostólica Mulieris Dignitatem: “La ‘mujer’ como madre y primera educadora, tiene precedencia específica sobre el hombre. Si su maternidad, considerada ante todo en sentido biofísico, depende del hombre, ella imprime un ‘signo’ esencial durante todo el proceso del hacer crecer como personas a los nuevos hijos e hijas de la estirpe humana.” (II, 1993)

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La maternidad vista como el don concedido por Dios a las mujeres, es un regalo que abre su corazón a una realidad que rebaza e imprime en ellas, un amor sublime que tiene origen y sentido en las enseñanzas de Jesús. En ellas, a lo largo de su vida pública, se fue perfilando un papel preponderante para la mujer, como fiel seguidora de la voluntad divina, a ejemplo de su madre. La escucha de sus enseñanzas las instruía y les permitía tomar conciencia de su rol, y es que, desde la figura de María, su madre, Jesús iba haciendo de manera casi imperceptible una catequesis que delineaba lo esencial en la vida de las mujeres como dadoras de detalles y cuidados que solo se gestan en el corazón de la mujer, y por lo tanto llevan el sello indeleble de su dignidad femenina, sin importar su condición social. Cabe entonces preguntar ¿Por qué la maternidad es un legado depositado con exclusividad en el corazón de las mujeres como parte de su esencia?

“Alégrate María, llena de gracia; el Señor está contigo... Concebirás y darás a luz un hijo…” (Biblia de Jerusalén., 1998)

La misma escena de la Anunciación, además del relato de la Encarnación, muestra el presente de la Maternidad, como un legado de vida donde son importantes los dones que la misma Virgen María recibe en ese momento: la alegría, la gracia (dada por el espíritu) y el amor. Sin duda alguna, al Papa Juan Pablo II 1 también le pareció ver que la maternidad más que un rol definido socialmente, es un presente a la dignidad de la mujer, como el tesoro más grande con el que le pareció bien a Dios dar a las mujeres un lugar trascendental en el mundo, como constructoras de una nueva estirpe, que sea capaz de anidar y hacer crecer la perspectiva del valor de los lazos de amor,de fraternidad y de tolerancia que el mundo necesita para ver la realidad desde una mirada más humana.

Para ello, el Papa Juan Pablo II, enfoca la maternidad desde dos sentidos muy específicos: el sentido biofísico, que, aunque manifiesta una aparente pasividad, encierra en sí mismo la formación de una ‘nueva vida’, tal y como aconteció en el vientre mismo de la Virgen María, con una implicación indisoluble y profunda. Pero al mismo tiempo, enfoca ‘la maternidad bajo el aspecto personal ético, del cual depende de manera decisiva la misma humanidad de la nueva criatura’, según sus propias palabras; sentido que demanda la creatividad de la mujer para permear el corazón de los hijos asumidos por ella como su responsabilidad, con los valores y virtudes que solo son inherentes a la condición humana.

También es importante entender que la prefiguración de la primera mujer, Eva, abre la posibilidad de la maternidad al género femenino, es decir, a las mujeres, los seres humanos que anidan en su interior características únicas que les confiere su ser mujer y que por lo tanto no necesariamente están ligadas a su condición civil.

“Eva, fue la madre de todos los vivientes…” (Biblia de Jerusalén., 1998)


Desde esta premisa plasmada en el Génesis, Eva, la mujer, está llamada y capacitada para la maternidad, como una predisposición que no necesariamente se desprende del sentido biológico de la maternidad, sino que se concibe desde la condición femenina, es decir, desde su dignidad y carismas que le son propios.

Es por ello que la maternidad no puede concebirse solo como el proceso de parto que da a luz una nueva vida humana, sino como una predisposición social que le atañe a toda mujer que es consciente de sus dones, de sus talentos y de su valía, para impactar como ‘hija de Dios, hecha a imagen y semejanza Suya’, en un mundo en el que las exigencias de la mujer han cambiado como sus roles, pero aun así, no necesita asumir actitudes masculinizadas, sino más bien afianzarse en su
femineidad y desenvolverse como agente de cambio en las nuevas generaciones sin dejar de lado la riqueza que encierra la familia como transmisora de valores, principios y legados culturales para el desarrollo sano de la humanidad.


La maternidad es una realidad que implica esfuerzo consciente para asumirla como lo hizo la misma madre de Jesús, al recibir al género humano en su corazón desde la figura de Juan, cuando Jesús le dice al pie de la cruz: ‘Mujer ahí tienes a tu hijo!’ Y desde aquel mismo momento, ella guiada por el Espíritu Santo, acompaña a la Iglesia, gestando una maternidad universal, una maternidad de acompañamiento, que se refleja a través de las mujeres a la humanidad, siendo presencia de Dios, siendo portadoras de carismas en los distintos ambientes y circunstancias de la vida, ¡Es a ellas, a quienes Jesús dice en nuestro tiempo, Mujer ahí tienes a tu hijo!” (Biblia de Jerusalén., 1998)

Si las mujeres somos capaces de aceptar la maternidad desde su concepción más amplia, madre será toda mujer que aún sin gestar por nueve meses a un nuevo ser, tendrá la capacidad de asumir esa maternidad con los dones del Espíritu Santo, es decir, haciéndolos vida en todo lugar y circunstancia en las que se desenvuelva, siendo signo de fortaleza, inteligencia, discernimiento, ciencia, consejo, piedad y temor de Dios. La sociedad actual, requiere de mujeres que, tomando con denuedo y determinación, un papel protagónico, aunque silencioso, como lo hizo María, sean semilla fértil de transformación, para impactar en la vida de la sociedad y de la Iglesia, especialmente en las nuevas generaciones, pues solamente desde su realidad de mujer, esas acciones cobran sentido.  


Siendo así, las acciones concretas que debe fortalecer la sociedad son:
1. Validar la maternidad como un estado de vida.
2. Dar apoyo a las mujeres que ejerzan la maternidad sin importar su situación social y civil.
3. Promover programas de autoayuda y formación a toda mujer que desempeñe rol de madre.


Es preciso recordar entonces, a manera de conclusión, que la elección del tema se centra en la realidad de las mujeres vivida desde la maternidad, como gestoras de acciones transformadoras para las nuevas generaciones, con una participación activa, como copartícipes de la vida, asumiendo la maternidad en las distintas realidades de vida, como protagonistas, aun silenciosas, forjando en sus hijos
biológicos y de corazón, actitudes de fraternidad, de amor, de tolerancia y de trabajo por la civilización del amor, desde un papel protagónico y decidido en la
historia.

Ninguna mujer pues, debe sentirse excluida de la maternidad, íntimamente ligada a sus capacidades de orientación, cuidado e intuición, mismas que le han permitido ver más allá, perseverar a pesar de la adversidad y atreverse a apostar por aquello que parece perdido.  A ver oportunidades donde otros solo ven riesgos y pérdidas y a ser tabla de salvación cuando su instinto le dice que vale la pena arriesgarse a nuevas oportunidades, sabiendo que lo único necesario es el amor.

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