La maternidad espiritual como vocación universal femenina

Un grupo de religiosas
Un grupo de religiosas V. Nordli-Mathiesen

El presente artículo, desarrolla la realidad e importancia de la maternidad espiritual, como una vocación que corresponde a todas las mujeres, independientemente de su estado de vida, ya sea casadas, solteras o religiosas consagradas; resaltando así, la función más propiamente femenina –la maternidad- en el marco de la vida de la Iglesia hoy, y la invitación a la sinodalidad  de todas y todos los católicos.

Algunas madres de familia, especialmente aquellas que viven envueltas en un ambiente de violencia, pobreza y/o marginación, no pueden ejercer eficientemente su función de educadoras de sus hijos y a veces incluso abandonen esta hermosa labor, por no comprender a fondo el valor de la misión que les corresponde, o por sentir que la realidad les rebasa ante tan grande reto.

 Las llamadas “crisis de valores”, son en realidad “crisis de personas concretas”, y cuando esas personas son las madres de familia, el daño intergeneracional es muy serio, dado que la educación en valores se basa fundamentalmente en el ejemplo de vida de los padres. La ejemplaridad y el prestigio de los padres, y en especial de las madres, es una condición necesaria para el desempeño eficiente de la misión educativa que les toca como miembros de la gran familia de Dios en la tierra.

Ahora bien, esa misión educativa, es en el fondo el significado profundo de la paternidad y maternidad humanas, que, no se refiere a la relación biológica de la procreación, sino a la entrega humana a través de la vida, para coadyuvar a la formación de los hijos como personas responsables de sí mismos y fieles participativos en la vida de la Iglesia.

Ante esa noble y gran misión, cabe hacer dos reflexiones de fondo:

 La primera es preguntarnos si esa misión de ser madres (que en el fondo significa ser educadoras de nuevas generaciones), corresponde solo a quienes procrean hijos o si corresponde a todas las mujeres en el seno de la sociedad y de la Iglesia. La segunda, es la reflexión profunda sobre el ejemplo de María Santísima, ante su maternidad, humana, divina y universal.

Dado que la segunda reflexión es la que da luz para la primera, iniciaré por reflexionar un poco sobre la maternidad de María:

¿Hay alguna prueba más grande del valor de la maternidad humana, que la maternidad divina de María, creatura humana como cada padre y madre de familia?. Dios manifiesta de la forma más elevada posible, la dignidad de la mujer y de su maternidad, asumiendo Él mismo la carne humana de María Virgen. 

En la maternidad Mariana encuentra la maternidad humana su más alto valor, y fundamento de una especial dignidad. Es la misma paternidad de Dios que se participa a la mujer de modo excelente en la persona de María. A Ella, más que a ninguna otra mujer, corresponde el título de “Madre”, pues su persona se identifica plenamente con su vocación divina a la Maternidad…Ella es esencialmente, “Madre de Dios”.

Virgen María

 Pues bien, María siendo Madre de Dios, es al mismo tiempo madre de los hombres por voluntad divina… Dios, que siendo personalmente La Paternidad, es al mismo tiempo Padre de los hombres, en cuanto creaturas a las que ha dado origen, ha permitido que la persona de María se identifique con la Maternidad Divina, y que extienda su maternidad a todos los hombres. De manera que María es también Madre de los Hombres, por voluntad divina…

 María es, en cuanto madre de todos los hijos de Dios, madre de la Iglesia, y de la familia cristiana  (“Iglesia doméstica”). En Ella se da en su plenitud el rasgo que mejor define a una madre: el amor; ya que habiendo engendrado al Amor Eterno se constituye en fuente del Amor de Dios que se transmite a los hombres; de ahí que sea venerada con toda propiedad, como “Madre del Amor Hermoso”.  Con su amor, María acerca a los padres de familia al Amor del Padre Eterno, y les enseña lo que significa desarrollar su misión paternal y maternal en el amor, haciéndoles experimentar su amor de Madre.

 Por ello, de manera real y directa, es Ella medidora entre Dios y los hombres.          La familia tiene en Ella una auténtica Madre, de la que ha de tomar modelo y a la que ha de aprender a acudir, con el cariño y la confianza con el que se acude a una madre, a la vez que con la honda visión sobrenatural que lleva a descubrir en Ella de manera cada vez mejor, el insólito valor de su Maternidad Divina y la excelsa  realidad de la extensión de esa maternidad al género humano, que se traduce en toda la ayuda, interés y guía que una madre sabe dar a sus hijos.

 A partir de las reflexiones anteriores, se deduce fácilmente que la maternidad es una función esencialmente espiritual, no corporal. El engendrar y dar a luz a un hijo es el punto de partida para el desarrollo de la verdadera maternidad, y siendo esto así, es posible ser madre aun cuando no se haya procreado a un hijo.  Por otro lado, el ejercicio de la maternidad se identifica profundamente con el servicio de entrega de la propia vida para proteger y educar a los hijos, y en ello se encuentra la fuente de realización y plenitud de la vida humana: en el darse uno mismo para bien de otros, es decir, se trata de una realización en el amor.

Es por ello que la maternidad espiritual es una vocación de toda mujer,  independientemente de su estado de vida:

 La vida humana se realiza en el amor. Amar es esencialmente buscar el bien del otro, y no hay mayor bien que coadyuvar a la educación de otros seres humanos. El amor de cada mujer a los personas a las que dirige su función maternal, reconociéndolos con dignidad de “hijos de Dios” es la clave para la eficiencia educativa del esfuerzo diario por ser ejemplo para ellos, orientarles oportunamente, rezar por ellos habitualmente y sacrificarse por cada hijo en la medida en la que cada uno lo necesita. 

Podríamos concluir que:

María es ejemplo y prototipo de “maternidad espiritual”, que consiste esencialmente en el servicio de entrega personal que apoye la formación humana y a la salvación eterna de otros seres humanos.

La maternidad espiritual es una vocación humana y cristiana para toda mujer, ya sea casada, soltera o consagrada.

Para toda mujer católica, el ejercicio de la maternidad espiritual es camino de sinodalidad en el seno de la Iglesia.

BIBLIOGRAFÍA:

Chavarría Olarte, Marcela. Paternidad y Trascendencia. Editorial Minos, México, 1991

  1. Juan Pablo II. Carta Encíclica “Mulieris Dignitatem”, 1988
  2. Juan Pablo II Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”, 1981
  3. Juan Pablo II. Carta a las Mujeres. Ciudad del Vaticano, 1995
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