Palabras 'mágicas' Lenguaje, la perversión progresista

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"El lenguaje exterioriza el alma de una persona o de un colectivo. La verbalización y sus inflexiones crean realidad, no son inocuos"

"Hoy en día -¡qué poco hemos cambiado!-, si se quiere desprestigiar se califica algo de conservador. Si se desea ensalzar una propuesta, se le otorga el adjetivo progresista"

El lenguaje exterioriza el alma de una persona o de un colectivo. La verbalización y sus inflexiones crean realidad, no son inocuos. Pensamos en un idioma específico y eso modula las reflexiones. Toda persona modifica el tono y selecciona vocablos en función de que su objeto sea alabar o menospreciar. Esa tendencia natural se remonta a miles de años y se sofistica en determinadas corrientes ideológicas. ¡Qué bien lo empleó Ramses II (s. XIII a. C.) en la damnatio memoriae de sus predecesores! Lo muestro con detalle en Egipto, escuela de directivos (LID). ¿Y qué decir de los hermanos Tiberio y Cayo Graco en el s. II a. C.? Hoy en día -¡qué poco hemos cambiado!-, si se quiere desprestigiar se califica algo de conservador. Si se desea ensalzar una propuesta, se le otorga el adjetivo progresista.

Victor Klemperer, nacido en Landsberg en 1881 y fallecido en Desdre en 1960, ocupó en Alemania una cátedra en literatura hasta que las leyes raciales le obligaron a dimitir. Escribió unos diarios que aparecieron sólo treinta y cinco años tras su muerte, con el título La lengua del tercer Reich-LTI. En esa magistral obra se recogen ejemplos de la manipulación a la que fueron sometidos los alemanes bajo la férula de los nazis. Sus ejemplos son miméticamente replicables en países sometidos al comunismo o al populismo, desde Lenin a Putin, pasando por los hermanos Castro, Maduro, Lula o Bolsonaro.

Las palabras curan o actúan como una dosis de arsénico. Todo régimen –principalmente los totalitarios- emplean este veneno. Hitlerianos y leninistas crearon pocas palabras, pero alteraron el sentido de muchas.

Un objetivo primordial de cualquier régimen autócrata es bloquear el pensamiento de sus sometidos. Se procura acorralar la capacidad de raciocinio definiendo sistemas de censura o, lo que es más grave, de autocensura. Goebbels, como detallo en El management del III Reich (LID), tuvo como objetivo lograr una masa embriagada. Y, a quien no se dejase emborrachar por su palabrería, trató de forzarle con amenazas a que no obrase. Hoy, igual.

"Las palabras curan o actúan como una dosis de arsénico"

Los nazis, los comunistas y los populistas se empeñan en desterrar del lenguaje términos como arrepentimiento, conciencia, confianza... Las mentiras se multiplican. Tras el espinosísimo error hitleriano en la campaña de Rusia, pues los soldados no habían sido dotados con ropa para el frío, fue puesta en marcha la ayuda invernal voluntaria. ¡Era obligatorio pagar! El término ayuda reemplazaba a la menos agradable de impuesto o expropiación. Ahora nos anuncian una campaña publicitaria con semejante objetivo.

Comunicación nazi

El término espontáneo es utilizado reiteradamente por organizaciones que no respetan la libertad. Suena patético que se emplee ese término para definir a los cientos de miles de alemanes que velis nolis aclamaban al Führer o en la actualidad a Xi Jinping o a Díez-Canel. Como si ignorasen que de no hacerlo se verían sometidos a las tropelías de las SS y en el presente a los guardianes de la revolución.

Las retiradas hitlerianas nunca fueron tales, sino rectificaciones del frente. Las dificultades graves ante los ataques notablemente superiores de los ejércitos enemigos eran pausas momentáneas. ¡Qué gran maestro ha tenido Putin en Goebbels! No se hablaba habitualmente de asesinato, ni de genocidio, sino de depuración, cambio de residencia, emigración… En la actualidad, de liberar o de desnazificación.

"La relevancia de la palabra sólo es ignorada por los romos. Preguntaron a una berlinesa recién salida de prisión: -¿Por qué estuvo usted en la cárcel? -Por ciertas palabras…"

En nuestro tiempo, el asesinato de un ser humano engendrado, aún no nacido, recibe el nombre de interrupción voluntaria del embarazo. Proporcionar información objetiva a quien pretende acabar con el fruto de su vientre es condenado con los peores epítetos. Aunque la expresión es de Lenin, bien podría haberla formulado nuestros Goebbels contemporáneos: “un maestro es como el ingeniero del alma”. El Führer y su ministro de propaganda se erigieron forjadores del espíritu alemán, al igual que Beria y Stalin del soviético. También muchos políticos contemporáneos, lamentablemente tan cercanos. Son, en esencia, historias de narcisismo, codicia y jactancia.

La relevancia de la palabra sólo es ignorada por los romos. Preguntaron a una berlinesa recién salida de prisión:

-¿Por qué estuvo usted en la cárcel?
-Por ciertas palabras…

El Führer nunca empleó el término retroceder, sino el de haber establecido un frente elástico. Manejó palabras mágicas –pueblo alemán, Lebensraum, espíritu germano, etc.- para conducir a su pueblo al desastre. En el presente, el adjetivo progresista trata de esconder comportamientos inicuos semejantes a los del cabo bohemio.

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