El regalo de la vida Para una vida con sentido (I)

Existencia
Existencia

"Tras concluir mis primeros estudios universitarios en España, puse proa a Italia con el objetivo de culminar allí mi tesis doctoral sobre Descarte"

"Doce meses antes de regresar a Madrid, publiqué en Milán unas cavilaciones que titulé Le sfide dell’esistenza. He descubierto a través de mi vástago que pueden seguir teniendo interés"

"Corría la década de los 70. En la clase de filosofía en el colegio de los Escolapios donde estudiaba se había entablado una discusión sobre la existencia…"

"Estas palabras me han inducido a desempolvar aquellas líneas, actualizarlas de forma somera y arrancar una serie de post basados en aquel texto"

Tras concluir mis primeros estudios universitarios en España, puse proa a Italia con el objetivo de culminar allí mi tesis doctoral. No sabía entonces que esa investigación sobre el concepto de Causa Sui en Descartes sería la primera de dos. La segunda la remataría, de regreso a España, en 1996, en la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense.

Tras ultimar mi estudio cartesiano, circunstancias arcanas me impulsaron a permanecer hasta un total de seis años en Roma. Doce meses antes de regresar a Madrid, publiqué en Milán unas cavilaciones que titulé Le sfide dell’esistenza. Posteriormente, en 1991, el ensayo vio la luz en una editorial patria. Aquellas páginas condensan mis especulaciones sobre el sentido de la vida. Pasados 33 años desde que fueron entregadas a imprenta por primera vez, he descubiertoa través de mi vástago que pueden seguir teniendo interés. Recientemente regalé a mi hijo Enrique uno de los limitadísimos ejemplares de mi archivo.

Al concluir su lectura, me alentó, lacónico:

-Papá, me ha gustado mucho.

Estas palabras me han inducido a desempolvar aquellas líneas, actualizarlas de forma somera y arrancar una serie de post basados en aquel texto.

Escribía, pues, en 1989:a lo largo de la última década, he tenido ocasión de entretenerme en numerosas ocasiones en conversación larga y placentera con mis amigos romanos. A veces, a lo largo de las orillas del Tíber o sentados en la barandilla de uno de sus puentes; otras, paseando por la vía Appia; muchísimas, en fin, por la noche, en cualquier pizzeria del Trastevere.

En esas charlas -además de otros mil temas propios de la cháchara entre gente que se quiere bien- han salido a relucir aspectos fundamentales del sentido de la vida del hombre. Entre bromas y veras, varios me han animado a poner por escrito siquiera un esbozo de esas ideas sobre las que tantas veces ha discurrido nuestra plática. He decidido seguir su consejo -al menos intentarlo- al considerar que puede ser útil para que alguien que lea estas páginas remueva en su interior el deseo de acercarse un poco más a la verdad de su existencia.

No es mi propósito dictar un prontuario de normas morales, sino simplemente poner por escrito algunas deliberaciones sobre varias de las reglas que el hombre ha de entender (o debe aceptar, aunque no entienda o… debe aceptar que no entiende), para encontrar el sentido de la propia vida.

El regalo de la vida

Corría la década de los 70. En la clase de filosofía en el colegio de los Escolapios donde estudiaba se había entablado una discusión sobre la existencia.

El profesor, con el sano intento de movilizar nuestra inteligencia, echaba por tierra los argumentos que se le ofrecían contra su teoría de que hubiera sido preferible -ha de disculparse el burdo atrevimiento en aras de la profundización teórica- que Dios preguntara a cada persona si deseaba o no vivir. De ese modo, quien llegara a ser un infeliz se echaría la culpa a sí mismo y no al Sumo Hacedor.

Propuse la siguiente argumentación:

-Si tu padre te regala un coche y por tu testarudez, a pesar de que él te enseñó a conducir, te empeñas en salirte de la carretera, no debes echar la culpa a tu progenitor, sino a ti mismo.

Brotaron nuevas discusiones. Llegó la hora de acabar y las patadas al balón nos hicieron perder de inmediato cualquier rastro de preocupación sobre temas trascendentales.

La vida es el primer gran regalo que hemos recibido; obsequio maravilloso, por el que deberíamos dar gracias a Dios de continuo, porque en el tiempo -don divino que nos llega con la vida- tenemos posibilidad de ganar la eternidad.

El grave error de muchas personas está en considerar que pueden, con su libre albedrío, reorganizar a su gusto la jerarquía de la realidad. Olvidan que las cosas, previamente a ellos, tienen una precisa orientación. En nuestras manos queda un cierto margen, como explicó Ortega y Gasset en “Apatía artística”, “dentro del cual podemos movilizarlas, dislocarlas sin daño apreciable, pero si traspasamos los límites concedidos, quedan maltrechas, aniquiladas, y la vida, que no es sino nuestro trato con ellas, se desorganiza y degenera. Las cosas del primer plano, relegadas al último término, se debilitan y sucumben; viceversa (…), las cosas de orden subalterno, destacadas en primer plano, se agostan y fracasa”.

Continuará…

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