"Hay que esforzarse por escuchar; no basta con oír" Para una vida con sentido (III)

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"Asumir que no todo se entiende no equivale a una patente de corso que excuse del esfuerzo por mejorar el desarrollo y la formación personal"

"La formación nos proporciona la capacidad de discernir"

"Habitualmente concedemos a los demás escasas oportunidades… Hay que valorar a cada uno a la luz de lo que Dios espera de él"

"Las dificultades entre la gente de bien son casi siempre fruto de carencias en la comunicación"

Asumir que no todo se entiende no equivale a una patente de corso que excuse del esfuerzo por mejorar el desarrollo y la formación personal. Esta aumenta la capacidad de comprender la realidad. Hablando con algunos parientes años atrás, uno insistía en que bastaba con saber lo imprescindible de la fe. El resto -aseguraba- son complicaciones.

Intervino mi padre. Como viajero empedernido, puso un ejemplo ad hoc. Puede uno conducir de Madrid a Roma siguiendo las carreteras sin preocuparse de mirar a derecha o izquierda. Si maneja con cuidado y no sufre ningún accidente, llegará a su destino sin pena ni gloria. Otro, en esa misma situación, puede informarse con detalle antes de la salida o durante el recorrido. Gozar al contemplar Marsella o Aviñón. Entusiasmarse con los Pirineos y con los Alpes y con mil maravillas más.

Discernir

El destino es el mismo, también el recorrido, pero el segundo habrá gozado mucho más, habrá entendido más y, en caso de haber perdido el rumbo, habrá tenido más facilidad para reencontrarlo.

La formación nos proporciona la capacidad de discernir, incluso lo que para otros -aunque dispongan del don de la fe- puede resultar excesivamente complicado. Pero aun así no hemos de pretender agotar la realidad.

Comprender

Uno de los ejercicios más costosos que el hombre ha de afrontar en su vida terrena es entender a los demás. Aunque hay uno que lo supera: entenderse, a sí mismo.

Comprender a los demás

Es frecuente encontrar individuos que con lengua afilada juzgan sobre cualquier cosa. Con argumentos que pretenden ser definitivos, diseccionan comportamientos y establecen inapelablemente: “fulano es un egoísta”; “mengano, insoportable”; “¿zutano?, genio y figura hasta la sepultura”.

Desprecio

Habitualmente concedemos a los demás escasas oportunidades. Nos cuesta echar marcha atrás. En ocasiones, nos consideramos ofendidos o ignorados y respondemos con el arma desleal del desprecio y la envidia, y caemos en la amargura. Para muchos, por desgracia, del pensamiento acibarado, pronto se pasa a las palabras, olvidando -como enseñaba san Juan Crisóstomo- “la lengua es un regio corcel. Si le pones freno, si le enseñas a caminar a buen paso, sobre ella montarásy se sentará el rey; pero si lo dejas que corra sin freno y que retoce a su placer, entonces se convierte en vehículo del diablo y los demonios”.

Nadie ha dicho que sea fácil o, mejor expresado, que no cueste la convivencia. Todo depende del arresto de cada uno por superar el muro de la propia torre de marfil. A veces ignoramos que el pecado original no solo nos empuja a nosotros a ser perezosos, egoístas o desconsiderados…, sino también a los demás.

Hay que valorar a cada uno a la luz de lo que Dios espera de él. Debemos aspirar nada más y nada menos que a hacer lo que Dios previó de nosotros y hemos de desear que los demás lo consigan también. De ese modo no veremos gente que nos hace sombra o que sirve o no de escabel para subir más alto, sino que disfrutaremos al contemplar el maravilloso plan divino para cada criatura y la respuesta de estas. Y procuraremos reparar cuando veamos que no es así.

Repetía un buen amigo, hasta casi hacer perder la paciencia a los contertulios, que la mayor parte de los obstáculos en un grupo humano no son profundos ni filosóficos. Las dificultades entre la gente de bien son casi siempre fruto de carencias en la comunicación. Hay que esforzarse por escuchar -no basta con oír-, por captar la razones de los otros. Luego, hay que acostumbrarse a ceder: no porque el otro ofrezca argumentos irrebatibles, sino porque es fruto de la caridad y la humildad. Imponer siempre la propia opinión es muestra de orgullo y cerrazón mental.

(continuará)

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