Integrismo, fundamentalismo y fanatismo: la guerra de las palabras (traducción)



por Xavier Ternisien

En un momento en que el islam es sospechoso de estar intrínsecamente imbuido en todos los excesos, no es malo recordar que dos palabras, entre las más gastadas en la retórica de la demonización, vieron la luz en el interior de la esfera cristiana: el fundamentalismo y el integrismo. Una prueba –si fuera necesaria– de que ninguna religión es inmune al fanatismo.


El “fundamentalismo” nació en los Estados Unidos en el contexto del protestantismo. En 1919, los pastores presbiterianos, bautistas y metodistas fundaron la World’s Christian Fundamentals Association, para defender los puntos de la fe que les parecían “fundamentales”. Sostuvieron en particular una interpretación literal de la Biblia. Tomando al pie de la letra el relato de la creación del mundo en seis días en el Génesis, rechazaron las teorías de Darwin sobre los orígenes del hombre y sobre la evolución.

La palabra “integrismo” hizo su aparición en Francia, en el mundo católico. En 1907, el papa Pío X condenó en la encíclica Pascendi el “modernismo”, una escuela de pensamiento que reivindicaba el examen de los datos de la fe a la luz de las ciencias y de manera autónoma. Los adversarios más violentos de los modernistas se definieron como católicos “íntegros” porque defendían la “integridad” de la fe. Así fueron señalados por sus adversarios con el nombre de “integristas”.

En el contexto del catolicismo, el integrista es aquél que reclama para sí “la tradición”, es decir, un vasto cuerpo doctrinal incluyendo a la vez las Escrituras y su interpretación fijada por la autoridad de los padres y los doctores de la Iglesia, los concilios y los papas. Podríamos decir que el integrismo fija, en un momento determinado, la interpretación de la Revelación. Por el contrario, hay en el fundamentalismo una voluntad de regreso a las fuentes, a una pureza original de la fe que se encontraría en las Escrituras, liberada de los matices de la tradición. De cierta manera, el fundamentalismo niega la mediación de una autoridad religiosa –clero, Iglesia, doctores de la ley– que interpone habitualmente una llave de interpretación entre el creyente y el texto revelado.

El concepto “fanatismo” es más antiguo pues se remonta al siglo XVII. Pero es en el siglo siguiente, en la “era de las luces”, que conoció su hora de gloria. La palabra viene de fanum, que significa “templo” en latín. Así, designa una actitud religiosa. Voltaire denunciaba este “hijo desnaturalizado de la religión”. Hay en el fanatismo una noción de exceso: el fanático es “animado por un celo exagerado por la religión”, según Littré.

Todos estos términos tienen, por lo tanto, una historia. Su transposición en otra época y, a fortiori, en la esfera de otra religión plantea inmediatamente un problema metodológico. A finales de los años setenta, los que llamamos orientalistas –arabistas en su mayoría y que abordan el hecho musulmán a partir del ángulo religioso– tienen que recurrir al concepto de “integrismo” para describir las evoluciones del mundo musulmán, agitado por la revolución iraní. Maxime Rodinson le da la definición siguiente “Aspiración de resolver en medio de la religión todos los problemas sociales y políticos y, simultáneamente, restaurar la integralidad de los dogmas”.

La dimensión política mezclada con la religiosa está presente en esta definición de integrismo. A inicios de los años ochenta, se produjo un vuelco mayor en los estudios sobre el islam cuando los especialistas en ciencias políticas asumen el hecho musulmán desde las herramientas de la sociología. De esta manera, forjan el término “islamismo”. En su libro aparecido en 1987 (L'Islamisme radical, editorial Hachette), Brunno Etienne vulgariza el concepto de “islam radical” con esta justificación: “Yo lo tomo en el sentido primero del término, la doctrina del islam en su raíz, y en el sentido americano, el islam políticamente radical, casi revolucionario”. El islamismo (o el islam radical) es, entonces, concebido como una ideología, un proyecto de sociedad que mezcla íntimamente las dimensiones religiosa, social y política.

Marca de estigmatización

Desgraciadamente, la palabra nos conduce a una confusión, en el amplio escenario, con el adjetivo “islámico” que significa en sí mismo “relacionado con el islam”. Este desliz de sentido es vivido por los musulmanes como una marca estigmatizadora: una librería islámica no es forzosamente islamista… Con todo, Olivier Roy subraya que los dos adjetivos “musulmán” e “islámico” no son siempre sinónimos: “Utilizo el término ‘musulmán’ para designar lo que está relacionado por un hecho (‘país musulmán’: país donde la mayoría de la población es musulmana) y el término ‘islámico’ para lo que está relacionado por una intención (‘estado islámico’: estado que hace del islam el fundamento y su legitimidad)”.

Hoy, los especialistas que constantan el declive (Gilles Kepel) o el fallo (Olivier Roy) del islam político recurren a nuevos conceptos para llevar revista de la evolución de las sociedades musulmanas: hablan de “post-islamismo” o de “neofundamentalismo”. Así pues, para Olivier Roy, el movimiento talibán puede ser calificado de “neofundamentalista”, en el sentido que se le da por la charia, el regreso a la literalidad del Corán, y a la sunna, pero que no tiene que ver con un proyecto político coherente.

Estos análisis son contrastados por múltiples islamólogos, como François Burgat y Alain Roussillon. Ellos reprochan a los politólogos haber recubierto el mundo musulmán de conceptos forjado por la sociología política occidental. Ellos habrían de alguna manera “inventado” o “construido” la categoría de islamismo, antes de profetizar su declive… Pero esto es lo que Olivier Roy replica: que los actores del islamismo, como el imán Khomeiny, han usado ellos mismos categorías políticas de origen occidental (este debate es expuesto en la revista Esprit, agosto-setiembre 2001).

Él sigue pensando que un cierto número de términos como “integrismo” o “fanatismo” están marcados por el contexto polémico que las vio nacer. Son peyorativos y desafiados como tales por aquellos a quienes se dirigen. Uno es siempre el integrista del otro… Los conceptos deben manejarse con prudencia. A veces pueden ser más peligrosos que las armas.

Traducción: Hanzel José Zúñiga Valerio
Texto original de octubre de 2001: http://www.lemonde.fr/international/article/2001/10/08/integrisme-fondamentalisme-et-fanatisme-la-guerre-des-mots_229565_3210.html
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