Desde Jerusalén luego de la Epifanía



El visitar Jerusalén, para participar en un curso bíblico, es mi primera experiencia por estas tierras distantes con respecto de las de donde regularmente escribo. Por este motivo, me he puesto a reflexionar ahora sobre la interculturalidad como nunca antes lo había pensado. Nunca había tenido la oportunidad de vivir en una ciudad territorialmente tan chica pero tan diversa: se hablan 67 lenguas, se encuentran venas arteriales fundamentales de las tres grandes religiones del tronco abrahámico (sin ignorar que dentro de esas "venas" se encuentran no uno, sino muchos canales de comunicación). Aquí todos somos cristianos, judíos y musulmanes desde múltiples puntos de vista y ramificaciones.

En esta diversidad, cayó "como anillo al dedo" el celebrar la fiesta de la "manifestación" (teofanía-epifanía) de Jesús porque me hace pensarla desde su sentido primigenio: no es la manifestación del poder -como lo puede ser el poder de un asesino como Herodes- de un Dios tremendum, sino la de un Dios cercano a los "niños inocentes" (Mt 2) que sufren por las decisiones arbitrarias de los nuevos "Herodes" de este mundo. No puedo dejar de pensar que muy cerca de donde estoy ahora el asesinato de miles de excluidos en Gaza, Cis-Jordania, incluso Belén u otras localidades se repite todos los días. Reconozco que tampoco me parece tan nuevo esto; las manos de los "Herodes" se han posado en Latinoamérica desde hace mucho y ahora los papeles parecen invertirse en cuanto la crisis del sistema (cuyas manifestaciones más evidentes son económicas) golpea a los europeos y norteamericanos con mucha violencia (con mis amigos españoles con quienes he podido conversar en Barcelona, una ciudad bastante próspera; con los franceses pues la miseria en las calles de París es mucho mayor que hace un año; y con el resto del mal llamado "primer" mundo). Los asesinatos y exterminios se repiten a diario, en todas partes, sólo que muchas veces son ignorados u ocultados.

La Epifanía en Jerusalén ha sido una llamada a contemplar cómo en esta ciudad, a pesar de las multicolores diferencias, cristianos de todos los ritos, musulmanes de todas las corrientes y judíos de todos los grupos pueden convivir en paz, al menos tolerándose. Es impresionante observar el final del día sagrado de los musulmanes (viernes) que al mismo tiempo es el inicio del día sagrado de los judíos (sábado): cientos de islámicos se retiran de la Ciudad Santa y cientos de judíos ingresan a ella por las mismas puertas, por callejones angostos donde se topan cuerpo contra cuerpo y no existe la más mínima provocación de enojo, de molestia, de asco como muchos podríamos pensar. Podrían matarse si quisieran pues su historia deja pocas opciones pero, aunque sea a la fuerza, han aprendido a convivir juntos. Pasa lo mismo en la Basílica del Santo Sepulcro: ritos cristianos latinos, ortodoxos coptos, ortodoxos griegos, cerca de la basílica luteranos y todos celebran la resurrección en un espacio menor a cien metros cuadrados, hasta respetando las centenarias reglas que establecen las horas de oración. Mucho de esto deberíamos aprender en Occidente donde, entre los mismos cristianos, no queremos ni volvernos a ver en muchas ocasiones.

La Epifanía, por tanto, sigue viéndose en esta ciudad: el Dios de todos, quiere salvar a todos sin distinciones. Carlo Maria Martini, en su "testamento" espiritual, articula lo dicho: "Los hombres se alejan de su documento fundacional, los diez mandamientos, y se fabrican una religión propia. Ese peligro se ve también en nuestro caso. No puedes hacer católico a Dios. Dios está más allá de los límites y de las delimitaciones que establecemos nosotros. Naturalmente, las necesitamos en la vida, pero no debemos confundirlas con Dios, cuyo corazón siempre es más amplio" (Coloquios nocturnos en Jerusalén, p. 34). Creo que debemos recordar continuamente esto, creo que nuestra reducida visión del mundo nos hace pensar que existimos nos-otros primero y luego los-otros, si es que los consideramos. Y no, no es así: existimos juntos, existimos a la vez y el respeto, la valoración de la dignidad y de la belleza del otro debe verse reflejada en nosotros mismos (cf. Gn 1,26).

Jerusalén es una muestra de que el Dios único no le pertenece a nadie, Jerusalén es una muestra de que el Dios de todos le pertenece a todos. Los magos de oriente son una fuerte metáfora que nos recuerda la importancia esencial de que todos los pueblos, religiones, nacionalidades, sexos, opciones sexuales, entre otros, tienen acceso a Dios de la misma forma, con la misma intensidad. Dios no tiene límites, nosotros los hemos inventado pero, dichosamente, él lo sabe y no se los toma en serio.
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