Liturgia de la UBL Jueves Santo: "Los amó hasta el extremo"

Comentario al evangelio de la celebración vespertina "In Coena Domini" (Jn 13,1-17.31b-35).

Jueves-Santo
Jueves-Santo

Esta cuaresma que hemos atravesado ha sido diferente. Aunque la humanidad siempre se ha visto acechada por diferentes miedos, entre ellos el miedo a las pestes y a la enfermedad, esta vez se ha trastocado todo: nuestro estilo de vida, nuestro sistema económico, nuestras falsas seguridades. Creíamos haber dominado el mundo por el conocimiento, por nuestra avanzada tecnología, pero resulta que un virus, un ente microscópico que ha ido mutando, ha doblegado nuestro ego. Esta cuaresma ha sido, entonces, un tiempo de aislamiento obligado, un tiempo de silencio, un tiempo de discernimiento. Quienes han tratado de sacar provecho a "lo negativo" que se nos ha presentado, volviéndolo "en positivo", han vivido una preparación privilegiada para la Pascua. Si la cuaresma nos invita a repensar el compromiso asumido en el bautismo para poder renacer como nueva humanidad, este tiempo nos ha golpeado en la cara y nos ha exigido ese cambio para poder subsistir todos/as, para mejorar como especie, para ser auténticos cristianos/as.

Esta noche, donde inician los tres días del Triduo Pascual, gran parte del mundo cristiano se dispone a celebrar el mysterion fundamental de su identidad: la entrega plena, la muerte y la resurrección de Jesús. Para los primeros cristianos, un mysterion no era algo que causara miedo o que se prestara a incógnitas. Más bien era algo comprensible e incomprensible a la vez. Es decir, se trataba de la paradoja de la presencia de Dios en la vida cotidiana, mediante los gestos sensibles y en la celebración comunitaria. Un mysterion era un sacramentum porque Dios se había hecho presente en la historia común de cada uno/a y se sigue haciendo presente allí, imperceptible pero palpable en el "sacramento del otro", en el rostro sonriente y sufriente del hermano/a. Más concretamente, para los cristianos/as, Dios se ha hecho visible en el rostro de Jesús, un judío galileo que, con cada gesto, realizaba lo que anunciaba: una sociedad libre del dominio de explotadores, una religión más centrada en el ser humano y no en el rito, un mundo más cargado de equidad y justicia.

El Dios en quien Jesús creía, al cual le oraba y de quien predicaba tenía una profunda implicación con la historia, era un Dios actuante en lo concreto, no una fuerza impersonal que movía el cosmos. Dios, para Jesús, se implicaba en la vida de todos/as, compartía la vida de todos/as, estaba presente siempre, inclusive en los momentos de mayor crisis, no para desaparecerla sino para ayudar a sobrellevarla. La noche que cenó por última vez con sus discípulos realizó unos gestos que significaban, con gran profundidad, la forma en que comprendía su ministerio y a Dios en él.

El texto propuesto por la liturgia hoy es el del evangelio según Juan. En el cuarto evangelio no encontramos detalles de la cena en sí, solo de los preparativos y de la despedida. Los discursos sobre el pan y el vino fueron ubicados en el capítulo 6 por el genio joánico, vinculando la multiplicación de los panes con el ritual eucarístico. ¿Por qué? En su afán retórico, el evangelista condesó los temas y los vinculó. No era tanto su preocupación histórica cuanto la profundidad del mensaje por comunicar: eucaristía es entrega y servicio, por eso, lavar los pies es un gesto eucarístico evidente.

"Había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (v. 1). Finalmente llegó "la hora". En todo el evangelio se constata la tensión por ese momento que llega en el capítulo 13. Aquél "que había salido de Dios y a Dios volvía" ha realizado lo que el Padre había puesto en sus manos. Se trata de un movimiento in decrescendo desde "lo alto", cuando "la Palabra estaba junto a Dios" (1,1), pero que ha tocado fondo ya: ha llegado al punto más bajo de su identificación con la creación, se inclina ante ella y le sirve, se arrodilla y le lava los pies. Es ahí donde comienza el ascenso al Padre ya que la grandeza está en el servicio y es allí donde inicia su in crescendo hacia Dios. Abajándose "los amó hasta el extremo", hasta el extremo de dar su vida por ellos/as y representar con un gesto lo que la mañana siguiente iba a concretarse con su muerte.

Independientemente del debate histórico-crítico sobre este episodio, con muy pocos indicios de historicidad, la finalidad del evangelista aquí va más allá de la historiografía. Jesús manifiesta su "realeza" llevando a cabo un acto reservado para esclavos: "Al lavar los pies de sus discípulos, Jesús significa con mayor evidencia todavía que él ocupa el lugar del siervo" (1). La grandeza de Dios no está en el poder. El primero se hace el último de todos y, de esta forma, se inclina para lavarles los pies, no por obligación, sino porque les ama profundamente. Quienes, como Pedro, no entienden el gesto es porque no han logrado comprender que la autoridad de Jesús se encarna en el servicio y no en la imposición. ¡Dios es tan distinto de como nos lo han dibujado!

Al haber lavado los pies de sus discípulos, Jesús manifiesta que su vida ha sido "una vida para...", una vida para los demás, una vida entregada. Cuando se sienta a la mesa con ellos, les interroga y les explica: el "maestro" y el "Señor" ha hecho esto para ustedes hagan lo mismo con la humanidad. En Jesús, Dios le lava los pies a la humanidad y le manifiesta a todos los cristianos/as que la única manera de renacer como género humano es renunciando al egoísmo y a la violencia. Dicho de otro modo, el único camino que tenemos como especie radica en tomar consciencia de que vamos juntos "[...] en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos" (2).

El Jueves Santo celebramos "la pasión" de Dios. Sí, Dios es apasionado. Ama con locura, ama sin condiciones, ama libremente. Jesús ha imitado a Dios inclinándose para invitarnos a inclinarnos mutuamente porque ni nuestras posesiones o títulos nos dan derecho a elevarnos sobre otros. Se trata de un argumento basado en la humildad, un "[…] argumento a maiore ad minus: si el que posee la más elevada autoridad la ejercita lavando los pies de los discípulos, cuánto más aquellos que lo invocan deben imitar esta práctica" (3). También Jesús imitará a Dios mañana muriendo en una cruz. Hará lo mismo que ha hecho hoy agachándose para servir y seguirá demostrando que "ama hasta el extremo". No va a retractarse de su proyecto y asumirá las consecuencias mortales de oponerse a quienes solo odian, imponen y matan. Finalmente, su muerte será consecuente con su historia y dará más vida de lo que sus asesinos pensaban. Después de todo, su vida ha sido entrega, ha sido donación, ha sido servicio.

¿Será que podemos, como iglesia, como sociedad, como humanidad, pedirle que nos lave los pies para imitarle? ¿Será que podemos cambiar nuestra imagen de Dios y aceptar que está con nosotros, principalmente hoy, en la soledad, en estos momentos donde parece estar ausente? ¿Será que queremos "tener parte con él"?

"¿Quién me purificará? ¿Quién me lavará los pies? Jesús, ven; tengo los pies sucios; conviérte en siervo por mi bien. Derrama tu agua en tu palangana. Ven, lávame los pies. Sé que lo que digo es atrevido, pero temo la advertencia que pronunciaste: 'Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo'. Por tanto, lávame los pies para que pueda tener parte contigo" (4).

Bibliografía citada

(1) X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan, tomo III, Salamanca: Sígueme, 1995, p. 28.

(2) Papa Francisco, "Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia" (27 de marzo 2020). Consultado en línea: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200327_omelia-epidemia.html

(3) J. Zumstein, El evangelio según Juan, tomo II, Salamanca: Sígueme, 2016, p. 38.

(4) Orígenes, "Homilías sobre Isaías" 5,2.

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