Triduo Pascual 2024 Jueves Santo: "Sino te lavo, no tienes parte conmigo"

Comentario al evangelio de la Misa Vespertina In Cœna Domini (Jn 13,1-15)

Lavatorio de los pies
Lavatorio de los pies

El relato del evangelio de Juan que escuchamos hoy es el inicio de la gran celebración que tendrá su punto culminante la noche de la Pascua. La Iglesia antigua denominó a esta festividad Triduo Pascual y la entendió como el centro de toda la vida cristiana y la fuente de toda su acción: la muerte y la resurrección de Jesús, el Señor. Pero, ¿qué significa esto para los cristianos/as de hoy? El texto del "lavatorio de los pies" nos explica de una forma sencilla la relación entre la entrega y la vida de Jesús, la relación entre el servicio y la muerte de Jesús.

En el marco temporal de la Pascua (v. 1), el evangelista comienza a narrar "la hora" de Jesús: ha llegado el momento de pasar "de este mundo al Padre" amando a los suyos "hasta el final" (eis télos). El acto que inaugura este paso es un gesto de abajamiento. Durante la cena, Jesús se levanta de la mesa, se ciñe una toalla, vierte agua en una palangana y comienza a lavarle los pies a sus discípulos. Se trata de una actividad reservada a las mujeres o a los niños en una sociedad patriarcal, a los esclavos en una sociedad jerarquizada, a quienes son considerados no-personas en el contexto imperial romano. Aquél que viene de lo alto se abaja hasta el punto de ser siervo de los demás. Esto es lo mismo que hará, ahora de forma directa con la entrega de su vida, el día viernes por la mañana: "el humilde servicio alude a la muerte de Jesús, aunque es un servicio pleno de soberanía interior [...]" [1].

El detalle curioso que quisiera destacar en esta ocasión es la respuesta de Pedro. Simón no comprende cómo "el Maestro y el Señor" (v. 13) se rebaja a tanto y, en consecuencia, se niega a que le laven los pies. La contra-respuesta a este rechazo es abrumadora: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (v. 8). "Tener parte" (méros éjein) con alguien es una expresión semita [2] que se relaciona con una herencia o con un bien compartido, pero acá, al tratarse de Jesús en sí mismo, se nos refiere a una comunión de vida con él. Quien no comparte su destino en la entrega, en el servicio y en el acto de renuncia del poder no puede entrar en comunidad de vida con él.

El cuarto evangelio testifica la idea contracultural de un grupo que rechaza los poderes de "este mundo" para proclamar que la lógica de Dios es inversa: es despojándose de uno mismo como se gana a uno mismo. En este mismo sentido, durante la cena, Jesús se despoja de sus vestiduras en el v. 4 (títhemi) y después se las vuelve a poner en el v. 12 (lambáno). Ninguno de estos juegos verbales es inocente para el evangelista pues ya en Jn 10,17-18 la soberanía de Jesús respecto a su vida es más que evidente y se emplean los mismos verbos: "doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla [...]".

"Lavarnos los pies unos a otros" (v. 14) es revivir el símbolo profundo que está tras este gesto: salir de uno mismo, caminar hacia la diferencia, reconocer que hemos actuado de manera egoísta, todas estas son formas de "lavar los pies". La entrega de la vida de Jesús se hace patente cada vez que nos arrodillamos ante los marginados y excluidos para compartir su condición, pero también para cambiar desde abajo la lógica que reproduce ese sistema de exclusión. "Tener parte" con Jesús es compartir su proyecto y asumir que el sacramento instituido esta noche implica el "partirse" y "repartirse" por los demás: "por su acción, Jesús simboliza el don de sí mismo que pronto va a realizar entregándose a la muerte. Su gesto es una figura del suceso inminente, bajo su aspecto de desposesión de sí mismo" [3].

Muerte y vida están implicadas en el misterio cristiano pues no se trata del sufrimiento como telón de fondo, sino de la auto-donación para hacer resucitar a aquellos que viven en contextos de guerra, hambre y miseria. A Jesús se le encuentra siendo conscientes de la realidad de Gaza y Cisjordania, de lo que viven los civiles inocentes que han perdido todo en Ucrania, Rusia e Israel a consecuencia de los intereses de sus gobiernos. Los gestos de piedad son buenos, son actos cargados de simbolismo pero que, si se quedan ahí, se desvirtúan porque buscan al Galileo en una procesión y no en la realidad. Bien lo ilustraba Martín Valmaseda:

-¿De qué quiere usted la imagen? Preguntó el imaginero. Tenemos santos de pino, hay imágenes de yeso, mire este Cristo yacente, madera de puro cedro, depende de quien la encarga: una familia o un templo, o si el único objetivo, es ponerla en un museo. 

-Déjeme, pues, que le explique lo que de verdad deseo. Yo necesito una imagen, de Jesús, el Galileo, que refleje su fracaso intentando un mundo nuevo, que conmueva las conciencias y cambie los pensamientos, yo no la quiero encerrada en iglesias ni conventos. Ni en casa de una familia, para presidir sus rezos, no es para llevarla en andas cargada por costaleros, yo quiero una imagen viva de un Jesús Hombre sufriendo, que ilumine a quien la mire el corazón y el cerebro, que den ganas de bajarlo de su cruz y del tormento y quien contemple esa imagen no quede mirando un muerto, ni que con ojos de artista solo contemple un objeto, ante el que exclame admirado ¡Que torturado más bello! 

-Perdóneme si le digo, responde el imaginero, que aquí no hallará seguro, la imagen del Nazareno. Vaya a buscarla en las calles, entre la gente sin techo, en hospicios y hospitales, donde haya gente muriendo, en los centros de acogida en que abandonan a viejos, en el pueblo marginado, entre los niños hambrientos, en mujeres maltratadas, en personas sin empleo. Pero la imagen de Cristo, no la busque en los museos, no la busque en las estatuas, en los altares y templos. Ni siga en las procesiones, los pasos del Nazareno, no la busque de madera, de bronce, de piedra o yeso. ¡Mejor busque entre los pobres su imagen de carne y hueso![4].

Referencias

[1] R. Schnackenburg, El evangelio según san Juan, tomo III, Barcelona: Herder, 1980, p. 43.

[2] Cf. Dt 10,9; 2 Sm 20,1; Is 57,6.

[3] X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan, tomo III, Salamanca: Sígueme, 1995, p. 31.

[4] En varias referencias de internet, inclusive en textos escritos de alta divulgación, se alude a la autoría de Gabriela Mistral, no obstante, le agradezco al profesor Ignacio Cabello Llano de la UAM (Madrid) quien me ha corregido y ha investigado sobre la autoría del marianista Martín Valmaseda. Acá la publicación del poema: https://www.todos-uno.org/2015/04/poema.html y acá una entrevista donde se explica dicha génesis: https://youtu.be/cWtD0U6oJXM

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